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A la mitad del foro

Los marginados a escena

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La comandanta Esther lee su discurso en la tribuna de la Cámara de Diputados el 28 de marzo de 2001Foto La Jornada
Y

a estaban ahí. Los de la fría tecnocracia los contaron, los ubicaron en la casilla indicada de la pobreza, del desempleo a modo, y el de la economía informal. Y se multiplicaron. Son millones, más de la mitad de la población. Lo extraordinario es que al verlos aparecer, reclamar, exigir que se les vea, se les reconozca, nos preguntemos una y otra vez, como las elegantes ancianas madrileñas en la Puerta de Alcalá ante el desfile de miles de banderas rojas y jóvenes que proclamaban el fin del franquismo, Pero, Dios mío, ¿de dónde ha salido toda esta gente?

Quién de los compañeros de viaje de la democracia sin adjetivos y la permanencia del antiguo régimen ha olvidado el pasmo del primer día del año 1994. San Cristóbal, donde las abuelas de los recoletos paseaban los domingos sobre una silla a lomo de chamula; donde no llegó la revolución agraria; tomada por los indios de los Altos, con pasamontañas y firmeza admirada por los turistas y los numerosos reporteros de las televisoras de la globalidad. Ante quienes apareció Marcos, el subcomandante en vías de mito, quien declaró la guerra al Ejército y al Estado mexicano. ¿De dónde salió esta gente?, preguntaban los tecnócratas de la economía hecha gobierno. Los militares sabían de dónde y desde cuándo se gestaba en la selva el golpe de audacia, la imaginación revolucionaria.

O la revolución imaginaria. Afortunadamente, no produjo sangrientas matanzas, sino una rápida respuesta del poder constituido a las voces de ciudadanos que reclamaban paz de inmediato, que no olvidaban la guerrilla y la guerra sucia de los 70. Hubo el triunfal recorrido de Chiapas a la ciudad capital de la República. El subcomandante ya era ídolo de la izquierda que se negaba a desaparecer y del radical-chic en México, en París, en el imperio de la globalidad financiera. Vicente Fox ya era presidente de la República. Y la comandanta Esther subió a la tribuna del Congreso de la Unión para decir a los de arriba quiénes eran y de dónde habían salido. Y los que todavía reclaman el cumplimiento de los acuerdos de San Andrés regresaron a su tierra. Hace unos meses reaparecieron en ordenadas filas silenciosas.

Todo México es Chiapas, decía una frase de propaganda que resultó voz de alarma. Llevamos tres décadas de crisis recurrentes; el precio de los alimentos, de la canasta básica que es sueño navideño de la mayoría, crece muy por encima de lo poco que aumentan los salarios, mínimos en verdad; no hay empleo; la mayoría de quienes trabajan lo hacen en la economía informal. Y ya en los cubículos de la torre de marfil hacendaria, y entre los que hurgan las entrañas de las aves, le dicen hambre al hambre en sus recuentos de estadísticas nacionales. Siete y medio millones de mexicanos padecen hambre, dicen. Y no hay que ir a la selva ni a la sierra ni al desierto: en las ciudades hay millones con hambre.

Nuestra transición no tuvo sus legendarios Pactos de la Moncloa. El poder hegemónico se le deshizo a sana distancia entre las manos al doctorcito Zedillo. Llegó el sufragio efectivo y a Palacio Nacional, la derecha que no había gobernado desde que los pintos de Guerrero echaron del poder a Antonio López de Santa Anna. Digresión obligada, porque al mismo tiempo que surge el rencor social, mientras los cronistas de cabotaje dan la voz de alarma y cunde al pánico ante el caos anarquizante, Felipe Calderón afirma desde Harvard que él nunca declaró la guerra al crimen organizado. Y para pasmo del panismo polarizado por el Pacto por México, asegura que Enrique Peña Nieto, el nuevo gobierno tiene una ventaja que ninguno de nosotros tuvo en el pasado, ni durante la era democrática de los presidentes mexicanos, ni antes. Esto es, el apoyo real y leal de los partidos de oposición.

