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El portugués, quien es el director en activo más longevo, cumple hoy 104 años

El cine me mantiene vivo, dice Manoel de Oliveira, y aún no piensa jubilarse
 
Periódico La Jornada
Martes 11 de diciembre de 2012, p. a11

Lisboa, 10 de diciembre. Cuando en julio pasado fue internado en el hospital durante algunos días por debilidad cardiaca en un hospital de Gaia, en su Portugal natal, Manoel de Oliveira cansó a los médicos con su insistencia: ¿Cuándo me dejan salir? ¡Tengo tanto que hacer!, repetía una y otra vez el cineasta en actividad más longevo del mundo.

El cine me mantiene vivo, asegura este hombre que mañana martes celebrará su cumpleaños número 104 en su casa de Oporto, en el norte de Portugal, rodeado por sus numerosos parientes. Apagará las velitas sin pensar, aún, en la jubilación.

Hace sólo pocas semanas que su obra más reciente, Gebo y la Sombra, con Claudia Cardinale, Jeanne Moreau y Michael Lonsdale, fue estrenada en los cines portugueses, tras presentaciones en los festivales de Venecia y Cannes. Pero el inquieto director y guionista ya elabora nuevos proyectos.

Siempre tiene mucho en mente; ahora prepara al mismo tiempo dos películas que están en la fase de captación de fondos, dijo un familiar a la agencia noticiosa Lusa.

Se trata de los filmes O velho do Restelo (El viejo de Restelo), inspirado en textos de Camões y Cervantes, entre otros, así como A igreja do diabo (La iglesia del diablo), basado en cuentos de Machado de Assis, según reveló el productor Luis Urbano.

El veterano portugués es considerado uno de los cineastas más influyentes de Europa. Goza de la admiración de auténticos grandes del ramo, como el alemán Wim Wenders, en cuya película Lisbon Story (1994) participó como actor invitado.

A la altura de Godard, Buñuel o Fellini

Tanto Clint Eastwood como Dustin Hoffman, quien a los 75 años se acaba de estrenar como cineasta, lo consideran el gran ejemplo.

A pesar de que la crítica no se cansa de elogiar su obra, colocándolo a la altura de directores como Jean-Luc Godard, Luis Buñuel o Federico Fellini, el maestro luso es casi desconocido para las grandes masas, incluso en su propio país.

Esto, sin embargo, lo tiene sin cuidado, ya que no le agrada el cine comercial: Simplemente intento fijarme en la complejidad de las cosas, aun cuando no me reporte beneficios, señala.

El matusalén de los cineastas fue un auténtico autodidacta: Cuando agarró su primera cámara, en los años 20, en su ciudad no había más que un estudio de cine mudo, ya abandonado.

Comenzó a filmar de verdad en 1930, con una película muda sobre el río Duero. A esta opera prima, Duero, faena fluvial, le siguieron varios documentales, y en 1942 llegaba a los cines su primer largometraje, Aniki-Bobo, historia de amor ambientada en el mundo de los niños.

El filme causó mucha polémica en Portugal, ya que los sectores conservadores lo consideraron amoral. La falta de recursos y la represión de la dictadura de Salazar en Portugal (era muy difícil filmar con los militares, contó) obligaron a Oliveira a dejar el séptimo arte por muchos años.

Su verdadera carrera cinematográfica comenzó hasta 1963, cuando realizó O acto da primavera, sobre el calvario de Cristo, rodada enteramente con los habitantes de un pequeño pueblo.

Su actividad se intensificó en las dos décadas pasadas. Desde 1990 lleva a la pantalla grande en promedio una película por año.

La energía me viene de los astros o si descanso muero, son algunas de las explicaciones que ha dado el prolífico realizador.

Para Júlia Buisel, actriz y asistente de dirección del cineasta hace más de 30 años, no hay duda: El cine es lo que motiva a Manoel de Oliveira a vivir, en lugar de quedarse en casa en pantuflas viendo tele.

Desde hace un tiempo, Oliveira usa un bastón para caminar, pero al margen de ello, sigue exhibiendo salud, alegría y fuerza impresionantes. ¡Viva el cine!, gritó recientemente con voz fuerte y firme en el Parlamento de Lisboa, cuando recibió un premio más a su trayectoria.

Sus compatriotas, más que nunca, se ven obligados a aplicar la receta que Oliveira usó toda su vida: La fe. Es imprescindible. Sea moral, política o ética. Sin fe no se sobrevive, sostiene.