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Nosotros ya no somos los mismos

Margaret Thatcher

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Funeral de la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, el pasado día 17, en la catedral de San PabloFoto Reuters
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se mes de agosto, en Cancún, 1981, se hacían esfuerzos desesperados por revivir o exhumar al menos la anterior reunión Norte-Sur, celebrada en París, seis años antes, cuyos resultados nadie se atrevía a presentar ufanamente sin provocar una carcajada internacional.

Pero como la problemática de aquel entonces no sólo continuaba vigente sino además se acrecentaba, el culto mundial a empedrar el camino con buenas intenciones debía repetirse periódicamente, porque cada hornada de dirigentes mundiales está convencida de que a ella y solamente a ella corresponde la misión de cambiar el rumbo y destino del planeta.

Cuando he tenido la oportunidad de escuchar a algunos de estos líderes (del primero al quinto mundos), perorar urbi et orbi, siempre me vienen a la mente las palabras de Albert Camus cuando agradeció el premio Nobel de Literatura en 1957: Indudablemente cada generación se cree destinada a rehacer el mundo. La mía sabe, sin embargo, que no podrá hacerlo. Pero su tarea es quizá mayor: consiste en impedir que el mundo de deshaga. Imaginen lo que era Cancún, que estando a nivel del mar se convertía en una cumbre Norte-Sur. De nueva cuenta los gobernantes planetarios se reunían para, ahora sí, tomar las medidas que reafirmaran o corrigieran de una vez por todas las patologías históricas que han caracterizado las relaciones entre los diversos pueblos que, quién lo creyera, tienen el mismo origen y nombre común: terrícolas.

Sin lugar a dudas la delegación más sobria, austera y de intenso realismo no mágico, sino cínico, era la encabezada por la señora Thatcher. De su parte, no había ni asomo de interés por mostrar al mundo un rostro solidario y de cooperación. Su preocupación básica era la reafirmación del compromiso de respetar las reglas de juego que otorgaban derechos, prerrogativas y obligaciones diferentes a los participantes. A partir de esta premisa se podían considerar, por supuesto, algunas propuestas que hicieran más productivas las relaciones internacionales, sobre todo en lo que al comercio atañía. Si los países del Sur se aplicaban a sus tareas de proveer las materias primas necesarias, oportunamente y sin mayores exigencias económicas, legales, y no daban cabida a esas monsergas que cada día echaban a perder más las cosas: el medio ambiente y los derechos humanos, y si dejaban de par en par abiertas las puertas para que el mercado les regresara buena parte de sus inversiones, por supuesto que el imperio no tenía inconveniente en que las condiciones de vida mejoraran por los caminos del Sur (pa’que ya no agites Agustín Ramírez, autor de este himno regional).

Pero esto no podía ser parejo ni irreversible. En la economía de mercado salvaje (Johnny Weissmuller, gerente general, lo dejó claro en África) sólo hay una ley: la de la oferta/selva/demanda y algunos apotegmas: El que pega primero, pega dos veces; al que madruga, Dios lo ayuda; el que está arriba sólo debe pisar las manos del que viene en el escalón de abajo, etcétera, etcétera. Como expresión de lo anterior, la señora Thatcher dio en los días inmediatos a la reunión de Cancún una declaración a la prensa internacional, en la que dijo todo: Antes de pensar en los problemas de los países en vías de desarrollo, los países industrializados debemos atender prioritariamente nuestros problemas. Ante la duda de que la oportunidad de confrontar a la señora Thatcher fuera a lograrse, le planteamos el asunto a lord Carrington, su canciller. Como era de esperarse en un señorón culto, experimentado, inteligentísimo (¿recuerdan a Vicente Fox haciendo la apología de Borgues? ¡Olvídenlo! Hablamos de las antípodas mentales), hizo brillantísimos esfuerzos por dar a la declaración de la señora Thatcher un sentido menos despótico e insolente, pero él mismo, con toda la mejor voluntad, no podía ocultar sus nobles sentimientos imperiales: la suya fue la voz de quien había dejado de ser la reina de los mares, pero insistía en seguir siendo la pérfida Albión: lord Carrington nos opinó: Creo que lo que la señora Thatcher quiso decir es que, hasta que la recesión mundial no ceda y no estemos nuevamente en el camino de la prosperidad, será más difícil dar dinero y ayuda a los países del Sur. Por ejemplo, el incremento en el precio de los energéticos. Esta es una razón para que haya recesión en el mundo, razón por la cual la capacidad de los países industrializados para dar dinero y ayuda a los del Sur ha disminuido. Interdependencia quiere decir que, entre más prósperos sean los países desarrollados, más y mejor ayuda podrán dar a los que están en vías de desarrollo.

