Opinión
Ver día anteriorDomingo 9 de diciembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Homenaje a un gran hombre: Guillermo Haro
Foto
El doctor Guillermo Haro nació el 21 de marzo de 1913 y falleció el 26 de abril de 1988Foto Archivo
Foto
La escritora, flanqueada por Guillermo Soberón y Javier Jiménez Espriú, durante el homenaje que se ofreció este viernes al astrónomo Guillermo Haro en el Palacio de MineríaFoto Carlos Cisneros
T

onantzintla no es sólo una capilla poblana del barroco más extraordinario que asombra por sus bóvedas de ángeles y sus frutas que ríen en un himno a la alegría, sino un observatorio astronómico fundado en 1961 por Luis Enrique Erro, que Guillermo Haro convirtió en uno de los centros de investigación más destacados de nuestro país.

Nadie tan consciente del misterio del universo con su variedad de vida tal y como ahora lo conocemos desde hace 400 millones de años, nadie tan inquisitivo ni decidido a explicarse el porqué del brillo del Sol, el porqué de la tormenta, el del grano que estalla en una hermosa planta de maíz, el de las cosechas y el de los animales que pastan despacio sin levantar la cabeza. Muy pronto se dio cuenta que las cosas de la tierra no suceden por capricho, sino porque tienen una razón de ser, un orden, un ritmo, y pronto también supo que el éxito en la vida no depende de forzar o halagar a la naturaleza para que haga lo que queremos sino del conocimiento de sus leyes para servirnos de ella.

Galileo y Copérnico, Pitágoras y Aristóteles le enseñaron a amar a nuestro enorme país subdesarrollado y a buscar el modo de que el Sol fuera nuestro amigo y las estrellas nos revelaran sus enigmas.

¿Qué significó Guillermo Haro para la ciencia de nuestro país? ¿Qué hizo por México? Nacido el 21 de marzo de 1913, su madre le puso Benito por Benito Juárez. Una tarde, el niño le preguntó donde se acababa el mundo y decidió llevarlo más lejos de lo que se ve a simple vista. Compró, en la estación de San Lázaro, un pasaje de segunda para Cuautla. Que la locomotora arrancara lo emocionó, pero ver huir el paisaje en sentido inverso, despidiéndose de él, lo llenó de asombro. ¿Por qué los postes pasaban a toda velocidad y las montañas no se movían? ¿Qué había tras de la línea del horizonte? Seguramente llegarían al fin del mundo y caerían con todo y tren al abismo. Entonces su madre le explicó que todo recomienza, que a un valle le sigue otro valle y que después del Popo y del Izta otras montañas aparecen en el horizonte, porque la Tierra es redonda y gira, no tiene fin, sigue, sigue y sigue, las puestas de Sol dan la vuelta y van a otros países, nunca se acaban, nada se acaba nunca.

Aquel viaje alimentó al niño durante meses y le planteó dilemas. Entonces lo que veo, mamá, es sólo una parte insignificante de la totalidad. La alarmante limitación de nuestros sentidos también lo intrigó. ¿Por qué el ojo no ve más allá? ¿Por qué no abarca más campo? ¿Entonces, mamá, soy yo el que no da para más?

Guillermo Haro siempre puso en duda lo establecido y jamás olvidó leer el cielo nocturno. Jamás tampoco se alejó de la naturaleza. Odió a los ovnis y a los extraterrestres y sólo creyó en el espacio y en el tiempo y se preguntó qué eran. No creyó en los aliens, pero sí en los cambios genéticos. Según él, nunca encontraríamos otras inteligencias. Dentro del sistema solar sólo podía haber –quizá– dos planetas habitables, pero nuestra tecnología aún no nos lo permitía comprobarlo. ¿Colonizaríamos Marte? ¿Estamos solos en el universo? Por lo pronto, en Tonantzintla vivió entre los campesinos y se preocupó por sus urgencias. Ayudó a parir a una yegua y ver el potrillo sobre sus dos patas lo hizo tan feliz como los milagros en torno a Tonantzin. ¡Vaya que usted sí sabe!, exclamó don Armando Toxqui cuando lo vio limpiar al caballito.

