Opinión
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La Muestra

En la niebla

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Escena de En la niebla
M

il novecientos cuarenta y dos, Bielorrusia, en los territorios fronterizos con Alemania ocupados por el ejército nazi. El ferrocarrilero Sushenia (Vladimir Svirski) es acusado por miembros de la resistencia antifascista de haber colaborado con los ocupantes por el simple hecho de haber sido detenido e interrogado luego de un atentado e inexplicablemente liberado por sus captores.

Aunque el hombre es inocente y no tiene participación directa en el acto, de su liberación se concluye un acto de traición y una responsabilidad indirecta en la ejecución de tres de sus compañeros. Uno de los oficiales encargados del ajusticiamiento de los detenidos ha tomado la decisión de librarlo no a una muerte inmediata, sino a un tormento mayor: ser víctima de la suspicacia colectiva y cargar consigo, como un fardo permanente, el absurdo de una culpa por una acción no cometida.

El planteamiento remite a lo que es en esencia el dilema moral de En la niebla, de Serguei Loznitsa, realizador ucraniano de larga experiencia en trabajos documentales, y con un primer trabajo de ficción muy reconocido, Mi felicidad (2010), quien ahora aborda con notable destreza narrativa una historia contada desde puntos de vista diferentes, a partir del recurso a tres flash-backs extraordinarios. La cinta remite también al clásico soviético contemporáneo Ven y mira (1985), de Elem Klimov.

La originalidad de la cinta de Loznitsa, basada en la novela de Vasilly Bykov, notable cronista bielorruso de las atmósferas de la posguerra, es la manera en que, luego de plantearse la premisa central de dos miembros de la resistencia que retienen a Sushenia para conducirlo a un bosque para un juicio y una ejecución sumaria, el realizador se demora largamente en explorar no sólo el estado de ánimo del detenido, la impotencia de sus argumentaciones de defensa, el conflicto moral que a su vez le ocasiona la muerte de sus compañeros y el desasosiego de ser un sobreviviente sin gloria alguna, sino también los dilemas y reacciones encontradas de quienes lo llevan detenido.

Dice al respecto el director: “Es la historia de un castigo sin un crimen. La historia de un hombre agobiado por circunstancias fuera de su control que le impiden preservar su dignidad. Es también una historia de percepción e interacción humanas. ‘Los ojos y los oídos son testigos pobres para aquellos hombres cuyas almas son de naturaleza bárbara’, decía Heráclito. Ese es el asunto de mi película” (entrevista con Ryan Wells en Cinespect, 19.1.12).

Loznitsa narra esta historia de manera lacónica, con largos planos secuencias y muy pocos cortes, pocos diálogos también, y una fotografía que hace del paisaje una sugerente proyección de los cambiantes estados de ánimo de los personajes. Hay imágenes formidables, como el modo que tiene Sushenia de llevar a cuestas, como una penitencia, el cadáver de uno de sus captores milicianos caído en una emboscada nazi. La parábola moral que propone el director tiene que ver con el proceso de expiación en un bosque por una culpa imaginaria, o por ese remordimiento mayor que es el que pudiera sentir el protagonista cautivo por no haber sabido brindar con oportunidad la ayuda o la solidaridad necesarias.

Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.