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Ionesco en la Lacandona
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ea por arrogancia, mala memoria, descuido, desaseo o imprudencia, comenzar la Cruzada Nacional contra el Hambre con una movilización masiva en Las Margaritas, Chiapas, el pasado 21 de enero, fue una mala decisión de Enrique Peña Nieto. No tenía ninguna necesidad de hacerlo. Podía haber dado el banderazo de salida de su programa en cualquier municipio pobre del país, pero decidió hacerlo en territorio zapatista, un mes después de la movilización de 45 mil rebeldes.

La respuesta del subcomandante Marcos llegó horas después del acto oficial. El mensaje central del comunicado fue un cartón en el que aparece una mano haciendo una seña obscena popularmente conocida como la gaver, en la que el dedo cordial está erguido mientras los cuatro apéndices restantes se encuentran doblados.

El comunicado está dirigido a Alí Baba y sus 40 ladrones. En una posdata caracteriza el acto como: “Pésima coreografía y mala coordinación. Ese aplauso de los acarreados estuvo completamente fuera de tiempo, hasta el ‘preciso’ se dio cuenta (lo que ya es decir bastante). Recuerden que el fondo es la forma (¿o será al revés?). Mmh… y siguen los tartamudeos, además, de las equivocaciones en el uso del plural, el singular, el masculino y el femenino”.

Para rematar, en la posdata final alburea y descalifica a los dirigentes perredistas Jesús Ortega y Jesús Zambrano. Las limosnas, dice, “las tienen que ofrecer en otro lado... O pueden dárselas en el ‘Pacto por México’”.

La referencia a los dirigentes de Nueva Izquierda no es gratuita. Ellos desempeñaron un papel central en hacer abortar en 2001 la aprobación de la reforma constitucional sobre derechos y cultura indígena, elaborada por la Comisión de Concordia y Pacificación (ley Cocopa), y en su lugar legislar un engendro de reforma. En cambio, en lo que parece ser una jugada política para negociar con el gobierno, ahora hablan de que los acuerdos de San Andrés deben aprobarse. Es sabido, además, que ellos son dentro del PRD los principales promotores del Pacto por México, impulsado sin que exista el acuerdo para hacerlo dentro del partido.

El municipio de Las Margaritas parece ocupar un lugar relevante en el museo de las pesadillas priístas. Lo que allí ha sucedido desde hace 20 años es un fantasma que asusta sus sueños de ser invencibles. Es un recordatorio de que la parafernalia del poder no puede exorcizar a los demonios de la inconformidad popular.

Antes de organizar el acto en Las Margaritas, los estrategas de Peña Nieto debieron asomarse a la historia regional de las últimas dos décadas. ¿O lo hicieron y pensaron que necesitaban dar una demostración de fuerza política en territorio rebelde?

En mayo de 1993, siete meses antes de la insurrección armada del EZLN, tropas del Ejército Mexicano localizaron el campamento Las Calabazas en la sierra Corralchén. Se produjeron entonces los primeros enfrentamientos entre fuerzas federales y zapatistas.

Para tratar de frenar el rebelión en marcha, el gobierno federal desplegó tropas en la región e impulsó un ambicioso programa de combate a la pobreza. En septiembre de 1993, Luis Donaldo Colosio, entonces secretario de Desarrollo Social, en compañía del presidente Carlos Salinas de Gortari, se desplazó a la comunidad de Guadalupe Tepeyac, a 80 kilómetros de la cabecera municipal de Las Margaritas, para inaugurar un hospital financiado por el Pronasol (que no contaba con el equipo médico para funcionar), bendecir la salida al mercado del café Solidaridad y anunciar proyectos de desarrollo.

Nada de eso sirvió. El 1º de enero de 1994, poco más de tres meses después de aquella visita, a pesar de la multitud de soldados y del dinero regado para frenar el levantamiento, los indígenas de aquella región se levantaron en armas. Muchos utilizaron los recursos que el gobierno dio para combatir la pobreza para comprar los fusiles con los que se insurreccionaron.

El 28 de noviembre de 1993, Luis Donaldo Colosio fue designado candidato del PRI a la Presidencia de la República. Dentro de su equipo hubo quien promovió que el inicio de su campaña se efectuara el 10 de enero siguiente en Las Margaritas, Chiapas, a pesar de que todavía había combates entre el EZLN y el Ejército. Finalmente se decidió trasladar el evento a Huejutla, Hidalgo. Dos días después, el presidente Salinas decretó un alto al fuego unilateral para comenzar el diálogo.

El acto de Las Margaritas del pasado 21 de enero es un indicador de la falta de brújula del gobierno federal para resolver el conflicto con el EZLN. ¿Se trataba de anunciar una cruzada contra el hambre o contra los zapatistas? ¿Quisieron matar dos pájaros de un tiro? El gobierno no consiguió ni lo uno ni lo otro. Por el contrario, terminó convirtiendo a los rebeldes en críticos centrales de su programa. Para usar una metáfora de futbol, se puede decir que Peña Nieto les pasó el balón enfrente de su portería, y ellos no perdonaron meterle gol. “Las limosnas –les dijo Marcos– tienen que darlas en otro lado.”

Sorprendido por la emergencia de un actor político que no contemplaba y que no se sujeta a las reglas del Pacto por México ni a la política tradicional, el gobierno se comporta hacia EZLN de manera omisa, errática y contradictoria. Las señales que manda son contradictorias. Lo que quiere hacer, si es que realmente lo sabe, es un enigma. Sus acciones se asemejan más a una puesta en escena de una obra de teatro del absurdo que a un ejercicio de alta política. Eugène Ionesco llegó a la Lacandona.