En Tonantzintla, Guillermo Haro pasó los mejores años de su vida y con la cámara Schmidt enfocada al cielo nocturno descubrió estrellas azules, cometas y objetos que llevan su nombre: Herbig-Haro. También aprendió de la sabiduría popular, porque Toñita, la muchacha que hacía las mejores quesadillas de hongos del estado de Puebla, le advertía a las cinco de la tarde: Hoy en la noche, no va a poder observar, y Guillermo le preguntaba sorprendido: ¿Por qué Toñita? Porque las moscas andan volando muy bajo.

A Toñita le enseñó que los planetas son Mercurio, Venus, la Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón, en ese orden, según la distancia que guardan con el Sol y que Mercurio, Venus y Marte se parecen a nuestra Tierra. También le dijo que entre más masiva era una estrella, menos duraba en el cielo nocturno. Las estrellas difieren entre sí una barbaridad. Conmigo se enojó, porque sentí gran simpatía por E.T., sobre todo cuando buscaba algo que comer en el refrigerador.

Los visitantes al observatorio de Tonantzintla solían exclamar que seguramente se la pasaba feliz entre las nubes, la Luna y las estrellas, lejos de la miseria del mundo. Observaba hasta las primeras luces del amanecer y tomaba fotos del cielo y a la mañana siguiente, en el laboratorio examinaba sus placas para ver si las estrellas T Tauri o las novas eran objetos de emisión en coma sin espectro visible o quizá una planetaria nebulosa distante que podría comparar con las de Shapley, Minkowski o Herbig en los observatorios de Harvard o de Monte Wilson y Palomar.

Nadie más preocupado que Haro por vivir no sólo la realidad de México, sino por comprender qué posición teníamos en el mundo. Estudiaba astronomía para explicarse el porqué de nuestro atraso y cuál podría ser la solución.Le angustiaba que México no compitiera con el resto del mundo, quería irse a dormir sabiendo que todos habíamos comido más o menos lo mismo. Interrogaba al Popo y a su mujer, la Iztaccíhuatl, y contemplaba a las estrellas del hemisferio Sur y a la Vía Láctea todas las noches. Amaba al gran valle de Cholula. Amaba a las Nubes de Escorpión y Sagitario y a los niños que son pequeñas galaxias frente a los pupitres de la escuela que él construyó. Se preocupaba por Carina en el cielo, pero también aconsejó a los Toxqui que sembraran flores para vivir mejor, y les consiguió camionetas que las transportaran a México. Descubrió los objetos azules y el cometa que lleva su nombre, contempló la estrella Polar a 19 grados sobre el horizonte Norte y se le reveló un extremo de la nave del gran portugués que se pierde en la Cruz del Sur, pero también supo ayudar a vivir al valle de Cholula en el que las siluetas del Popocatépetl, del Iztaccíhuatl, de la Malinche y del Pico de Orizaba, forman en la lejanía el este y el oeste. Aprendió pronto que cuando los volcanes se dibujan con nitidez la noche de observación es buena.

Durante años vigiló su valle agrícola, densamente poblado, religioso y pobre. Año con año, al compás de la Vía Láctea, fue testigo de la siembra del maíz en las tierras agotadas. Desde su loma contemplaba al hombre trabajar la tierra sin que resultara beneficiado por ella, y se preocupó por no ver ninguna prosperidad, sino la progresiva desaparición de árboles que acentuaba la desnudez del paisaje.

A veces se preguntaba por qué en lugar de un observatorio astronómico no dirigía una granja experimental que resolviera problemas inmediatos de agricultura y veterinaria. ¿Qué importancia podía concedérsele a sus descubrimientos de estrellas novas, de supergigantes azules y rojas, de nebulosas planetarias y de variables asociadas al material interestelar frente al pueblo atrasado y pobre?

Guillermo Haro fue el miembro más joven de El Colegio Nacional, al que ingresó con sólo 40 años, el 6 de julio de 1953 a las ocho de la noche, y fue recibido por su querido Alfonso Reyes, quien habló del átomo y la estrella. El punto de vista Sirio era el del matemático Manuel Sandoval Vallarta al que Guillermo opuso El punto de vista Haro; su afán por que los jóvenes mexicanos se concentraran en la ciencia y en la tecnología, se doctoraran en Europa y en Estados Unidos para competir con otros resulta hoy por hoy aleccionador. Colocar a nuestro país del tercer mundo dentro del gran concierto de las naciones fue su objetivo.

