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Reforma intensa e integral
U

na reforma intensa, integral, reclama con razón la voz autorizada del rector José Narro. De acuerdo con La Jornada (26/1/13), el rector una vez más demandó: El país requiere una reforma educativa de fondo, integral, que contemple desde la educación prescolar hasta el posgrado, con la participación de todos los actores, que no pretenda atribuir la responsabilidad de la calidad educativa a un solo sector, que resuelva los temas y problemas de la infraestructura, cursos a docentes, de la calidad de los planes y programas educativos, y con acceso a medios complementarios para fortalecer el aprendizaje.

Convengamos que es de celebrar que la reforma aprobada va en pos de restarle un trozo de poder a Elba Esther; pero la reforma constitucional no opera milagros tal que, su aprobación, aminore por arte de birlibirloque el poder de esa señora. Si las leyes secundarias logran establecer que la permanencia de los docentes dependa de sus méritos académicos, habremos hecho algo académico indispensable; al mismo tiempo, su permanencia dejara de depender del poder del nefastísimo SNTE. Quedará, por tanto, recortado un pedazo del poder de la maestra. Pero quedan muchos factores de poder más de la cacique del magisterio. ¿Qué va a ocurrir con las escuelas normales, por ejemplo? Son terreno de ese personaje. ¿Qué va a pasar con las estructuras de administración pública de la educación en las entidades federativas? Si se atrevieran, los gobernadores podrían informarle a usted cómo se nombran: llega el SNTE con una hoja de papel que entrega al gobernador recién legado, y se lo entrega diciéndole estas palabras u otras similares: estos son los nombramientos, del secretario de educación, de los subsecretarios, de las direcciones generales y lo que se acumule. El íntegro poder de la señora debe ir a la basura para despejar el camino y levantar sobre pilares sólidos un sistema educativo digno de tal nombre.

Por lo demás, la reforma educativa aprobada se refiere a un factor de un tramo de la carrera educativa. De ella, lo que acojona a las direcciones del SNTE y de la CNTE –que en este tema son almas gemelas– es la evaluación: bochornoso. No se ha llegado aún a una definición final sobre la evaluación, pero frente a esa palabra la incontinencia tiene a todos estos, empapados: bochornoso.

Si después de aplicar las reglas definidas para la evaluación, un profesor resulta incompetente para cumplir su tarea, simplemente debe salir de la plaza que ocupa inmerecidamente, y ser indemnizado en términos de ley. Dejarlo en esa plaza es un crimen para los niños mexicanos.

Por supuesto, antes es indispensable definir y tener claridad sobre la evaluación: qué evaluaremos, para qué evaluaremos, cómo la haremos. En general, en la educación (no sólo) la evaluación busca determinar, para mejorarla, la calidad de lo evaluado, según el caso. Al respecto tenemos al menos tres definiciones de calidad o de vías para mejorarla: 1) la calidad paradigmática; 2) lo que con lenguaje administrativista suele ser llamado bench marking, y 3) la calidad programática. Las tres definiciones son complementarias, pero deben ser empleadas con criterios sensatos y por educadores que hayan vivido inmersos, ilustrándose, de lo que pasa en el mundo en esta materia. Si una universidad mexicana, por ejemplo, dijera por voz de sus miembros, queremos ser como Princeton, en dos años, sería, por decir lo menos, una completa insensatez.

El concepto de bench marking, aunque es de uso generalizado, puede ser traducido como las mejores prácticas. Una institución educativa puede observar, recoger y aun pedir auxilio a otra institución de su nivel y propósitos, acerca de cómo lleva a cabo determinados procesos, porque está claro que aquellos lo hacen mejor que uno. Toma esas mejores prácticas, las adapta a su circunstancia y si tiene éxito, puede decir que, en esto o aquello, ha mejorado su calidad. Finalmente, la calidad programática consiste en fijar determinados objetivos y metas, a ser alcanzados en tal o cual plazo, y que por tales y cuales razones, una vez alcanzados podemos decir que nuestra calidad ha mejorado en esto o en aquello.

Esta visión puede ser llevada al ámbito de los profesores. En el lejano pasado, que en México sigue siendo presente, se evalúa para aprobar o para reprobar. Eso no sirve más. Para qué diablos sirve a la sociedad un médico, o un ingeniero, o un músico, que termina su carrera con promedio de seis (en la escala 0-10). ¿Qué quiere decir eso? ¿Que con esa calificación un médico sabe 60 por ciento de lo que debería saber? Es una completa irresponsabilidad del sistema educativo lanzar a cumplir tareas médicas alguien con tan enormes deficiencias.

A un profesor se le ha de evaluar para determinar la calidad de sus competencias como docente. Aquí nos topamos con un problema severo. Todos los profesores de educación básica –o la inmensa mayoría– fueron formados en un paradigma educativo que hoy se halla en estado de total obsolescencia. De modo que si se les evalúa desde un paradigma que apunta hacia la formación compleja del acelerado desarrollo del conocimiento, los resultados de esa evaluación dirán que los profesores son un completo fracaso. No se vale. Cualquiera puede intuir que los profesores en su gran mayoría son de calidad insuficiente. Pero no tiene sentido intentar llenar los huecos de los profesores con un paradigma educativo que tiene siglos de vejez.