Un inmenso daño causó a los mexicanos el gobierno de Felipe Calderón Hinojosa. En primer lugar, el inaudito baño de sangre, en apariencia caótico, que hemos padecido, equivale sin eufemismos a una guerra encarnizada, sin cuartel ni contornos precisos. Una auténtica tragedia que no ha concluido ni parece que lo vaya a hacer en el futuro inmediato, y cuyos efectos se sentirán por años. No llaman al optimismo el renovado frenesí granadero del Estado el 1 de diciembre ni el anuncio de que las fuerzas armadas seguirán en todas partes.

El corrosivo papel jugado por el gobierno mexicano en el periodo reciente dañó múltiples esferas de lo que constituye la Nación y el complejo tejido social de sus habitantes. La violencia política directa ha sido intensa y criminal, como bien saben los pueblos indios y campesinos de Michoacán, Guerrero, Chiapas, Oaxaca, Sonora y Jalisco, donde el asesinato y persecución de dirigentes, pero también de niños, mujeres y ancianos, alcanzó cuotas elevadas en San Juan Copala, Cherán, Ostula, la Montaña y la sierra de Guerrero, y mantuvo su letalidad crónica en el Chiapas militarizado y paramilitarizado.

Con el transfondo de una “guerra” sin bandos claros, el despojo legal e ilegal, pacífico y violento, siempre falaz, de territorios ejidales y comunales para introducir cataclismos mineros, eólicos e hidroeléctricos; la extrema cirugía plástica del paisaje para imponer desarrollos turísticos y autopistas; la destrucción de suelos y semillas nativas (empezando por el maíz del que estamos hechos) bajo la amenaza inminente de las agroindustrias, los plaguicidas “inteligentes” y las semillas transgénicas, diminutas bombas de tiempo detonadas a control remoto por las empresas gigantes a las que los gobiernos mexicanos les abren todas las puertas legales, territoriales y mercantiles. Súmense “programas” inmovilizadores, deterioro de la educación y las condiciones de vida enmascarado por el “piso firme” y las aulas construidas para engañar los índices de miseria creciente. La certidumbre de que los migrantes nacionales y centroamericanos pisarán el infierno. La práctica normal de tortura, encarcelamientos arbitrarios, criminalización de obreros, jóvenes, indígenas…

En un país que pareciera indefenso ante la brutalidad de criminales y fuerzas gubernamentales, los pueblos indígenas, al menos ellos, se defienden, y al hacerlo defienden a México. ¿Y cuántos más?