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El director de orquesta muniqués cumpliría 90 años en agosto

Culmina otro episodio de grandes en el podio: murió Wolfgang Sawallisch
 
Periódico La Jornada
Lunes 25 de febrero de 2013, p. a10

Protagonista de toda una era de estilo, influencia y escuela en la dirección de orquestas, el maestro muniqués Wolfgang Sawallisch –nombrado así por Mozart– falleció en su casa, en la Alta Baviera. En agosto cumpliría 90 años de edad.

Con él culmina otro episodio de la gran tradición de los gigantes sobre el podio. A diferencia de Furtwaengler, Celibidache y toda esa dinastía que duró hasta Karajan, Wolfgang Sawallisch era lo contrario al director dictador.

Todo dulzura, su única meta era hacer música, según glosaba siempre su gran amiga, la soprano suprema Elizabeth Schwarzkopf.

Wofgang Sawallisch en vivo, cuando visitó nuestro país al frente de la Orquesta de Cleveland: ojos cerrados, la mano izquierda vuela sinuosa mientras la derecha convierte en mástil de un velero la batuta: marfil garante de viaje próspero, mar en calma.

El estilo tan peculiar de dirigir, su elegancia en el podio, la delicadeza de sus movimientos y sobre todo el poderío de los sonidos que de su batuta emanaban, le ganaron de por vida el mote de “esfinge de marfil enfundada en un smoking”.

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Sawallisch visitó México con la Orquesta de ClevelandFoto Archivo

Entre los varios centenares de discos que grabó Wolfgang Sawallisch, sin duda hay que destacar su especialidad: la música de sus paisanos, los compositores alemanes, en este orden: Richard Strauss, prácticamente su alter ego; Richard Wagner, más allá de la epopeya; Johannes Brahms, electrizantes sus sinfonías, centellas desde sus manos; Robert Schumann, de donde hizo brillar lo que para otros directores son rocas rombas, opacas turgencias. Y a lo último, pero no lo último: Ludwig van Beethoven.

Una manera de medir lo que logró con las sinfonías del compositor de Bonn, es trayendo a cuenta el momento en el que terminó de grabar en disco la Sexta Sinfonía, Pastoral: los ingenieros de sonido no se movían de su lugar ni pararon las máquinas de grabar: estaban inundados en lágrimas. Ha muerto, entonces, un coloso.