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Las glorias musicales bolivarianas
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Periódico La Jornada
Sábado 2 de marzo de 2013, p. a16

La presencia discográfica de Gustavo Dudamel, ese prodigio surgido del Sistema de Orquestas y Coros de Venezuela, alcanza ya niveles colosales.

Prácticamente ha rebasado, en la intensidad y número de grabaciones en poco tiempo, a las otras grandes batutas en activo, de entre quienes Daniel Barenboim parecía tener actividad semejante a la de Dudamel en las salas de grabación discográfica.

Sir Simon Rattle, Claudio Abbado en su retorno, Pierre Boulez, son quienes mayor actividad discográfica lucen estos días. Y esos son los nombres junto a los cuales figura, hombro con hombro, este joven de 32 años nacido en una modesta casa en Barquisimeto, Venezuela.

Gracias a la revolución social que activó José Antonio Abreu, el creador de ese programa que cariñosamente conocemos como El Sistema, el joven Dudamel está sentado en los cuernos de la Luna.

En realidad, El Sistema no busca crear estrellas del firmamento musical. Su propósito es crear mejores personas y es de tal manera que los miles y miles de niños y jóvenes que en este momento están haciendo música en todos los rincones de Venezuela hacen que el mundo sea mejor.

Y como parte de esos frutos, tenemos a un talento mayúsculo que, de no existir El Sistema venezolano, seguiría latente, ignorado, como lo están miles y miles de talentos por doquier, especialmente en México.

Frutos: Gustavo Dudamel ha grabado tantos discos en los meses recientes, que resulta difícil seguirle el paso, de manera que hoy nos ocuparemos de los tres más recientes, el primero de los cuales es al mismo tiempo una culminación fantástica: la Novena Sinfonía de Gustav Mahler con la Filarmónica de Los Ángeles. Escucho la grabación y constato a cada momento el milagro: ¡es genial, sencillamente genial! Una versión discográfica que convence, emociona y hace trepidar lo mismo a mahlerianos que a todo público. Un hito, ciertamente.

El contexto es monumental: fue con la Filarmónica de Los Ángeles, de la cual es hoy Gustavo Dudamel su director titular, un gozne definitivo de cuando ocurrió el despertar del universo mahleriano para el mundo, pues hoy que se trata de un referente se suele olvidar que hace poco tiempo Mahler era un desconocido, inclusive vilipendiado.

El 16 de enero de 1961, Bruno Walter, el asistente personal de Mahler, grabó con la Filarmónica de Los Ángeles la Novena Sinfonía de su maestro. Esa grabación es valorada como la piedra de toque del renacimiento mahleriano.

En 1969, sir John Barbirolli grabó esa misma sinfonía con la orquesta angelina y en 1975 hizo lo propio el italiano Carlo Maria Giulini, ambas grabaciones están entre las mejores de la Novena mahleriana.

Es en ese contexto que, 50 años después de la piedra fundacional que construyó Bruno Walter y luego de hitos fundamentales en la discografía mahleriana como los creados por Barbirolli y Giulini, un joven venezolano crea el nuevo hito.

Actualmente, Gustavo Dudamel es director titular de tres orquestas de primer nivel mundial: la mencionada Filarmónica de Los Ángeles, la Sinfónica de Gothenburg, Suecia, y la Orquesta de la Juventud Bolivariana de Venezuela. Una impronta.

En orden retrospectivo, ocupémonos ahora de la caja con tres discos, siempre bajo el sello alemán Deutsche Grammophon, que Dudamel grabó recientemente con la Sinfónica de Gothenburg:

El primero de esos tres discos es otro nuevo referente en la discografía mundial: la Novena Sinfonía de Anton Bruckner, en una versión volcánica, pasional, meditativa, explosiva-implosiva, una verdadera maravilla de interpretación.

Al igual que en la Novena de Mahler, en la Novena de Bruckner (su antecesor y paisano, austriaco), el contexto de las grabaciones existentes es de colosos. Baste citar dos ejemplos: en el primer caso, la Novena mahleriana, la impronta de Claudio Abbado, por cierto maestro de Dudamel en el cosmos mahleriano, y en el segundo, la Novena bruckneriana, la versión de sir Simon Rattle, también maestro de Dudamel. He aquí, entonces, una genealogía genial, una cadena de continuidad que explica la línea del tiempo que dibuja el arte del silencio y del sonido.

El segundo de los discos de esta caja sueca contiene la versión de Dudamel a la Segunda Sinfonía de Jean Sibelius. Lo que suena entonces es agüita fresca y transparente en su manso fluir.

El tercer disco sueco del director venezolano contiene la legendaria Sinfonía Inextinguible, del compositor danés Carl Nielsen, precedida de la Cuarta Sinfonía de ese mismo autor. Palabras mayores. Hablamos de partituras de complejidad extrema y dificultades técnicas que solamente pueden superar los grandes maestros. He ahí a un joven latinoamericano convertido, a su corta edad, en uno de los grandes maestros del firmamento musical.

También el año pasado, justo en el verano, Dudamel dirigió a la que es para muchos la segunda mejor orquesta del mundo, luego de la Filarmónica de Berlín (la que, por cierto, dirigió Gustavo hace un par de semanas, con éxito descomunal, según pudimos constatar en la transmisión en vivo por Internet) y se trata de la Filarmónica de Viena.

El disco se titula Danzas e impresiones de la naturaleza (el título original es Dances and waves) y es pura gozadera, producto de un concierto nocturno en los jardines barrocos del palacio de Schönbrun: la Polonesa de la ópera Eugene Onegin, de Chaikovski; las Danzas Polovetsianas, de Borodin; la Danza de los siete velos, de la ópera Salomé, de Richard Strauss; la Danza de las horas, de Amilcare Ponchielli. En fin, la pura gozadera.

Larga vida al joven maestro Gustavo Dudamel. Larga vida a las glorias musicales bolivarianas.

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