Directora General: Carmen Lira Saade
Director Fundador: Carlos Payán Velver
Domingo 13 de enero de 2013 Num: 932

Portada

Presentación

Bazar de asombros
Hugo Gutiérrez Vega

El enigma Edward Hopper
Vilma Fuentes

Mi taza
Luis Enrique Flores

El campo de Les Milles: una historia francesa
Rodolfo Alonso

La palabra teatral
de Diamela

Adriana Cortés Koloffon
entrevista con Diamela Eltit

Pablo González Casanova, el intelectual
y la izquierda

Luis Hernández Navarro

Mona Lisa Mona Lisa
Ilan Stavans

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Columnas:
Prosa-ismos
Orlando Ortiz
Paso a Retirarme
Ana García Bergua
Bemol Sostenido
Alonso Arreola
Cinexcusas
Luis Tovar
La Jornada Virtual
Naief Yehya
A Lápiz
Enrique López Aguilar
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Hugo Gutiérrez Vega

Un retrato de Efraín González Luna:
el final de un ideario (IV DE VIII)

Quisiera intentar la descripción de otros aspectos del pensamiento de don Efraín. Reconozco que me voy a meter en honduras, pues me saldré de mis campos, pero debo seguir adelante para cumplir mi obligación de entregarles un retrato de cuerpo entero de una de las personas que más admiré y respeté por su inteligencia y su integridad moral. Pienso que su visión de la economía era la de un liberalismo atemperado por las encíclicas papales que recogieron el pensamiento social de la Iglesia. Tal vez por eso pensó que la lucha política podría conciliarse con la práctica de la profesión legal en un bufete serio y respetable, puesto en buena parte al servicio de la banca privada y de las poderosas empresas. Sobre este tema conviene recordar que, en un momento de su vida, dejó de prestar sus servicios a esos clientes y se concentró en la atención de asuntos más modestos. Posiblemente esta dicotomía le hizo daño (recuerdo que algunos pillos disfrazados de fundamentalistas intentaron desprestigiarlo acusándolo de malos manejos profesionales, sin lograr sus torpes propósitos). Me atrevo a creer que el abogado honesto, sabio y respetable dañó al intelectual y al político... Estoy pensando en voz alta, pues como muchos de sus amigos y alumnos yo hubiera preferido que se dedicara de tiempo completo a la cátedra, la política y la escritura. Las tres vocaciones no dieron todo el fruto esperado debido, en buena medida, por las exigencias de la realidad inmediata. Ahora, ya con la distancia necesaria, pienso que mi desideratum es muy poco realista y que el personaje que estoy intentando retratar tiene, como todos los grandes hombres, una serie de aspectos contrastados que no nulifican los datos esenciales de su vida. Por eso debemos asumirlos en su totalidad y evitar los retratos ideales que, tal vez, sean el producto de nuestro afecto y nuestra admiración y, por lo tanto, pueden ajustarse solamente a las exigencias de nuestra visión personal. No olvidemos que fue un jurista sincero y sabio que defendió a ultranza el imperio de la ley y el establecimiento de un verdadero estado de derecho, ajeno a las componendas y a las trampas. Sobre este tema recuerdo una de sus frases: “Si la ley es buena, que se cumpla; si es mala, que se derogue.”

Fue, además, un fiel seguidor del pensamiento económico de Manuel Gómez Morín, su gran amigo (muy a la francesa, siempre se hablaron de usted) y maestro. Fue, por muchos conceptos, un político atípico que actuaba en la vida pública impelido por un profundo sentimiento del deber y por una actitud moral que, sin vacilación alguna y saltándome a la torera todos los estrictos límites de la ciencia política, calificaré de neorromántica. No sé si coincidía con Schiller en la noción del alto valor estético de la tarea política orientada al mejoramiento de la convivencia social y al progreso de la inteligencia, pero sí recuerdo la lúcida y estricta introspección que precedió a la escritura del discurso con el que aceptó la candidatura a la Presidencia de la República en 1952. En ella vio al país “reblandecido y desorientado, el Partido débil, yo cansado y sintiéndome cada vez más solo, más abandonado”. Así vivió su intenso drama formado por los siguientes elementos: “Pavorosa posibilidad de mi candidatura, si los más aptos no pueden o no quieren aceptar el sacrificio. Esfuerzo aplastante, contradicción de mis hábitos, aficiones, planes y temperamento, de mi constitución personal más íntima e inmodificable. Sacrificio de cada momento. Incomprensión, deserción, traición”... (nota bene: Hago una breve pausa para referirme a la actual situación de desastre del pan, pues, poco menos del 20% de su militancia permaneció en su puesto. Supongo que las ratas del oportunismo salieron corriendo, pero me pregunto quiénes son los que se quedaron, a qué banderías pertenecen y en qué yunque se acomodan. Sigo con el retrato de González Luna...)

(Continuará)

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