En los 30, 40 y 50, los jóvenes se encaminaban al corral de Leyes y lo que menos les importaba era que la Tierra fuera o no el centro de la creación.

La mente privilegiada de Haro lo hizo un visionario y logró para México lo que la ignorancia de los políticos impedía. Alguna vez, el ex presidente Manuel Ávila Camacho en una de sus visitas al observatorio preguntó a los astrónomos;

–¿Y cómo trabajan ustedes?

–Con espectros –respondió Luis Enrique Erro.

El presidente sacudió sus dos manos en señal de espanto y exclamó:

–¡Ay nanita!

Vencer las limitaciones de nuestros gobernantes, que cada día se empeñan en superar la ignorancia de su antecesor, no fue su único obstáculo. Se creía que los astrónomos eran unos lunáticos que recorrían la azotea de su casa con un anteojo de larga vista, un cucurucho en la cabeza, un manto azul de estrellitas, un búho en el hombro y que su tarea consistía en dar horóscopos. Todavía en 1942, científicos de la talla de Harlow Shapley y de Bart Bok, de la Universidad de Harvard, fueron celebrados por el diario Excélsior como eminentes astrólogos portadores de los signos del zodiaco igual a las expertas en cartomancia que leen el tarot o las líneas de la mano.

¿Qué significa saber de estrellas? Todos venimos de la misma explosión, conocer a una estrella es conocerse a sí mismo. Nuestra energía, nuestro metabolismo, nuestro calor, es parte de la radiación de los astros. Nuestras células son organismos vivos con reacciones bioquímicas como el gas de las constelaciones. Lo de arriba es lo de abajo. Las pirámides de Egipto, las de Chichén Itzá, las de Teotihuacán corresponden al mismo designio. Más que una creencia religiosa irse al cielo es la certeza del regreso al seno materno.

Guillermo solía creer que algunas mujeres son objetos tan insubstanciales como algunos cometas. También creía que si somos las únicas especies inteligentes, tenemos el deber de explorar el universo.

La excelencia educativa fue otro clavo ardiente en su diario acontecer.

–¿Qué clase de país queremos? Si todos los niños tuvieran acceso a la escuela y llegaran a la educación superior, imagínense el poder que tendría México. Olvídense, cambiaría todo. La desgracia es que estén tan mal preparados.

Amó a la UNAM con pasión. Las reuniones con sus colegas científicos terminaban invariablemente en torno a la enseñanza de la ciencia y la tecnología en México, porque Haro fue un eminente educador, el primero en enviar estudiantes a Europa y a Estados Unidos a que se midieran con otros hombres de ciencia y destacaran como ahora la doctora Silvia Torres-Peimbert, nombrada presidenta de la Unión Astronómica Internacional. Manuel Peimbert Sierra, Luis Felipe Rodríguez, Manuel Méndez Palma, Arcadio Poveda, Alejandro Cornejo, Deborah Dultzin, Julieta Fierro, Elsa Recillas, José Franco, guiados por él y por la doctora Paris Pishmis, hicieron notables descubrimientos astronómicos tanto en las formaciones de estrellas como en la evolución estelar.

Al igual que Arturo y Emilio Rosenblueth, José Adem y Julián Adem, Marcos Mazari, José de la Herrán, Guillermo Soberón, Marcos Moshinsky y Alberto Sandoval Landázuri la relación entre la industria y la ciencia fue su preocupación constante. Ni la industria privada ni la controlada por el gobierno mantenían relaciones con universidades y politécnicos, e ignoraban que el éxito industrial se funda en la investigación.

¿Cómo integrar la ciencia al crecimiento del país y cómo lograr que la industria contribuya al adelanto de la ciencia? Haro exigía la creación de laboratorios para que los jóvenes que habían terminado su doctorado en las universidades más reconocidas regresaran a México. Descentralizar la educación superior, impulsarla en provincia, luchar contra la desidia y la politiquería, crear un movimiento científico en todo el país fue uno de sus esfuerzos más constantes.

El mes de abril de 1966 fue una página candente en la vida de la UNAM a la que Haro le entregó su cerebro y sus pasiones, no sólo porque la eligió al regresar de Harvard, sino porque su amigo, el cardiólogo Ignacio Chávez, pasó por el momento más crítico de su gestión como rector. Ante todo, Chávez creía en la excelencia académica. Haro, acostumbrado al rigor y a la disciplina, coincidió con él cuando repuso a unos fósiles: Si no pueden con una carrera de grado vayan a las escuelas técnicas. Es mejor un buen técnico que un mal médico.

