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Se realizó en la demarcación la representación 170 de la Pasión y muerte del nazareno

Acompañan con fervor al Cristo de Iztapalapa en su injusto viacrucis

El tenor Fernando de la Mora acompañó con el Ave María el llanto de la madre del redentor

Los testigos bajaron del cerro indignados; mañana presenciarán el milagro de la resurrección

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La representación de la Pasión de Cristo es organizada por la comunidad, con ayuda logística de las autoridades de la delegaciónFoto Francisco Olvera
 
Periódico La Jornada
Sábado 30 de marzo de 2013, p. 6

Si la historia de Jesucristo es verdad, aunque sea de manera parcial, con él se cometió, en términos contemporáneos, una enorme injusticia, pues fue impedido de manifestar y difundir sus ideas, detenido de manera arbitraria, encarcelado y torturado, víctima de procesos judiciales irregulares, humillado en su dignidad al tener que cargar una cruz en público y ejecutado mediante una lenta y bárbara pena de muerte.

Por lo menos esa fue la percepción que agrió los ánimos, el  fervor y las convicciones de decenas de miles de habitantes de la antigua Jerusalén y de la actual Iztapalapa, quienes se congregaron ayer en el cerro de la Estrella-monte del Gólgota para presenciar la crucifixión del hijo de María y del carpintero José. Luego, una vez muerto, Jesús fue bajado de la gigantesca cruz y envuelto en un blanco sudario para realizar, en el centro del pueblo, la ceremonia del Santo Entierro.

La escenificación de la Pasión, muerte y resurrección de Cristo en Iztapalapa es el más famosa de los varios ejemplos aún existentes del teatro evangelizador de la Colonia, verdadero teatro de masas, como llamó el  escritor Carlos Monsiváis a esta tradición, en la que ahora participan unos 5 mil actores de los ocho barrios del lugar, más de 100 de ellos con diálogos importantes, la mayoría bien llevados.

Patrimonio cultural

Una tradición de la ciudad comenzada 170 años atrás, en 1843, e incluso un siglo antes, según documentos históricos, y que desde casi siempre es organizada de manera autónoma por la comunidad, sin intervención de la Iglesia católica y la colaboración sólo logística de las autoridades delegacionales y capitalinas, las cuales el año pasado declararon esta celebración como patrimonio cultural intangible de la ciudad de México.

El Domingo de Ramos Jesús de Nazaret –interpretado por el  joven mecánico de 25 años Jesús Flores– entró a Jerusalén, fue recibido con palmas, curó a los leprosos y platicó con los niños. El Jueves Santo cenó por última vez con los apóstoles, uno de los cuales lo traicionaría; fue tentado por el demonio para que no se sacrificara por los hombres; resucitó a Lázaro; fue entregado por Judas Iscariote, y encarcelado.

El Viernes Santo la jornada comenzó a las ocho y media de una fresca y soleada mañana en la calle Aztecas, con un recorrido de varios kilómetros de diversos personajes por los ocho barrios del centro de la delegación. Fue encabezado por la Corte de las Fanfarrias, los 12 apóstoles, María, Magdalena, tres mujeres piadosas, decenas de mujeres de pueblo, la mayoría niñas, hebreos y romanos a pie y a caballo.

Pero los más activos desde muy temprano fueron decenas, quizá centenas, de nazarenos, quienes caminaban presurosos por casi todas las calles del centro, cada uno con su cruz para, así, pagar una manda o cumplir una promesa.

Pasadas las 12 horas, ya con el sol a plomo, en la amplia explanada delegacional se realizaron varios de los momentos más teatrales con la recreación de varias escenas bíblicas en dos escenarios: El último concilio de los fariseos; Jesús ante Poncio Pilatos, gobernador romano en Jerusalén; Presentación de Jesús ante Herodes, la cabeza de los judíos, y Los azotes al hijo de Dios.

Ante Pilatos y Herodes, el acusado fue apabullado por las burocracias judiciales romanas y judías, pero también por la inseguridad e incapacidad para impartir justicia de ambos, sobre todo de Pilatos, quien pese a la petición de su esposa Claudia de evitar una injusticia contra Jesús y a la debilidad de las evidencias, prefirió lavarse las manos.

Finalmente, Jesús, quien amarrado con una cuerda era jalado y maltratado, fue azotado por dos romanos y luego condenado a morir crucificado, aunque él  mismo debería cargar por las calles de Jerusalén-Iztapalapa su enorme cruz de madera de 90 kilogramos, un verdadero viacrucis.

En el trayecto el rey de los judíos, anunciador del reino de Dios en la Tierra y predicador de ideas de justicia, paz y amor sufrió varias caídas; Verónica salió a su paso y le limpió el rostro; la Samaritana le negó agua y luego, arrrepentida, se la dio a beber, y Simón lo ayudó a cargar la pesada cruz cuando casi desfallecía, todo siempre con el hostigamiento y agresiones de los soldados del imperio romano.

El sentenciado llegó al cerro de la Estrella-monte del Gólgota pasadas las cuatro de la tarde, en medio de un zafarrancho, porque mucha gente quería ingresar al área restringida de la crucifixión, lo que fue impedido por los granaderos, muchos de ellos, a caballo, como los romanos.

Ahí, desde hacía horas, esperaban al Mesías miles o quizá decenas de miles de personas, y otros centenares de nazarenos con sus gigantescas cruces en descanso, apoyadas entre ellas, como en un paisaje de trincheras.

Alrededor de las 4:30 de la tarde Jesús fue crucificado, sacrificado, humillado. Junto con él murieron en la cruz los ladrones Dimas y Gestas, este último se burlaba. Falso profeta, le decía. Judas, arrepentido de entregarlo, se ahorcó.

Ya muerto Jesús, un romano le enterró una lanza en un costado y la Tierra se cimbró, mientras el tenor Fernando de la Mora cantaba el Ave María y la madre del redentor no paraba de llorar, desbordada de dolor.

Minutos antes de las cinco de la tarde, el cuerpo del hijo de Dios fue bajado de la cruz, envuelto en un blanco sudario y llevado al centro de Iztapalapa para realizar el Santo Sepulcro. Todos bajaron del cerro tristes o indignados, aunque este domingo presenciarán el milagro de la resurrección de la esperanza.