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Kijú Yoshida en la Cineteca
¿U

na nueva ola del cine japonés en los años 60? El primero en disipar el malentendido es Yoshishige Yoshida, mejor conocido como Kijú Yoshida, uno de los realizadores clave de los estudios Shochiku, donde también trabajan Nagisa Oshima y Masahiro Shinoda. Según Yoshida, la denominación nueva ola fue una aclimatación apresurada del concepto acuñado en Francia a finales de los 50, que se aplicó a jóvenes japoneses deseosos de explorar narrativas fílmicas diferentes, con una aproximación novedosa al melodrama, al papel de la mujer en la sociedad y a las transformaciones culturales de la posguerra y su impacto en una juventud crecientemente desencantada.

Jamás se trató, sin embargo, de un movimiento organizado ni de una revuelta artística contra el cine de los veteranos Akira Kurosawa, Kenji Mizoguchi o Yasujiro Ozu. Hubo cierta ruptura con el registro de historias sentimentales ambientadas en un claustro doméstico, con su elogio de la tradición y los valores familiares, así como continuidad en algunas obsesiones temáticas, pero sobre todo el ánimo de registrar realidades nuevas, producto de la creciente modernización del país, como un individualismo pronunciado y una sexualidad en parte liberada de los tabúes más arraigados. El máximo exponente de esta rápida comprensión del cambio es Nagisa Oshima, director de La ceremonia, pero muy cerca de él y con una expresión artística muy propia, está Kijú Yoshida. Aun cuando ellos pretendan tomar distancias con la vanguardia occidental, entre las influencias más decisivas de Oshima figura el cine de Godard, y en Yoshida, el de Antonioni y su obra clave, La aventura.

La Cineteca Nacional ofrece este mes una retrospectiva novedosa de Yoshida, de quien sólo se había exhibido en México La promesa, de 1986, melodrama intenso sobre la vejez, la enfermedad y el polémico asunto de la eutanasia. De los 21 largometrajes, entre cintas de ficción y documentales filmados de 1960 hasta la fecha, la revisión rescata 12 trabajos de ficción que dan cuenta de la enorme diversidad temática del cineasta y de la evolución de su estilo. La retrospectiva ha querido enfatizar la importancia de la estrecha colaboración en varios filmes entre el realizador y su esposa, la estupenda actriz Mariko Okada, presente en buena parte de las obras propuestas.

Entre los primeros títulos que Yoshida realiza por encargo para la productora Shochiku –donde por largos años trabaja primero como asistente de dirección, luego de abandonar sus estudios de filosofía y de literatura francesa– destaca una cinta particularmente hábil en el manejo de la ironía social, Sed de sangre, de 1960, sobre el drama de un trabajador que luego del fallido intento de suicidio con que pretendía llamar la atención de sus patrones por las consecuencias de un despido colectivo, se vuelve objeto de manipulación mediática de compañías aseguradoras que lucran con su novedosa figura de mártir social. La cinta significa una primera ruptura los estudios Shochiku interesados en abordar de modo convencional el tema del inconformismo juvenil. Este desencuentro se ahondará aún más con 18 vándalos, de 1963, y su denuncia de la explotación capitalista de un trabajo juvenil ocasional, pésimamente remunerado. En lo sucesivo, Yoshida trabaja por cuenta propia a lado de su esposa en largometrajes volcados ya no tanto al comentario social, sino a una introspección más compleja de las relaciones de poder en el ámbito familiar y sobre todo en las relaciones de pareja. Hay retratos intensos de mujeres que afirman su vida profesional y buscan opciones sentimentales muy al margen de una tiranía de los papeles sexuales impuesta por el patriarcado (La batalla de las mujeres), o la compleja reflexión sobre la identidad nacional y el balsámico poder de la memoria en Mujeres en el espejo, drama familiar que tiene como referente la tragedia nuclear de Hiroshima. Una historia de agua explora de modo perturbador el desasosiego de un joven negado a toda realización amorosa por la obsesiva presencia sensual de su madre con quien mantiene una relación orillada al incesto. Los relatos oscilan entre una búsqueda formal, con saltos temporales y dislocación de la narrativa, y un recuento lineal sólo en apariencia más convencional. La cinta que mejor refleja la originalidad y la inquietud expresiva del cineasta es Eros + Masacre, de 1970, que anuncia ya, con exasperación iconoclasta, los comentarios políticos de Ley marcial (1973), y que en su ambiciosa revisión de los temas de la liberación sexual, la radicalización política y el peso de los dogmas ideológicos, prefigura también esa summa del cine político japonés que es United Red Army (2008), del inclasificable maestro Koji Wakamatsu. Fechas y horarios: www.cinetecanacional.net.