Algunos investigadores admitían que el nivel académico de la UNAM era bajo. Guillermo hacía reír a su amigo Carlos Graef Fernández al decirle que el ausentismo de los maestros convertía a la máxima casa de estudios en una guardería o en una cancha de niños bien con automóvil de papi.

Para Haro, Chávez era una eminencia, un hombre excepcional y su aportación a la medicina en México, inmensa. Elevar el nivel de la enseñanza, formar a jóvenes preparados salvaría al país. La UNAM debía ser una universidad de primera. ¿Era mucho pedir excelencia académica, puntualidad a los maestros y constancia a los alumnos? Chávez creía que necesitábamos hacer ciencia nosotros mismos y al no tenerla, crearla con urgencia.

Tras la relección de Chávez a la Rectoría en 1965, el conflicto estalló en la Facultad de Derecho cuando dos de sus alumnos, Espiridión Payán y Leopoldo Sánchez Duarte (hijo del gobernador de Sinaloa) protestaron por la eventual reelección de César Sepúlveda, director de la Facultad de Leyes. Exigían su renuncia y la derogación del artículo 82, que establece que la UNAM puede expulsar a cualquier indisciplinado.

¿Está usted enterado del historial académico de los jóvenes que no han aprobado más de dos materias en cinco años? –previno a Chávez el secretario de la UNAM, Roberto Mantilla Molina.

Los quintuples, como llamaban a los cinco líderes huelguistas, contagiaron a otros e hicieron huelga. Los dos expulsados, Espiridión Payán y Leopoldo Sánchez Duarte viajaron a Sinaloa para que papá-gobernador les ratificara que la Tesorería General del Estado cubriría los gastos de la huelga.

El conflicto se extendió más allá de la UNAM. ¿Que tal doctor Chávez, cómo va su dolor de cabeza? –preguntó Díaz Ordaz cuando por fin recibió al rector quien le respondió: Señor Presidente, mi dolor de cabeza pasa con una aspirina, pero la jaqueca que su gobierno va a tener si no se soluciona esto no creo que pueda remediarse con nada.

Los estudiantes anunciaron que el 26 de abril de 1966 tomarían la torre de Rectoría. Chávez citó a los directores de escuelas, facultades e institutos. Trescientos jóvenes se apostaron en torno a la torre, cerraron los accesos con 25 camiones secuestrados y a las 2 de la tarde subieron al séptimo piso e insultaron al rector.

Fuera de sí, Rosario Castellanos, directora de información y prensa gritó: ¡No hay derecho, no se vale, esto no se hace, es una salvajada, son unos bandidos!, Guillermo Haro, Mario Mantilla Molina, Mario de la Cueva, Guillermo Soberón, César Sepúlveda, Horacio Flores de la Peña se indignaron ante el atropello. Manuel Martínez Báez (quién atajó a uno de los agresores) Gustavo Baz, Salvador Zubirán declararon que ningún universitario podía ser cómplice del atentado y el filósofo José Gaos firmó su renuncia al lado de dos mil maestros.

Elvira Vargas publicó un artículo en el Diario de la Tarde que tituló: El triunfo de la barbarie.

Guillermo Haro vivió la violencia contra Chávez como drama personal, una injuria. Nunca entendió cómo dos estudiantes que no tenían aprobadas ni tres materias lograran movilizar a la Facultad de Leyes, derrocaran y vejaran al rector. Seguramente fue éste uno de los episodios más dolorosos de su vida.

En diciembre de 1966, Haro viajó a Baja California para lograr su proyecto más ambicioso: un nuevo observatorio para la Universidad en la Sierra de San Pedro Mártir. Ya desde 1965, a medida que la zona industrial se extendía, las luces de Puebla impedían observar en Tonantzintla y deformaban las imágenes en el telescopio. Después de la reputación que nuestra ciencia ha adquirido en el extranjero es indispensable seguir haciendo investigación de vanguardia. No podemos fallarle a nuestros jóvenes científicos –declaró Haro, quien para entonces era vicepresidente de la Unión Astronómica Internacional ante el presidente de la República y su gabinete, y convenció a todos.