¿Se dan cuenta de lo que, con sus refinadas maneras adquiridas en Eton College, su flema de siglos y la explicación al desgaire de la declaración de su jefa, nos estaba transmitiendo? En su concepto de interdependencia resplandecía el poder de un imperio tan perdido como el paraíso de su coterráneo John Milton. Si ustedes nos venden barato, pues seguramente les compramos más. Entréguenos sus materias primas, que al cabo ni saben transformarlas ni tiene forma y manera de hacerlo (igualito que con el petróleo mexicano en 1938), y en el tren expreso que conducimos rumbo a, desarrollo pleno, les garantizamos un lugarcito en el cabús. En otras palabras, que la interdependencia y la cooperación tienen sus reglas (como todo en la vida): ni todos juntos, ni al mismo tiempo, ni menos en el mismo sitio. Pasando la estación prosperidad total y ya llegando al destino final: Hartazgo, les aseguro que algo va a alcanzar para… ¿Cómo se llaman ustedes? ¿Países periféricos, emergentes, tercer mundistas, en vías de desarrollo? Egresado de la Real Academia Sandhurst, obvió la añoranza y no dijo la expresión un tanto incómoda: colonias. El día del encuentro con la Dama de hierro, como le denominaron los soviéticos, nuestra suerte no podía ser peor: a la salida del Sheraton topamos con otro séquito más destructivo que los escuadrones kampfgruppe, de las SS: la escolta de Margarita López Portillo. Vernos y convulsionarse fue en un solo tiempo. Luego la orden fulminante: no los dejen entrar a ningún lado y cancéleles todos los equipos que traigan. De nueva cuenta no sé si fue el dramático himno a la frustración y la impotencia que entoné frente a los operarios de la BBC o la promesa de la Rossbach, de enseñarles a bailar ritmos caribeños al final de la reunión, pero ellos decidieron lo inimaginable: grabarnos con sus equipos, nuestro trabajo. Les dimos el casete en blanco y nos lo entregaron con la entrevista. A la mañana siguiente vi a Rossbach con unas ojeras en las que cabían todas las palmeras borrachísimas del sol del Caribe y yo pude enviarle una copia del programa, que ya estaba al aire, a la malvada bruja Escaldufa.

La entrevista no fue nada plana, pero sí previsible. Cuando le dije: señora, la prensa internacional, en vísperas de esta reunión, ha divulgado unas opiniones suyas que, seguramente, no fueron debidamente interpretadas, pero que han causado gran inquietud entre nosotros, en el Sur, es decir, en la mitad del mundo. Afortunadamente lord Carrington las ha contextualizado y, aunque severas, tratamos de entender que en su franqueza está la certidumbre del compromiso de su gobierno para mejorar en lo posible la asimetría de nuestros intercambios comer… Apenas me dejó terminar y señaló. “ lord Carrington es un diplomático excepcional y ha hecho una buena glosa de mis palabras, pero yo las asumo tal cual: Antes de pensar en los problemas de los países en vías de desarrollo, los países industrializados debemos atender prioritariamente nuestros problemas. Ya posteriormente podremos ocuparnos de los que les afectan a ustedes, los países del Sur”.

Señora –no pude evitar decirle–, la interdependencia de todos los pueblos del orbe es una realidad que está por encima de cualquier subjetivismo o conveniencia particular. La solución de los problemas que atañen al mundo del Norte está vinculada estrechamente al desarrollo de los pueblos del Sur, tanto como su actual subdesarrollo lo está a la dominación imperial (texto de la convocatoria a la Reunión Internacional). Si me oyó, nunca lo sabré. Ella continuó su texto y luego, casi humanamente, me dio las gracias. Posó brevísimamente su vista sobre mí, me extendió su mano e hizo fade out. Solía decir, con ufanía y altivez, la señora: Me bastan 10 minutos frente a cualquier persona para saber cómo es y cómo piensa. Yo la tuve media hora y con la ventaja de retenerla en un video. Pienso que tengo una modesta hipótesis de quién y cómo fue. Se las comentaré más adelante.