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En una noche de encuentro de generaciones, mil 600 personas abarrotan El Plaza Condesa

Patti Smith, intensa y visceral, desborda su poesía musicalizada

En el escenario su imagen, su retórica, su música, su fotografía están despojadas de color: es una artista en blanco y negro

Toma la guitarra por primera vez en la velada para tocar Beneath the Southern Cross, dedicada a su admirado escritor, el chileno Roberto Bolaño

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Con 66 años, Patti Smith es una flamente madre de familia y una ardua trabajadora de la voz, la palabra y la imagenFoto Óscar Villanueva Dorantes
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Estuvo acompañada por el eterno Lenny Kane, Tony Shanahan, Jay Dee Daugherty y Jackson Smith, su hijo, quien portaba un sombrero PanamáFoto Óscar Villanueva Dorantes
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De espíritu libre, curioso, Smith es una artista multifacética, sobreviviente de modas y generacionesFoto Óscar Villanueva Dorantes
 
Periódico La Jornada
Domingo 12 de mayo de 2013, p. 7

Faltan cinco minutos para las once y el concierto comienza a subir de tono. Patti Smith toma la guitarra en sus manos por primera vez en la noche para tocar Beneath the Southern Cross, dedicada a su admirado escritor, el chileno Roberto Bolaño.

Polvos de aquellos lodos, en este concierto en El Plaza quedaron atrás los tiempos en los que Sam Shepard le obsequió a Patti Smith una Gibson acústica de 1930, en la que ella aprendió a tocar apenas un par de notas, y que algún amigo afinaba. Quedaron atrás porque hoy, en lugar de los dos acordes, interpreta apenas uno sólo, repitiéndolo hasta el cansancio.

Patti Smith está en el escenario. Tiene 66 años, es una flamante madre de familia, una ardua trabajadora de la voz, la palabra y la imagen, que reprocha la seriedad y saluda el buen humor. Está, allí, dueña del proscenio, un espacio que la industria ha reservado para mujeres jóvenes de ensueño e imágenes pláticas.

Le canta al autor de la novela 2666, al que nunca conoció, y le dice: Oh/Para ser/No cualquiera/Pasado/Este laberinto de ser/Piel/Oh/A llorar /No cualquier llanto/Tan triste que/La paloma sólo ríe/Los jadeos constantes.

No hay nada nuevo en las evocaciones literarias de sus melodías. Patti Smith desembarcó en el archipiélago de la música al navegar en las aguas de la poesía y la novela. Viajera incansable en el mundo de los libros, ha hecho de la literatura el centro de su existencia. Sus canciones están atravesadas por sus lecturas. Las huellas de los poemas y novelas que devora cada día están plasmadas en sus canciones.

Sus composiciones musicales son el eco de una niña sentada a los pies de su madre, a la que le intrigaba su ensimismamiento al verla beber café y fumar un cigarrillo; de una pequeña a la que le gustaba mirar los libros, ver su papel y sentir su cubierta; de una joven que amó tanto la palabra escrita que trabajó en una librería.

Como la fotografía, las poesías musicalizadas de Patti Smith son arte que imita al arte, arte hecho de arte. La rockera bebe de los clásicos, pero no los cita, sino que se inspira en ellos, los incluye como parte de su propia obra. No toma su lógica y sus cánones, sino que crea nuevos.

Y es que, así como un libro se escribe de muchos otros libros, las canciones de Patty Smith están hechas no sólo de otras canciones, sino de otros libros. En su manufactura se mezclan referencias eruditas y vivencias personales, lecturas claves y afectos perdurables. El producto final es una creación lírica con un sello personal irrepetible, una obra nacida de la inspiración y del trabajo.

Las piezas de esta noche no son la excepción y cargan con esta impronta. Ese es el caso de Banga, que toca acompañada también de su guitarra acústica. Inspirada en el fiel e intrépido perro, que, en El maestro y Margarita, la célebre novela del escritor ruso Mijaíl Bulgákov, acompaña a Poncio Pilatos, el procurador de Judea, mientras aguarda la oportunidad de explicarse ante Jesucristo, Banga es una canción alegre, divertida, que tiene como mensaje central el valor de la lealtad.

