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Toros

Por fin, en el doceavo festejo, una corrida de toros con el trapío que da la edad

Corrobora Fermín Rivera su gran estatura frente a un astado voluntarioso

El encierro de San Mateo cumplió en varas y se aplomó en la muleta

Oreja protestada al Capea

Foto
Salida triunfal de Fermín Rivera de la Plaza MéxicoFoto Notimex
 
Periódico La Jornada
Lunes 7 de enero de 2013, p. a39

Sorprendente para muchos, el empresario incluido, el sólido desempeño tauromáquico de Fermín Rivera, nieto del maestro potosino y sobrino de Curro, que en la duodécima corrida de la temporada en el coso de Insurgentes volvió a dar muestras de su enorme potencial torero, apenas valorado por los calmudos promotores mexicanos, carentes de voluntad para ofrecer al público nuevos nombres dispuestos a competir y triunfar.

Y es que desde hace 19 años el Cecetla o Centro de Capacitación para Empresarios Taurinos de Lento Aprendizaje, con sede permanente en la Plaza México, divide sus autollamadas temporadas grandes en algunos carteles redondos –una o dos figuras frente a novillones de la ilusión- y en carteles cuadrados –tres toreros modestos frente a toros con cuajo–, lo que ha traído como consecuencia combinaciones poco estimulantes para diestros con cualidades y urgidos de valoración.

Uno de esos casos es el joven Fermín Rivera, que no obstante haber dejado pruebas de una torería excepcional en anteriores temporadas, la inefable empresa insiste en ponerlo en carteles de escaso compromiso excepto para él mismo, mientras las figuras españolas alternan con los que están catalogados como figuras locales o con favoritos de los patrones, no con matadores en franca evolución y con méritos de sobra para ser incluidos en esas ternas. Por eso no tenemos nombres con arrastre, por eso la gente sólo acude a las plazas al conjuro de dos o tres importados.

Con una Plaza México semivacía por este desalmado cartel cuadrado hicieron el paseíllo Christian Ortega (32 años de edad, nueve de matador y la friolera de cinco corridas toreadas el año pasado), Pedro Gutiérrez Lorenzo El Capea (33, ocho y 16) y el citado Fermín Rivera (24 años, siete de alternativa y 18 corridas en 2012), para lidiar toros de San Mateo, del arquitecto Ignacio García Villaseñor.

Fue un encierro muy bien presentado, con el trapío que sólo puede dar la edad y con pesos que rebasaban la media tonelada, pero cuya bravura se agotó al recargar, no durmiéndose en el peto, en el único puyazo que recibieron, llegando a la muleta, salvo segundo y tercero, aplomados y con escasa o nula transmisión, poniéndose por delante o francamente deslucidos en la embestida.

Faena de Rivera a Gavioto

Lo verdaderamente memorable sobrevino con la faena de Fermín a su primero, tercero de la tarde, de nombre Gavioto, con 507 kilos, bien armado como sus hermanos, tocado del pitón izquierdo y flojo de remos que apenas empujó en varas, llegando débil y soso a la muleta de este Rivera, llamado a ser, muy pronto, otra de las cartas fuertes de una generación torera que definitivamente merece otros criterios empresariales.

Fue una cátedra de colocación, de distancia y de mando en la que las rotundas voces del abuelo y el tío se unieron a la imperiosa muleta del joven de San Luis, poseedor de una claridad de ideas y de un sólido concepto de lo que debe ser el arte de la lidia, hasta hacer lucir, por ambos lados, las escasas cualidades del pasador sanmateo, en muletazos largos y sentidos, siempre vertical y preciso, reconcentrado en una labor que exigía toda su atención y toda su afición para mantener a flote la menguada transmisión del burel.

Tras una sinfonía con la zurda vinieron, a manera de remate, un medio pase y un cambio de mano que resultaron un poema. Ceñidas manoletinas fueron el preámbulo a una estocada en todo lo alto ejecutada en cámara lenta y la escasa concurrencia exigió las dos orejas que nadie osó protestar. ¿Le darán ahora a Fermín Rivera oportunidades en serio o sólo escasas dádivas? Pronto lo sabremos. Lo demás fue lo de menos.