Caray. Y decía la derecha a ultranza que las cosas no marchaban bien porque hacen falta demócratas para que haya democracia. ¿Dónde estarían los que ahora preguntan de dónde salieron los encapuchados del lumpen que incendian sedes de partidos políticos, bloquean carreteras, retienen camiones y autobuses de transporte público, y exigen diálogo para dar marcha atrás a reformas aprobadas por el Constituyente Permanente? La reforma educativa, dijo Emilio Chuayffet, se propone restablecer la rectoría del Estado en la educación pública, laica y gratuita. Hay diálogo de sordos. En Guerrero denuncian que se propone privatizarla, cobrar y establecer comercios en cada escuela.

Y el gobernador plural, Ángel Aguirre, dice y se desdice. Y ha vuelto la leyenda de las manifestaciones que no cesan porque buscan un muertito como bandera. Mala memoria, O muy corta ha de tener quien no recuerde que al llegar al gobierno Ángel Aguirre, los normalistas de Ayotzinapa cerraron el tránsito de vehículos en la Autopista del Sol. Y hubo entonces dos muertos durante el desalojo, y un trabajador víctima del incendio provocado en una gasolinera. En los medios electrónicos, funcionarios del gobierno de Guerrero atribuyeron a los normalistas el incendio y la muerte del trabajador; a fin de cuentas, dirían que torturaron al acusado para que se dijera culpable.

El gobierno de Enrique Peña Nieto tendrá el apoyo real y leal de los partidos de oposición. Pero es por la voluntad de hacer política, acordar lo que a cada uno convenga, lo esencial; anteponer el interés nacional al de los partidos. Reconocer que no es una alianza para cogobernar. Hay Pacto por México mientras no tenga un alto costo político para los pactantes. O los exhiba como tributarios o sicofantes. En la primera prueba tropezaron con la manipulación electoral. Gustavo Madero revivía la oposición que aspira a monopólica, Jesús Zambrano padecía la exigencia rencorosa del ánimo de venganza. Primera fractura. O de plano, ruptura del pacto. Es grave abusar de recursos de la política social. No dejamos el pacto, dijo Madero; yo asisto cuando sean defenestrados Rosario Robles y Javier Duarte. A la de Sedeso puede removerla libremente del cargo el titular del Poder Ejecutivo de la Unión. Y ese es el dilema.

La designó libremente, conforme a las facultades que la norma le otorga. Nadie cuestionó la experiencia y habilidades políticas de Rosario Robles. Pero se puso en tela de juicio el haberla puesto a cargo de un programa que ha de ser política de Estado para abatir auténticamente el hambre, atender la salud, la educación, el empleo y el impulso agropecuario, la reforestación y recuperación de tierras erosionadas. Política de Estado. Los críticos y malquerientes de la antigua militante del PRD dicen que Peña Nieto debió designar un experto en desnutrición, no en movilización política. En todo caso, se cuestionó. Y al poner en marcha el programa contra el hambre, el jefe de Estado se dejó llevar por el entusiasmo de jefe de gobierno, así como por la euforia generada por las palabras y apoyo de Lula.

Y ahora, aunque puede removerla del cargo libremente, le ofrece el respaldo del poder presidencial, la incluye en la comitiva que asiste en Acapulco a la convención de banqueros. Si se equivocó al designarla, el que el PAN en voz de Gustavo Madero condicione el apoyo leal y real al despido de Rosario Robles, no hace sino asegurar su permanencia en el cargo. Darle tiempo al tiempo.

En Guerrero, Michoacán, Oaxaca, en el país todo, hay violencia criminal y la injusticia social que alientan rencor de los agraviados por la desigualdad y la exhibición de la riqueza concentrada en una minoría aferrada a las recetas de la austeridad. Y todavía preguntan de dónde salió esa gente.