“¿Por qué mis canciones son tristes?”

mixtecos de la montaña en Nueva York

Rodolfo Hernández Corchado

Si comenzáramos a contar la historia de cada uno de nosotros, sería demasiado tiempo para contar cómo sufrimos, cómo vivimos en Guerrero. Venimos de distintas partes del estado; y nuestros pueblos son pueblos tan pequeños que ni siquiera existen en los mapas. En esos pueblos vive gente que ha sido abandonada por el gobierno, gente que ha muerto de hambre”, cuenta Baltasar, trabajador migrante, cuya historia es un fragmento de la historia del pueblo mixteco de la Montaña de Guerrero en la ciudad de Nueva York. Esa historia que se cuenta por las noches cuando se ha concluido la faena diaria como preparador de sushi en un restaurante japonés, cuando el trajín diario en la cocina de una pizzería o de un restaurante árabe ha terminado y al final del día se encuentra el tiempo para recuperar la memoria.

La noche sirve también para ocultar la tristeza, para alejarla con la guitarra y el acordeón. Cuando la noche llega, Baltasar aleja con su música la tristeza que está ahí metida, adentro de uno. Cuando no pasa el tiempo preparando comida, Baltasar es guitarrista, cantante y animador de un grupo de música norteña cuyos miembros, como él, son meseros, ayudantes de cocinero, trabajadores en la construcción, y migrantes mixtecos de la Montaña. Trabajadores y músicos, que lo mismo amenizan las fiestas de ese exilio que llamamos migración mexicana, el Día de Acción de Gracias, o en las celebraciones de Cincos de Mayos, Días de la Independencia, Centenarios y Bicentenarios realizados por organizaciones corporativas mexicanas y respaldadas por cónsules que administran las nostalgias y los afectos de hombres y mujeres como Baltasar, cuyos pueblos “no existen en los mapas” pero tampoco en la idea de país de estos administradores en tiempos de neocolonialismo neoliberal.


Visitando a mi valedor, Oaxaca, 2010.
Foto: Baldomero Robles

¿Dónde comienza entonces la historia del pueblo mixteco en Nueva York? Un sábado de verano en nuestro camino a Filadelfia, en donde tocaría con su grupo, Baltasar me llevó a pasear por su memoria, por su niñez y por las noches en que salía junto con su abuelo a cazar venados y mapaches en el sureste de la Montaña, mientras su padre se ausentaba temporalmente para trabajar como jornalero en Sinaloa. La ausencia de su padre es historia individual y compartida por muchos otros; y “el abandono” es la experiencia colectiva, que “viene de un tiempo muy atrás”, profundo, más allá de su padre, de su madre y de su abuelo jornaleros. “El abandono” es la palabra que nombra a la exclusión y opresión política de los pueblos indios por el Estado mexicano, y es también inicio de la historia del pueblo mixteco en Nueva York. El abandono de los mixtecos tiene muchos caminos, uno de ellos pasa por el enganche y la migración temporal al noreste agroexportador mexicano. Año con año, hombres y mujeres que hoy son los nuevos trabajadores migrantes de Nueva York, abandonaban la Montaña sólo para regresar a la región unos meses después y volverla a abandonar al año siguiente. Migración temporal desde la experiencia individual y familiar; migración perpetua desde la experiencia histórica de todo un pueblo.

Si intentáramos escribir una biografía de los trabajadores mixtecos en Nueva York, encontraríamos su infancia en su paso por Sinaloa, en el trabajo infantil. “La primera vez que fui a Sinaloa” —cuenta Baltasar— “yo era muy pequeño, creo que tenía cinco años. Toda mi familia, incluyendo mi abuelo, fueron a Sinaloa” para ser “tratados como animales”. En el nacimiento de estos trabajadores está la violencia y el grito de los enganchadores, las comadronas de la libre concurrencia del trabajo indígena en la fábrica global: “¿Quieren chambear, cabrones?” Los jornaleros mixtecos llevan una vida que en sus propias palabras, no es vida en sí misma: “En Sinaloa trabajábamos desde el amanecer hasta el atardecer, teníamos bajos salarios y un día de descanso. No había baños, agua potable, ni servicio de salud. La gente bebía el agua que se utilizaba para el riego. No era vida ésa, vivíamos como esclavos, allá no es vida”, concluye Baltasar. Migrar a Nueva York es el camino para escapar de Sinaloa, donde no hay vida, para escapar del trabajo de esclavo que es pasado y presente a la vez para el pueblo mixteco de la Montaña. Pasado para quienes han migrado a esta ciudad, y presente para quienes continúan migrando.

En la segunda mitad de los años noventa, la migración indígena de municipios como Alcozauca o Xalpatláhuac siguió a la migración mestiza de Tlapa y La Cañada, que en los ochentas se dirigió a California y Nueva York. Un día, el padre de Baltasar, que “fue hombre de campo”, recuerda su hijo, “de campesino se fue” a California, para después migrar a Nueva York. En el camino, quienes antes fueron campesinos hoy son los proletarios del norte; aún así, el pasado siempre está ahí. Cuando es momento de enfrentar el abuso de caseros, planeadores y desarrolladores que ponen su pie en barrios enteros “para expulsarnos como cucarachas”; entonces, aún en la lejanía, el origen emerge: “¿Por qué quieren hacerme esto a mí? ¿Tan sólo porque soy un campesino?” Hace tiempo que dejaron de serlo, pero ante el abuso de la trinidad compuesta por el casero, el patrón y la policía, el pasado vuelve apelando al origen campesino. ¿El futuro? La supervivencia de la lengua materna es incierta. Los mixtecos nacidos en Nueva York hablan su lengua en el hogar, pero “aunque perdamos la lengua, seguiremos peleando, siempre.”

En la década de 1990, la Montaña de Guerrero y sus habitantes fueron puestos en oferta por los mandamases del país. Sin embargo, cuando entre sus habitantes surge el descontento a la imposición de una “vida que no es vida”, se les acusa “de estar cerrados de la mente”. Puestos a indagar en la biografía de los mixtecos por tierras gabachas, Baltasar plantea sus orígenes de esta manera: “Cuando era niño dejé la escuela y fui jornalero por un rato. Al venir a Nueva York únicamente estamos tratando de salir adelante, estamos tratando de sacar adelante a nuestra familia. Cada uno tiene su propia historia, pero la principal causa por la que hemos abandonado nuestro pueblo es la pobreza. En Guerrero los gobiernos nos tienen abandonados. ¿Sabe por qué mis canciones son tristes? Porque tuve una vida dolorosa en Sinaloa cuando fui niño, por eso es que hay tanta tristeza en mí”.

Rodolfo Hernández Corchado, candidato a doctor en antropología por la City University de Nueva York, pertenece al sitio electrónico Huellas Mexicanas, dedicado a los migrantes mexicanos en Estados Unidos. Allí ha escrito sobre el punk y el rock indígenas de la Montaña de Guerrero.