Opinión
Ver día anteriorMartes 22 de enero de 2013Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Lo monstruoso y lo normal
S

e cumplen 70 años de la aparición del libro de Georges Canguilhem Lo normal y lo patológico, que es, a mi juicio, una de las obras más importantes del siglo XX no sólo para la medicina, sino además para la filosofía. En la introducción a la primera edición, aparecida en 1943, el autor toca, así sea de paso, un tema inquietante: el estudio de las monstruosidades como medio para entender la normalidad.

Canguilhem señala que el tema de lo normal y lo patológico, visto en lo general, puede especificarse de dos maneras: como problema teratológico (por el estudio de las malformaciones y monstruosidades de los seres vivos) y como problema nosológico (mediante la descripción y clasificación de las enfermedades). Al precisar el enfoque en su obra, decide abordar centralmente la segunda de estas vertientes. De este modo la teratología queda fuera del desarrollo principal en su análisis, aunque nunca la pierde de vista.

Este tema vuelve a aparecer en el prefacio a la segunda edición de su obra (1950). Canguilhem –que no ha realizado modificaciones a la primera versió– se refiere a las lecturas que hubieran podido beneficiarla y, con esta mención, nos muestra cuáles eran sus reflexiones siete años después de que su trabajo se publicó por primera vez:

“… Actualmente también podría sacar gran provecho de las obras de Etienne Wolff sobre Les changements de sexe y La science des monstres (Los cambios de sexo y La ciencia de los monstruos), al referirme a los problemas de la teratogénesis. Insistiría más en la posibilidad, en la obligación incluso, de iluminar por medio del conocimiento de las formaciones monstruosas el de las formaciones normales. Afirmaría con mayor fuerza aún que no existe en sí y a priori una diferencia ontológica entre una forma viva lograda y una fallida. Por otra parte, ¿acaso podemos hablar de formas vivas fallidas? ¿Qué falla podemos descubrir en un ser vivo, mientras no hayamos fijado la naturaleza de sus obligaciones en tanto ser vivo?”.

Etienne Wolff (1904-1996) fue discípulo del célebre profesor de embriología Paul Ancel en la Facultad de Medicina de la Universidad de Estrasburgo. Desde su tesis doctoral, su trabajo lo realizó en el campo muy novedoso en ese entonces, la teratología experimental. Mostró que mediante la aplicación de lesiones localizadas en el embrión del pollo era posible reproducir monstruosidades espontáneas conocidas. El enfoque experimental fue para él de suma importancia: “Uno puede esperar –escribió– que en adición de los resultados teratológicos un método de lesiones localizadas puede clarificar localizaciones germinales y potencialidades evolutivas, las cuales pueden ser aplicables a otros territorios”.

Para Wolff no existen diferencias fundamentales entre la embriología causal y la teratología experimental. En otras palabras, las monstruosidades conocidas que se producen de forma espontánea en la naturaleza, como siameses o hermafroditas, pueden también ser creadas mediante lesiones inflingidas al tejido embrionario en el laboratorio: tienen una morfología que, más que anormal, se deriva directamente de los planes de organización de los embriones normales. Este es el esquema de las especies del que se reportan todas las desviaciones de los monstruos conocidos. Es como si un esquema virtual completo existiera antes que cualquier diferenciación, escribió entre las notas de sus cuadernos de protocolos, que han sido examinados en detalle por Jean Louis Fischer.

De acuerdo con mis experimentos, ahora queda claro que las monstruosidades pueden ser el resultado de factores externos durante el desarrollo. Las malformaciones experimentales obtenidas por métodos teratogénicos directos son en todos los aspectos comparables a las monstruosidades espontáneas. Pero no sólo eso: la teratogénesis (experimental) ofrece la posibilidad de crear tipos o variantes que aún se desconocen, tales como siameses anteriores y hemiciclopes, escribió en su tesis, la cual es citada por otro comentarista de su obra, Charles Galperin.

En 1936, gracias a un método que emplea haces de rayos X dirigidos a regiones específicas en embriones de aves, Wolff fue capaz de producir a voluntad la mayoría de las malformaciones mayores encontradas incidentalmente en estado salvaje en los seres humanos y vertebrados superiores. Lo anterior muestra que: a) monstruosidades conocidas –o desconocidas– pueden surgir de la teratología experimental, y b) todos los embriones potencialmente tienen la capacidad de orientar su desarrollo hacia las formas monstruosas.

Aunque no desarrolló estas ideas directamente, Canguilhem se muestra convencido de que el desarrollo orgánico que conduce a las formas monstruosas puede ser una guía para entender el desarrollo normal, lo que revela que, al menos para el caso de la teratología, reconoce una identidad entre lo monstruoso y lo normal.

Para algunos lo anterior sólo tiene un valor histórico, pues hoy sabemos que los accidentes en el desarrollo (a los que ya no llamamos monstruosidades) pueden explicarse por modificaciones genéticas; pero desde un punto de vista conceptual nos ayudan a entender, como en el caso de los desórdenes del desarrollo sexual (como el hermafroditismo), la prexistencia, en todos, de esa condición a nivel embrionario.