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A la mitad del foro

Lo del agua al agua

L

argo el estiaje, dura la sequía. Treinta millones de mexicanos afectados por el fenómeno en la última década. Viene de lejos. En el altiplano potosino hay niños que cumplen seis o siete años sin haber visto llover. Y en Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila navegan el desierto los campesinos en busca del ixtle y la candelilla. Pobres de siempre; las cosechas de las tierras flacas, temporaleras. Habitamos el espinazo de América; sin huracanes no hay agua. Y cuando llegan siembran destrucción y muerte.

El año pasado causaron daños por 450 millones de pesos los fenómenos climáticos; se destinaron 36 mil millones de pesos al alivio de esas contingencias. No quedan ni las cuatro milpas de la canción ranchera. Y un funcionario del panismo alternante declaró pomposamente que no habría hambruna por falta de maíz, que lo compraríamos al otro lado del Bravo. De allá, donde padecen la más prolongada sequía desde la de los años 30, la de la fuga de la tormenta de polvo, con rumbo a California; la de los Viñedos de la Ira, prólogo y condena de la desigualdad dominante y la gran depresión. Allá subió el precio del maíz. Acá no hay más que lamentos por los transgénicos que anticipan una plaga peor que las bíblicas invasiones de langostas. Larga sequía y la destrucción de nuestros ríos y corrientes subterráneas.

Los acuíferos del valle de Anahuac han sido sobrexplotados, y poco se ha hecho para que las lluvias alimenten las cuencas hídricas del subsuelo. La metrópoli de la vieja vanidad, la que alardeaba ser la ciudad de los palacios, según certificado del barón Von Humboldt, se abastece del agua sustraída de la cuenca del Lerma y otras tan distantes como el río Pánuco. Guadalajara ha visto el lago de Chapala reducirse casi a charco grande, y al caudal del río Santiago envenenado, contaminado, convertido en vector de muerte, de miseria. Del agua que hay, más de 70 por ciento se destina a tierras agrícolas. Y se desperdicia por la incuria, por el desmantelamiento de las instituciones creadas en el siglo XX, el del Estado benefactor, el ogro filantrópico de la visión poética de Octavio Paz.

Después de la globalidad, el diluvio. No hay quien haga una tabla pareja en parcelas de riego. Y en la región más transparente se inunda la capital de la República, y las aguas negras invaden las poblaciones conurbadas, ricas y pobres. Un año sí y otro también. Con la misma regularidad con la que no llega el agua del sistema Cutzamala. La que alguna vez fue la notable obra del drenaje profundo se pudrió; la usaron para sacar las aguas negras. En otras de nuestras capitales no hay ni ha habido nunca drenaje para las aguas de lluvia. Y en casi toda la geografía nacional, los pobres que llegan de tierras rurales se instalan en el cauce mismo de ríos secos que son torrente en cuanto llegan las lluvias, los huracanes. Agua le pido a mi Dios, decía la vieja canción.

Enrique Peña Nieto navega viento en popa, a toda vela, en busca del vellocino dorado de las reformas legislativas que impidan el naufragio. Cien días de gobierno y recuento alegre de logros. Reforma educativa sin tormentas aterradoras (hasta ese momento); reforma de telecomunicaciones aprobada en la Cámara de Diputados; con Manlio Fabio Beltrones atento a la perinola de la oligarquía: todos toman, todos ponen, dice. Y funciona el acuerdo del pacto de partidos que no es cohabitación de gobierno. A Jesús Zambrano lo emboscaron jóvenes de provecta edad: ¡traidor!, ¡vende patrias!, le gritaron. A Gustavo Madero se le dispersan los panistas del consejo aristocratizante. Nada pasa, nada impide que reclamen la coautoría de las reformas. Y que reivindiquen la capacidad de negociar, acordar, hacer política. Aunque de la bancada del PT sentencien que traen el mandato del gran legislador en que se está convirtiendo el presidente de la República, a la antigüita.

Agua bendita. Del Vaticano, del breve y cordial encuentro con el papa Francisco; de la presencia en ceremonial religioso de un jefe de Estado laico que tuvo ocasión de ir a misa y comulgar. Ni modo ni manera, dijo Pánfilo Natera. El Estado mexicano tiene relaciones diplomáticas con el Estado vaticano. Y los adelantados de la globalidad abrieron la caja de Pandora en el sexenio salinista. La pluralidad política, la paz con las izquierdas modernas y la comunidad con los dueños del dinero, bien valen una misa. En Chipre cierran los bancos. La Unión Europea no cede en el dogmatismo que confunde la crisis de empleo, de crecimiento, con una crisis fiscal. Hasta 10 por ciento de sus depósitos han de pagar los cuentahabientes: se niegan. Y se habla del corralito de Menem en la tierra del papa Francisco, jesuita, argentino y peronista.

Luis Videgaray, secretario de Hacienda y uno de la troika impulsora del pacto, con Miguel Ángel Osorio Chong y José Murat, mete la mano en la pila del agua bendita. Emplazado a presentar la iniciativa de reforma hacendaria anticipa que es el turno de la banca, de los banqueros que no dan crédito a la mediana y pequeña industria, la que más empleos genera. Es más fácil sacarle agua a una roca. El Día Mundial del Agua, Enrique Peña Nieto expuso que 35 millones de mexicanos a duras penas disponen de ella; que uno de cada seis acuíferos están sobrexplotados. Anunció la implantación de una política de Estado para responder a la gravedad del problema; reglas para controlar la explotación de corrientes subterráneas y la perforación de pozos. David Korenfeld, director de Conagua, informó que en el subsuelo está 40 por ciento del total del agua disponible para consumo humano.

Restablecer la rectoría del Estado, dijeron desde el 1º de diciembre de 2012. Más allá de restaurar un discurso de progreso optimista tendríamos que rescatar la memoria del pasado reciente, recordar los logros del siglo XX para confrontarlos con las consecuencias de la prisa de los neoconservadores por desmantelar las instituciones del poder liberal; y las de la justicia social, vacía de sentido por los simuladores del priato tardío, pero indudable motor en el empeño de reducir, de combatir la inequidad, la pavorosa desigualdad que padecemos, el abismo entre la opulenta minoría en cuyas manos se concentra la riqueza, y la mayoría hundida en la pobreza y el hambre.

La izquierda, para decirlo lisa y llanamente, tiene algo que conservar, dice Tony Judt en ¿Qué vive y qué está muerto en la social democracia? Es la derecha la que ha heredado la ambiciosa urgencia modernista a destruir e innovar a nombre de un proyecto universal. Del capitalismo financiero global, inconmovible ante el escándalo de los gobiernos europeos, en la dirección del FMI, en la banca del Vaticano; en los desplomes bancarios de Estados Unidos y la rebelión legislativa de la derecha rupestre en Washington. En las turbias cuentas del panismo que sacó al PRI de Los Pinos y entró a saco en el gasto público; derecha sin rumbo y sin más objetivo que destruir el Estado moderno mexicano, las instituciones de bienestar social, la educación pública laica y gratuita, la memoria del proceso histórico.

Se agitan las corrientes profundas. Carreteras bloqueadas en días de guardar. Incompetencia de gobernadores transgénicos. En Guerrero disolvieron a tiros el bloqueo de normalistas; el de profesores de la coordinadora con el dejar hacer, dejar pasar, y amenazas al estilo de la que nunca fue dictadura perfecta.

Los dueños del dinero creen que todo vuelve a su nivel. Y lo del agua al agua.