La interpretación de Banga, uno de los momentos más prendidos de la jornada de hoy, transformó a los espectadores en una manada de canes salvajes que no paraba de aullar. Mientras la rockera cantaba: La lealtad vive y no sabemos por qué/Lo puedes dejar atrás pero él no te va a dejar, el respetable gruñía: ¡Auuuuuuuu! ¡Auuuuuuuu! ¡Grrrrrrrrr! ¡Grrrrrrrrrr!.

El despegue

En el escenario Patti Smith es una artista en blanco y negro que escupe a cada rato buches de agua sin el menor asomo de delicadeza. Su imagen, su retórica, su poesía, su música, su fotografía están despojadas de color. Sus canciones, ásperas, intensas y viscerales, son poesías en blanco y negro. Así es es su atuendo de esta noche, así es su chaqueta, su chaleco, su botas, su camiseta y hasta sus ajustadísimos jeans, más cerca del negro que del azul.

Nada más comienza el concierto Patti confiesa estar contenta de estar de regreso. Despeinada, manda besos y sonríe. Arranca la sesión con Kimberly. El granero es negro, el muro es alto/ el bebe en mis brazos con sus pañales, dice en su primera estrofa mientras sonríe. Es evidente que está de buenas aunque el sonido tiene algunas complicaciones que la distraen durante las primeras piezas. En el escenario, se mueve con suavidad aunque con cierta torpeza. Baila, se pone de hinojos, gatea, en un vaivén que honra la impaciencia de los límites.

Poco a poco la banda se va acomodando y encontrándose con su público. Pareciera que les cuesta trabajo ponerse en marcha. No todo lo que se ofrece en su banquete acústico es degustado por los espectadores con el mismo apetito. No todas sus piezas son conocidas y eso hace un poco más escarpada la ruta de inicio. Pero igual hay ambiente de fiesta, convicción de que se está ante un momento muy especial.

Esta noche en Plaza Condesa es una noche de muchos y variados públicos, un encuentro de generaciones. Son mil 600 personas, faltaba más, jóvenes en su mayoría. Y, aunque no conozcan toda su obra, aunque no puedan tararear todas sus canciones, están aquí para escucharla. Sienten que hay algo en su música que tiene dedicatoria a ellos, que los hace sentir más fuertes. Son espectadores que no sólo aprecian la obra de arte, sino que participan de ella. Son, a su manera, y así sea temporalmente, una comunidad.

Patti Smith es una multifacética artista legendaria, delgada, andrógina a la que el público esta noche le grita guapa, sobreviviente de modas y generaciones, que mide un metro 72 centímetros. Es, no una estrella a modo de los patrocinadores, sino una sobreviviente, cuya trayectoria musical pertenece a la leyenda del rock, pero también, a la fotografía y la pintura. Un espíritu libre y curioso que se reinventa en cada pieza al tiempo que conserva su fidelidad a sí misma.

Como lo hizo en El Plaza con Birdland, poderosa pieza con una gran deuda con el jazz, que formó parte de Horses, su primer disco, y que, en la mejor tradición de la palabra hablada (spoken word), el recital poético acompañado de música que animaron los beatniks, cuenta la alucinante historia de un niño al que su padre le dejó una granja al morir. Birdland es (sorpresas que da la vida) una canción inspirada en la apasionante biografía de Wilhelm Reich, el herético discípulo de Sigmund Freud que quiso fundir el sicoanálisis con el marxismo, escrita por su hijo Peter en Un libro de sueños.

