Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 20 de enero de 2013 Num: 933

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

Avida dollars:
Salvador Dali

Vilma Fuentes

Contratas de sangre
Marco Antonio Campos

La hija de Chava Flores
Paula Mónaco Felipe entrevista
con María Eugenia Flores

Elegía de la novela zombificada
Ignacio Padilla

En dos salas de espera
Juan Manuel Roca

Volver al pasado: melodrama y restauración
Gustavo Ogarrio

Enrique Florescano, historiador, humanista
y maestro

Juan Ortiz Escamilla

El sentido caduco
de la actualidad

José María Espinasa

Columnas:
Bitácora bifronte
Ricardo Venegas
Monólogos compartidos
Francisco Torres Córdova
Mentiras Transparentes
Felipe Garrido
Al Vuelo
Rogelio Guedea
La Otra Escena
Miguel Ángel Quemain
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Las Rayas de la Cebra
Verónica Murguía
Cabezalcubo
Jorge Moch
Galería
José Angel Leyva
Cinexcusas
Luis Tovar


Directorio
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Jorge Moch
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La rosa del fanatismo

El suicidio de una niñita es algo que siempre sacude a la opinión pública. Es evidencia de que Dios no existe. O no como quiere la retorcida tradición del cristianismo católico en México. Que una tragedia así la dispare además el contenido engañoso de una telenovela catequista es ya cuestión de alcance criminal. Pero cualquiera sabe que a las iglesias de los medios en este país nadie les arrima el pétalo de la marchita flor de la justicia.

Hace casi año y medio, el 16 de agosto de 2011, en Piedras Negras, Coahuila, se suicidó por ahorcamiento una chiquita de diez años. Era su cumpleaños. Creía, según contaron sus compañeras de escuela, que tal que vio en un capítulo de La rosa de Guadalupe –producción de Televisa que presenta supuestos milagros realizados por la aparecida del Tepeyac–, sería salvada en el último momento para premiar su violento sacrificio con la reunión de su familia disfuncional. Desde luego no hubo más culpables de su muerte en el discurso público que sus propias aflicciones o posibles afecciones psicológicas agudizadas, según afirman incautos o bien manejados opinadores en defensa del consorcio mediático, por el divorcio de sus padres. La noticia causó algún estupor pero al final, como siempre, ganaron la apatía, el nuevo chisme de moda, el gol, las pifias de la política y las personales tribulaciones de cada quien en un país cruzado de violencia, desempleo y angustia. El asunto se fue olvidando.

Hubo una cautelosa respuesta del escritor de La rosa de Guadalupe, Carlos Mercado, quien por medio de una nota piadosamente firmada por “Redacción” en la revista tv Notas, propiedad desde luego del mismo consorcio, el 31 de agosto afirmó que  “en La rosa de Guadalupe nunca ha existido un capítulo que hable del suicidio”.  Invitó a quien afirmara lo contrario a que le dijeran en qué capítulo, “y si lo hubiera, pedir perdón a los papás de la menor fallecida”.

Pedir perdón. No indemnizar, ni purgar ninguna clase de sentencia carcelaria, ni mucho menos desgajarle a la mandarina del emporio los millones de pesos con que un tribunal quisiera tasar la vida de una niña. Bien se guardó el señor Mercado (nunca un apellido caló mejor) de recordar el capítulo No. 474, titulado Una salida falsa del dolor, donde la niña protagonista se flagela a sí misma en condiciones muy parecidas a las de la niña que se suicidó. Una niña que se alimentaba de la porquería audiovisual que Televisa propala. A la que bastó que le fuera sembrada la perversa tradición de la fe católica en México para que se apuntalara el fanatismo con una telenovela tendenciosa, manipuladora y cursi. Una niña a la que nadie le dijo, y mucho menos lo hace Televisa, en constante contubernio con la curería católica, que la Virgen de Guadalupe es un mito, invento genial de un astuto fraile –e inquisidor– dominico que fue conocido como el segundo arzobispo de la Nueva España, Alonso de Montúfar, para, a raíz del concilio provincial al que convocó en 1555, literalmente condicionar el ideario colectivo y la conducta de una nación entera, todavía salpicada de indígenas levantiscos e infieles a pesar de los esfuerzos de su predecesor, fray Juan de Zumárraga, primer obispo de México y a quien presuntamente se le presentaron las pruebas de la mariofanía guadalupana que, increíblemente, no menciona en ninguno de los muchos documentos que se le reconocen, incluido el catecismo completo de la Regla Cristiana. El supuesto principal testigo de la Iglesia nunca vio vírgenes aparecidas ni rosas imposibles, ni juandiegos inexistentes, y si los vio, se quedó callado. Pero como Televisa misma afirma, hipócrita fervorosa, en el sitio de internet del nefasto culebrón (http://televisa.esmas.com/la-rosa-de-guadalupe), “La fe mueve montañas y la Virgen de Guadalupe se ha convertido en estandarte de millones de mexicanos, quienes le piden milagros y socorro en casos difíciles a la Virgencita” (sic). Por ahí, al final de un párrafo, la televisora admite que se trata de “un programa de divertimento familiar”. Pero eso no lo entiende una niña que empalma creencias religiosas con su telenovela favorita. Lástima que entre tantos milagros que nos concede la guadalupana no se encuentre el de la lucidez. Ni el de la decencia en las televisoras (recuérdese el otro bodrio de TV Azteca, Cada quién su santo) que hacen de la indefensión psicológica que nace de la ignorancia un apetitoso nicho de mercado para anunciantes de tintes para el cabello y detergentes para piso.

Ni el de la justicia.