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La música religiosa del desmadroso Volfi
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Periódico La Jornada
Sábado 30 de marzo de 2013, p. a16

En los anaqueles de novedades discográficas esplende una caja de la marca Brilliant a sorprendente bajo precio con 12 discos compactos, uno de ellos cd-rom, titulada Mozart: Sacred Choral Works.

Su aparición es obvia: la economía se mueve en estos días, etiquetados como Semana Santa, en torno al gran negocio que es la Iglesia cristiana, que no es lo mismo que las creencias, necesidades y fe de las personas, sino más bien es la institución que lucra con esas creencias.

Así como en la temporada comercial membretada como Navidad suelen poblarse los anaqueles de novedades discográficas con una variedad que va de lo insufrible a lo sublime, en los días santos pululan grabaciones que en su mayoría no tienen que ver con lo que supuestamente celebran los mercachifles pues la mismísima Pasión según San Mateo, de Johann Sebastian Bach, no pertenece a la tradición católica, sino luterana y así muchos ejemplos.

El tema de la música religiosa es tan extenso como complicado. El ejemplo más reciente, la música de Arvo Pärt ha llevado a los despistados a seguir el disparate de la Wikipedia que lo quiere ubicar como un cultivador del minimalismo sacro. Pasu.

Algunos pasajes de Passio, esa cantata cristiana incrustrada en la gran tradición de la Iglesia ortodoxa rusa, por ejemplo, se alejan por completo de las atmósferas etéreas que caracterizan la obra del autor estonio, para ubicarse claramente como pasajes terribles, pues narra el cruento final del personaje, Jesucristo, pero también aparece claramente como fragmentos propios del proselitismo ideológico.

El caso de Mozart es fascinante. Resulta claro que la Iglesia ha dominado al planeta en muchos, largos, oscuros periodos. Ha dictado todo, desde la conducta sexual hasta la arquitectura, la literatura y todas las artes de entre las cuales la música, según dictó el papa Benedicto 14 en su encíclica Annus qui”, de 1749, debía cumplir la misión de llenar el Aula Dei con esplendor y belleza.

Pero eso que suena bonito tenía sus bemoles: se trataba de toda una legislación que imponía formatos de los cuales nadie se debía salir.

Pero como Mozart siempre ha estado más allá del bien y del mal, sonrío todo el tiempo frente a la estupidez humana y escribió hermosas, bellísimas páginas de música religiosa sin, aparentemente, salirse de los cánones para, alegremente, como dirían los maestros Les Luthiers, reflexionar fuera del recipiente.

De hecho, suplicaba en sus cartas al padre que el buen Leopold, su maestro y guía para convertirse en gran autodidacta, le enviara partituras, muchas, religiosas, pues, explicaba Volfi: agrada entretenerse con todos los diferentes maestros: los antiguos y los modernos.

De las 626 obras que compuso, 88 de ellas las destinó el desmadroso Volfi al servicio litúrgico: 19 misas (incluyendo el inconcluso y póstumo Requiem), 15 pasajes de misas (incluyendo el Kyrie de Munich), 13 motetes, 11 cantos litúrgicos (entre ellos las dos hermosas Vísperas), cuatro letanías, ocho himnos religiosos (entre ellos la música fúnebre) y 17 sonatas litúrgicas.

La sabiduría autodidacta de Volfi lo guió hacia dos modelos que siguió y superó con creces: el canto gregoriano (herramienta que explica la fascinación que produce en el escucha su música religiosa, parecida a la recitación de mantras: un estado de trance) y la polifonía (el famoso stilo antico) y si bien se trataba de música digestiva, es decir que lo hacía como empleado, por encargo, para sobrevivir, en realidad todo su trabajo lo hacía con gusto, con amor (de ahí el arrastre popular de su música) e incluso hizo muchas obras de música religiosa por puro gusto, sin que se tratara de encargos. Ah, Volfi era masón.

Hay momentos en su música religiosa donde se escuchan frases voluptuosas, fragmentos eróticos propios de Don Giovanni o Cosi fan tutte, que para los oídos inquisidores pasan desapercibidos, porque es sabido que los censores, los opresores, son ignorantes por definición. Son pasajes semejantes a los rostros de éxtasis de las vírgenes en los rincones de las iglesias olvidadas europeas.

A pesar de que el príncipe arzobispo Hieronymus von Colloredo, a quien sarcásticamente Volfi llamaba el gran Mufti, se encargó de hacerle la vida de cuadritos a Volfi, a quien trataba como al peor de sus empleados, el alegre de alma Wolfgangus Amadeus Muzartus convirtió los gestos más ojeis en sonrisas en su música, la maldad la sometió con el bien, y es lo que suena en sus partituras.

El calendario comercial dice que hoy es sábado de gloria. Qué más glorioso que disfrutar la bellísima música religiosa, que si la escuchamos con atención resulta profundamente laica, del humilde y glorioso Volfi.

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