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No Sólo de Pan...

Nutrición y hambre

D

ice Julio Boltvitnik (Jornada del Campo, No. 65) interpretando a Marx: Esta dependencia (del hombre) de los objetos externos es más evidente en la alimentación que en ninguna otra necesidad y añade: Las necesidades del hombre, a diferencia de los animales, son históricas (o sea que hay) una humanización de las necesidades biológicas, para concluir que hablar de hambre y pobreza alimentaria humanas no se limita a la malnutrición de las personas. Tema que hemos tratado machaconamente en esta joven columna, cuya entrega 16 es la presente.

La historicidad de las necesidades básicas implica una elección consciente en la integración de las novedades en el corpus pre-existente, así por ejemplo, la introducción de nuestro xitomatl rojo en el siglo XVI en Europa es asimilado en partes del Mediterráneo y especialmente en Italia; del mismo modo que, mientras en el norte de este país se integra el arroz proveniente del Oriente en el siglo XV, es rechazado su cultivo en las costas mediterráneas de Francia, donde lo aceptan hasta el siglo XX.

En México se introdujeron con la conquista y durante la Colonia la grasa y carne de cerdo, los lácteos, los huevos y carne de gallináceos, bovinos, ovinos y caprinos, el azúcar y el café, ajos, cebollas y cilantro, para sólo mencionar los más relevantes que, aún así, fueron disparejamente incorporados, por una parte en las dietas de la población urbana y por la otra en las comunidades indígenas, que quedaron deliberadamente aisladas para su explotación colectiva por la encomienda y luego mediante las concesiones de sus recursos naturales a empresas privadas, hasta los siglos XX y XXI.

La disparidad dietética por elección entre ambas poblaciones puede ser confirmada por quienes, siendo del medio urbano, hayan visitado algún pueblo o bien conozcan una persona proveniente de éstos, al notar su disgusto por la cebolla y el ajo, o/y los lácteos, no así por el cerdo y los huevos.

Pobreza alimentaria y cultural, suele dictaminarse ante estos rechazos, cuando en realidad el sentimiento de pobreza de los indígenas, al trabajar en las ciudades o al empobrecer sus medios, reside en la falta de maíz fresco, vainas verdes de frijol, quelites y frutas diversas, pobreza de los sabores que provee su propio campo, tan distintos como lo es un pollo de su patio comparado con uno de Walmart, en el que, sin embargo, la población urbana encuentra incluso placer. Pues, a medida que los mercados de perecederos son sustituidos por supermercados, con comida envasada o perecedera, que se prepara para que su oferta dure periodos mayores, la gente de las urbes ha ido incorporando sabores que no eligió libremente, sino le han sido impuestos. Entre ellos están los purés de tomate y los concentrados de pollo que se añaden a tantos guisos con evocaciones de comida tradicional mexicana, pero tan alejados de ella, no sólo por su gusto sino por sus nutrientes e inocuidad.

Revisando la historia del menú diario familiar, comercial e incluso asistencial no indígena, se aprecia una modificación, en pocos decenios, donde se introducen las pastas de formas variadas, para dar la ilusión de un cambio en la monotonía de los caldos rojos y químicos con que empieza la comida principal del día, cuyo plato fuerte puede ser atún y verdurillas enlatados con mayonesa, acompañados de pan de caja, o bien salchichas guisadas a la mexicana con frijoles aguados y bolillo, los que son alternados en la semana –según las posibilidades– con guisos de aves o res y tortillas, para terminar con una gelatina, flan o yogur cargados de azúcar, todo acompañado de bebidas embotelladas o, en el mejor caso, con aguas caseras de sabor y azúcar.

Esto que hoy se llama comida mexicana por ser la dieta de millones de personas, se deja fuera de la discusión sobre la pobreza y la obesidad que suele dirigirse solamente contra las fritangas (mexicanas) y la chatarra (trasnacional) ¡Ya no se diga fuera de la discusión más sutil y no por ello menos importante, de la cultura alimentaria pisoteada! Cuando deberíamos, en todo el mundo y no sólo en México, cuestionar los orígenes, el desarrollo y los resultados en los distintos pueblos del cambio de dietas ligado a las modificaciones en la producción de alimentos. Y ojo: no decimos ligados a la evolución tecnológica, porque sus beneficios no implican necesariamente desempleo en el agro, empobrecimiento y contaminación de suelos, o crisis de la oferta de alimentos y hambre.

Como dice el ex general y doctor José Francisco Gallardo Rodríguez, a propósito de los 11 mil muertos por hambre reconocidos oficialmente (La Jornada, 18-II-13): El hambre es una arma política, no es falta de alimentos, pero igual es un genocidio.