Opinión
Ver día anteriorMiércoles 27 de marzo de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Isocronías

Del proceso poético

D

e alguna manera la poesía siempre toma por sorpresa. Deliquio o maravilla, constituye un estado más que una estructura. Acaso, sí, un estado sostenido en o por una estructura que debe ser descubierta, o que descubriéndose va a la par que el estado viviéndose. Esta alegría de creación, que lo suyo tiene de aparición (reaparición prístina si se perdona el juego con la paradoja) de la Creación, trae desde luego novedad, una novedad que proviene, que llega como de antiguo –y que futuro promete tener.

El poeta, pensamos, debe estar preparado para esa sorpresa, para de esa sorpresa aprender y ser capaz de transmitirla. Quiero decir, debe estar preparado para el descubrimiento de la estructura de la sorpresa, una estructura que (gusto de imaginar, sin en primer lugar proponérselo) sorprende siempre . Y suele, agregaremos, como natural sorprender.

Consideramos el goce literario, muy en particular el goce lírico, como una textura de intensidades. El estado de alerta en este sentido no implica por tanto siempre la alta o la profunda intensidad. Hay, debe haberlas, variaciones al respecto. Quizá no sean las siguientes las mejores palabras para expresarlo, pero la sorpresa debe tener una base de clara certidumbre. Imaginemos a un lector/lectora leyendo un texto valioso, descubriéndolo, identificándose con él: es natural que tienda a soñar, a imaginar, a –para hacerlo– salirse de la realidad que lo/la rodea. Pero curiosamente para darse al ejercicio de imaginar con no poca frecuencia deberá suspender la lectura y, vivenciando una mezcla de lo imaginado con lo real al principio, volver –así sea por momentos– a lo real real.

Diferencio tiempo ha la imaginación de la fantasía y más aún –quedará, supongo, mayormente clara la diferencia– del fantaseo. Digo que la fantasía es un descanso de la mente, mientras que la imaginación es (sor Juana a lo mejor podría contribuir con alguna frase acerca de esto) trabajo que descansa... y que tiende a una realización; no desaparece con facilidad de la mente que de ella, en ella, se ha ocupado. Gusta de aparecer como estructura, como objeto, como realidad al fin y al cabo (del modo que sea) en la vida. Exige concreción.

Del lector hablé no para eludir al autor, sino para más fácilmente entrar a sus terrenos. De momento sólo espejeemos mirando en el lector, por así decir in vitro, el trabajo del autor.