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Presentaron libro-catálogo del escultor en el Museo Nacional de Antropología

Formemos todos un tzompantli vivo con nuestras calaveras, pidió Manuel Marín
 
Periódico La Jornada
Sábado 9 de marzo de 2013, p. 4

Durante la presentación, hace unos días, de su libro/catálogo Tzompantli, el escultor Manuel Marín convirtió al público del auditorio Jaime Torres Bodet, del Museo Nacional de Antropología, en un gran muro de cráneos al decir: “Todos traemos una calavera. Aquí, todos estamos con nuestra calavera viva. Y, yo, con los pensamientos que les di en unas tiritas de papel, hago que se les atraviese la calavera para entre todos hacer un tzompantli vivo”.

Se trató de una exposición montada, primero, en el Museo de Arte Popular, luego, en la Fundación Sebastián, y con posterioridad, en la Casa Talavera, perteneciente a la Universidad Autónoma de la Ciudad de México. En cada lugar adquirió características diferentes. El tomo fue publicado por el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes.

Para la crítica de arte Teresa del Conde, colaboradora de La Jornada, al referirse a la muestra de la Fundación Sebastián, “el acierto estuvo en convertir el recinto en el continente de las calaveras como si fuera el templo. Estaba pintado todo de negro con lo que los únicos claros luminosos correspondían a las calaveras. Podían ser tomadas también como las carretas que ofrecen las diferentes muertes, las personas. Y eso se realizó en un momento en que hubo, bueno, todavía existe, la costumbre de decapitar los cadáveres, producto de la guerra con el narcotráfico. Eso tuvo que ver también con eso.

El conjunto, a mí parecer, no es fúnebre, y no es macabro, es hasta un poco jocoso, a la vez que didáctico en cuanto a las modalidades de la perspectiva de los planos anteloposteriores y en general respecto de la sicología de la percepción, aunque también se debe considerar que la calavera es lo que hace la cara.

El arqueólogo Eduardo Matos Moctezuma recordó el día que el artista, nuevo miembro de número de la Academia de las Artes, lo fue a ver para invitarlo a escribir un texto para la exposición, que se incluye en el libro: “De repente empezó a sacar, como mago, una serie de calacas que echó por el suelo en mi estudio. Me maravilló esa capacidad que sólo un gran artista puede tener de tomar un elemento, el cráneo, como motivo de inspiración para transformarlo en cientos y, quizá, miles de cráneos que nos hubiera podido dar.

No hay un solo cráneo igual a otro. Todos tienen su propia personalidad y esto, transformado en montones de calaveras, realmente dan ese panorama de la muerte, lo que implicaba en el mundo prehispánico, pero lo que implica para un artista como Marín.

Símbolos ensimismados

A decir de Luis Ignacio Sáinz, autor del texto incluido en el libro, las calaveras de (Manuel) Marín incorporan el complejo legado mexicano, pero alterado, ya que para empezar evitan la referencia al proceso secuencial del sacrificio, mostrándonos, única y exclusivamente, los galardones atesorados: justo los cráneos en calidad de símbolos ensimismados.

Continuó: “El tratamiento de Marín elude abordar la violencia y el sacrificio, insisto. Para comenzar neutraliza las formas al refugiarse en la tonalidad que dan los materiales utilizados: gamas del blanco para los papeles y los cartones, las maderas esas sí pintadas, además de unas poquísimas piezas trabajadas en acero.

Marín no pestañea mientras cumple su exhumación: honrar el arte sagrado mexica, con la reivindicación de que los objetos expuestos alguna vez tuvieron vida, son reintegros de lo real, manifestó Sáinz.