Opinión
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Entre Dios y el diablo
N

icolás Maduro aseguró, tras recibir la banda presidencial de manos de una de las hijas de quien fue el presidente más discutido de Venezuela, que él va a revolucionar la revolución. Con su impecable traje negro que resalta su bigote, cejas y el pelo, se ve en las fotografías de La Jornada como un hombre adusto, físicamente corpulento, contrastando con Carlos Andrés Pérez, de quien se decía que practicaba judo y gimnasia, seguramente para compensar su constitución delgada. En las ceremonias muy especiales, vale decir, en las que fue presidente la primera vez, fuimos a saludarlo Emilio M. González y yo. Nos recibió junto a su esposa, que entonces llevaba todavía muy buena relación matrimonial que después se descompuso, y también estaba su hija haciendo gala de la hermosura de la mujer venezolana. Él portaba un báculo y daba la impresión de que nos iba a dar la bendición, pero no fue así. Lo que sí hizo fue decirnos vayan con Dios.

Nosotros, que íbamos en representación del Senado y de la Cámara de Diputados de México, esperábamos algo un poco más terrenal que la bendición presidencial, pero cuando vimos la jura sobre la Biblia nos explicamos de dónde viene la tradición religiosa de Venezuela, aunque la verdad es que ya, fuera del recinto correspondiente, son bastante más liberales.

El señor Maduro es más adusto que el comandante Chávez y que todos los anteriores presidentes que hemos tenido oportunidad de conocer. Sin embargo, parece que sí va a continuar usando los mismos diseños de mucho colorido de la vestimenta del comandante bolivariano, el que a medio discurso se soltaba cantando con algún mariachi, muy parecido a los de aquí, y esto le gustaba a sus seguidores, con sus pants con los colores de la bandera y su gorra miliciana roja.

El señor Maduro no parece que vaya a cantar con mariachis entreverado a sus discursos. Con sus grandes manos más bien da la impresión de que muy pronto dará un manotazo en la mesa de juntas del Palacio de Miraflores y sus ministros apresurarán la ejecución de las órdenes que vayan a recibir, aunque no sabemos si habrá de seguir algún plan de desarrollo que el ruido y la premura de la campaña no nos hubiera dejado conocer, pero que no dudamos que lo tiene ya preparado en algún cajón de sus oficinas. Él mismo, o bien quien será el ministro responsable de su ejecución, y en este caso, que es muy probable, muy pronto lo conoceremos para compararlo con los de nosotros, los que no siempre han corrido con buena fortuna; por ejemplo, en el primer plan de desarrollo que se lanzó al término de la campaña no apareció el correspondiente a zonas áridas, lo que fue una gran sorpresa para Manuel Camacho.

Por otra parte, veremos con mucho interés cómo va a estar esto de revolucionar la revolución.

Según Norberto Bobbio y Nicola Matteucci en su última edición de su D iccionario de política, la revolución es la tentativa acompañada del uso de la violencia, de derribar a las autoridades políticas existentes y sustituirlas, con el fin de efectuar profundos cambios en las relaciones políticas, en el ordenamiento político constitucional y en la esfera socioeconómica.

Luego, no está fácil, en el marco en el que el presidente Maduro lo expresó, compaginar la definición del diccionario de Bobbio. Pues para empezar, aceptando que el movimiento chavista constituyó una revolución, ¿cómo será que el presidente Maduro va a usar la violencia para derribar a las autoridades políticas existentes? ¿Y las va a sustituir por gente, suponemos de su grupo de seguidores? Pues, de otro modo, no le arrendamos las ganancias.

Y luego: ¿va a revolucionar la revolución chavista en lo que se refiere a los cambios profundos en las relaciones políticas, en el ordenamiento político constitucional y en la esfera socioeconómica?

Bueno, Maduro es el presidente de la república de Venezuela, pero no puede olvidar ni soslayar el hecho de que ganó la presidencia en unas elecciones muy apretadas, con una ventaja de 1.8 por ciento, que para todo efecto práctico deja al país dividido en dos partes iguales, y no nos parece que esta política fuera un buen principio. Los retratos que el pueblo porta en los mítines son todavía los de Chávez, no los de Maduro. Esperamos que ya se habrá percatado de esto.

Y, ¿qué va a pasar con el petróleo venezolano? ¿Se continuará con la misma política interior y exterior del país? Este es un punto que por lo menos yo no he escuchado que trate con sus electores el presidente Maduro, y no sabemos cómo piensa al respecto. Es por demás hacer hincapié en que es un punto que tiene un carácter determinante para los otros, y no se ha explicado cómo va a revolucionar la revolución en este aspecto. ¿No sería más prudente hablar primero con el gobierno de Cuba al respecto? Creo que, dados los antecedentes, el presidente de Cuba, Raúl Castro, y el propio Fidel algo tendrán que decir. Parece que Chávez tenía algún plan en vigencia.

De todos modos, no será ni Dios ni el diablo quienes resuelvan a Maduro sus muy recientemente adquiridos problemas. ¡A patear el suelo! Como quiera, Chávez era un triunfador, a quien el destino le permitió morirse a tiempo. Al presidente Nicolás Maduro no le sabemos si es un hombre de suerte. Napoleón preguntaba cuando le recomendaban a algún general que era buen artillero, hombre valiente y leal: está bien, pero ¿tiene suerte?