Cuando dejó de ser director del Instituto de Astrofísica de la UNAM en 1968, convirtió a Tonantzintla en el Instituto Nacional de Astrofísica, Óptica y Electrónica (INAOE), y gracias al apoyo del entonces Secretario de Hacienda Hugo Margáin decidió construir otro observatorio para el INAOE a 13 kilómetros al norte de la ciudad de Cananea, a 2 mil 480 metros sobre el nivel del mar; para ello se dirigió a laboratorio de Óptica de la Universidad de Arizona que donó el vidrio para el espejo del nuevo telescopio para el observatorio que ahora se llama Guillermo Haro.

Los 70 fueron años negros en la historia del Cono Sur. En Uruguay, en Argentina, en Chile se instalaron dictaduras militares que provocaron la salida de intelectuales chilenos, argentinos y uruguayos. Guillermo admiraba y quería al general Líber Seregni, fundador del Frente Amplio de Uruguay, movimiento político de izquierda, quien fue arrestado, incomunicado durante tres semanas y brutalmente torturado. En 1978 fue condenado por el Supremo Tribunal Militar a 14 años de prisión y a la pérdida de su rango militar, acusado de sedición y traición a la patria. Su cautiverio lo transformó en héroe contra la dictadura y figura política de renombre internacional.

Al enterarse Haro del encarcelamiento de su amigo inició un desesperado periplo para que Seregni regresara a México como refugiado.

La amistad entre Haro y Seregni se remontaba a agosto de 1945, cuando el general uruguayo escogió Tonantzintla (porque era aficionado a la astronomía) para pasar una temporada en México. Guillermo lo invitó gustoso y conoció así a un hombre fuera de serie. Disciplinado y lleno de entusiasmo, en la noche, Liber Seregni observaba con la cámara Schmidt y, exaltado, iba a dormirse a las cuatro de la mañana. En 1945, Haro y Seregni plantaron dos jacarandas en la entrada lateral de Tonantzintla en protesta por el lanzamiento de la bomba atómica.

–Se da usted cuenta, qué hermoso es, cuando a uno le preguntan: ¿Usted qué hace, señor?, y poder responder, simplemente: ‘Soy jardinero’” –bromeaba entonces Guillermo.

Liber Seregni dejó una honda huella en Haro. Los sábados en la noche, los astrónomos solían bajar a Puebla a desfogar el ascetismo de los días de trabajo. Seregni, los acompañaba y festejaba su alegría y su ingenio. Una vez que algunos propusieron ir a una casa de citas, Seregni respondió:

–Es que yo amo a mi mujer. Haro nunca olvidó esta respuesta.

La obsesión de Guillermo Haro era el destino de México; su batalla, el avance de México; su conflicto, la mediocridad, la corrupción, el valemadrismo de los malos funcionarios. Recuerdo que amanecía contento, sus pisadas bailaban camino a la mesa del desayuno y a medida que pasaba el día, iba oscureciéndose hasta terminar desesperado a la hora de la puesta del sol.

Vivía a marchas forzadas. Le desesperaba la deserción escolar, la explosión demográfica, la molicie de quienes escogen el camino fácil, la ley del menor esfuerzo. Le enfurecía que un estudiante le respondiera que las matemáticas, la física, la química eran materias difíciles y los desafiaba:

–Muy bien, escojan gimnasia sueca, corte y confección, modelado y artes culinarias.

Le consolaba que la ciencia fuera un proceso infinito en la que se van encadenando los conocimientos, y saber que a diferencia de una obra literaria, no puede dársele un punto final. El que venga después de mí irá mucho más lejos, así como yo fui más lejos que mi antecesor.

Como dijo el Case Institute of Technology de Cleveland al concederle el grado honorario de Doctor en Ciencias, Guillermo Haro dedicó su vida a la ilustración de sus semejantes. Sus búsquedas e investigaciones lo llevaron a notables descubrimientos astronómicos y a ser pionero en la comprensión de la teoría de formaciones de estrellas y en la evolución estelar. Su trabajo le dio renombre a la UNAM y a México. En los años futuros, estudiantes y astrónomos de muchas naciones serán beneficiados con los estudios y descubrimientos de usted, doctor Haro.

Tuve el privilegio de vivir al lado de semejante hombre y por eso le rindo este limitado homenaje, al lado de nuestros tres hijos: Mane, Felipe y Paula Haro.