En la cima

Esta noche, ni duda cabe que Patti Smith es Doña Oximorón: la artista del gusto bárbaro que escupe en el escenario, pero que le ha dado a su obra la jerarquía de la legitimidad y la ha convertido en ejemplo de buen gusto, como atestiguan los interminables premios y honores que se le han otorgado en estos últimos años. La creadora de una música cruda y elemental que abre en cada concierto una puerta a otra sensibilidad, aparentemente inalcanzable cuando no inexistente. La intérprete al tiempo grácil y torpe, caótica y ordenada, de conjuros e himnos. La antifashion que inventa su moda, desmañada, muy suya. La antisolemne, que convierte sus tocadas en celebraciones en las que oficia el culto laico al arte. La creadora de una obra propia y dura que toma prestada la tersa canción It´s a dream de Neil Young.

En El Plaza, las canciones de Patti Smith son un álbum familiar de fotos que recoge la sensibilidad de una época, una galería de homenajes a sus personajes favoritos, retratos que no son de los de los grandes de este mundo junto a reflexiones sobre la condición humana de notables. Son una historiografía emocional de la época, un personal recuento de las sinrazones de la memoria.

El momento del despegue definitivo del concierto, en el que Patti Smith tomó definitivamente las riendas para no soltarlas más, es la interpretación de Because the night. Nada más escuchar los primeros acordes, la gente se emociona, la canta y la vuelve a cantar. Es el instante –diría Juan José Olivares– en el que al personal le sale el angloparlante que todos llevamos dentro y a voz en cuello entona la rola. Pero la rockera, como si fuera una obra de teatro de Brecht o una nota a pie de página, interrumpe la melodía pa- ra confesar como la obra na- ció a cuatro manos con Bruce Springsteen y como la escribió para Fred Sonic Smith, su fallecido marido y padre de su hijo Jackson, y ya terminada la explicación se sigue cantando.

Ella y su banda son una comunidad de diferentes generaciones de músicos. Allí está el eterno Lenny Kane, piedra angular del grupo desde los días de la mismísima Génesis; el bajo acústico y tecladista Tony Shanahan; su hijo Jackson Smith, con sombrero Panamá en la lira, y Jay Dee Daugherty a la batería. Y atravesando el escenario a toda velocidad, ingenieros de sonido y ayudantes que llevan instrumentos musicales y ponen (o tratan de poner) algún orden en el caos.

Con Gloria, himno de los himnos smithsinianos es evidente que la locomotora musical marcha sobre las vías a toda velocidad sin peligro alguno de descarrilar. Ya nada la para. Jesucristo nació por los pecados de otros/pero no los míos, grita la multitud ya enfebrecida, al tiempo que brinca y levanta los brazos. Sí, la Patti le habla a ellos, a cada un o de ellos.

La euforia se ha instalado en El Plaza. De allí en adelante todo es escalar, en intensidad, en decibeles, en júbilo. Con People have the Power y Rock and Roll Nigger, la pieza final de la noche, la tocada alcanza niveles catárticos. Los tambores de la batería suben el tono y las guitarras lloran gentil e intensamente. La erupción acústica está a punto de culminar.

Pero es el momento del rollo. Cerca ya del final, la jefa advierte a su auditorio sobre la catástrofe ambiental en curso y les dice que ellos son el poder, que ellos tienen la voz. Ustedes son el futuro y el futuro es ahora, remata, convertida en líder de masas. Pero ahí no queda la arenga. Para que quede bien claro de lo que se trata se despide con un ¡Viva la vida!, como un mentís al ¡Viva la muerte!, del distinguido franquista José Millán Astray.

Es el momento de despedirse. La hora de la música y de las palabras llegó a su fin. Pero aún no la de los gestos. Como si fuera una sacerdotisa suprema, Patti Smith toma en sus manos nuevamente una guitarra, ahora electrónica, la levanta y comienza a arrancar una a una sus cuerdas, provocando un intenso gemido acústico. Cuando termina de romper la última, besa el instrumento musical, lo levanta sobre su cabeza y lo deposita en el suelo. El baterista avienta las baquetas al público como premio final. El show ha terminado, pero el ruido y el alboroto y la celebración provocados por su música se sigue aún escuchando.