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Felipe Garrido
Una olla
Mamá tenía puras chiquillas: de su primer matrimonio, Silvia y yo; Carmen, Cecilia y Cristina del capitán César, que estaba siempre en el cuartel. La casa tenía un patio grande, muy arbolado.
Una noche que mamá no estaba tuve que correr a la letrina. Cuando cruzaba de vuelta, a la lechosa luz de la luna vi un bulto que se movía; con los pelos de punta, escuché: “Sara, no tengas miedo: hay una olla en el aljibe, con dinero; es para ti.” Salí corriendo, me metí a la cama y le pedí a Silvia que se me echara encima, porque estaba temblando.
No me atreví a contar nada. Los días siguientes no pude hablar ni comer. Dijeron que sufría de espanto. Me sentaron en la arena, de espaldas al río. Una señora me escupía en la cara mientras gritaba: “Espíritu de Sara, te lo ordeno que vuelvas.” Pero mi espíritu no regresó hasta que nos fuimos más al norte. De todos modos nos alcanzó la noticia: habían tirado la casa, y en el aljibe... no dije nada. Ya pa qué. |