Opinión
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Albores del debate sobre la tolerancia de cultos en México
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rácticamente al otro día de consumada la Independencia nacional arreciaron los debates sobre el porvenir del país. Los conservadores buscaron afanosamente mantener inamovible la identidad religiosa católica de la nación. Para tal propósito edificaron un cuerpo legal que vedaba la práctica pública de cualquier otra religión distinta al catolicismo. Veían con temor la posibilidad de que el protestantismo incursionara en México.

Desde antes de la consumación de la Independencia en 1821, y con mayor fuerza después de la misma, en círculos intelectuales se propone que el Estado deje de identificarse con una confesión religiosa, el catolicismo romano.

La anterior propuesta es defendida con fuerza, y de manera creciente entre 1813 y 1827 (año de su deceso) por un prolífico escritor y periodista, Joaquín Fernández de Lizardi, más conocido por el seudónimo de El Pensador Mexicano. En La nueva revolución que se espera en la nación, escrito de 1823, Fernández de Lizardi aboga por la instauración de un gobierno republicano. Subraya que bajo el sistema republicano la religión [católica] del país debe ser no la única sino la dominante, sin exclusión de ninguna otra. Comenta que, ante lo que llama el tolerantismo religioso, “sólo en México se espantan de él, lo mismo que de los masones. Pero ¿quiénes se espantan? Los muy ignorantes, los fanáticos, que afectan mucho celo por su religión que ni observan ni conocen, los supersticiosos y los hipócritas de costumbres más relajadas […] ningún eclesiástico, clérigo o fraile, si es sabio y no alucinado, si es liberal y no maromero, si es virtuoso y no hipócrita, no aborrece la república, el tolerantismo ni las reformas eclesiásticas”.

Al año siguiente de las anteriores palabras de Fernández de Lizardi es aprobada la Constitución que en su artículo tercero establece: La religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica, romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquier otra.

En un memorando Andrés Quintana Roo solicita al Congreso Constituyente que se abra en las deliberaciones para redactar las nuevas leyes el tema de la tolerancia religiosa, porque la intolerancia religiosa, esta implacable enemiga de la mansedumbre evangélica, está proscrita en todos los países, en que los progresos del cristianismo se han combinado con los de la civilización y las luces para fijar la felicidad de los hombres. Al trascender su propuesta al público, la misma levanta enconadas reacciones y el autor sale de la ciudad de México por un tiempo.

Pese a todo en las discusiones sobre la nueva Constitución el tema del llamado tolerantismo ocupa un lugar en los debates. Al ser presentado el proyecto del artículo tercero algunos diputados buscaron atenuar el sentido prohibicionista del documento. Su intento de disminuir la exclusividad del catolicismo romano como religión oficial de la nación mexicana, aunque fue abrumadoramente derrotado, deja testimonio de ciertos cambios mentales en unos cuantos representantes populares.

El diputado Juan de Dios Cañedo se reconoce católico, pero al mismo tiempo, consignaba un cronista, observó que este decía [el proyecto] que la religión de la nación no sólo es, sino que será perpetuamente la católica; lo cual era impropio de un legislador que no debe referirse a esos futuros indefinidos. Que la expresión denota los buenos deseos que todos tenemos de que permanezca siempre la religión católica, pero que sus deseos no se deben expresar en una ley. Sobre la intolerancia que propone el artículo también dijo que convenía callar en este punto, porque la intolerancia era hija del fanatismo y contraria a la religión (El Águila Mexicana, 10/12/1823). Con su acción Cañedo logra que por primera vez la tolerancia [fuera] discutida como tema central en un órgano de gobierno. Había sido tocada otras veces pero como un aspecto subordinado a un proyecto más general, comúnmente referido al problema de la inmigración (Gustavo Santillán, La secularización de las creencias. Discusiones sobre la tolerancia religiosa en México, en Estado, Iglesia y sociedad en México, siglo XIX).

Por su parte Lorenzo de Zavala expuso que en su concepto se debía omitir la expresión será perpetuamente (El Águila Mexicana, 11/12/1823). Zavala, tres años más adelante, apoya la distribución de biblias que hizo en la parte central de México entre 1827 y 1830 el enviado por la Sociedad Bíblica Británica y Extranjera, James Thomson. El diputado Covarrubias igualmente juzgó excesiva la frase, aunque se opuso a la tolerancia porque servía de capa para introducir las falsas sectas.

El político y escritor, uno de los historiadores decimonónicos más renombrados, integrante del Congreso Constituyente de 1823-1824, Carlos María de Bustamante, sostuvo el artículo como está: dijo que las naciones tenían sus caracteres, y el de la mexicana era el catolicismo. Que podrá venir tiempo en que nuestros pueblos puedan tratar sin peligro con los protestantes, pero que en el día la tolerancia sobre ser peligrosa, sería impolítica (El Águila Mexicana, 11/12/1823).

El artículo fue aprobado y legalmente quedó en la Constitución la clara prohibición de que pudiesen expresarse otras confesiones distintas a la católica. Sin embargo, cabe llamar la atención a que algunos diputados defendieron la posibilidad de que en el país las leyes fuesen más abiertas y no cerradas a la tolerancia. Se iniciaba así un largo proceso cultural, social, político y legal, que alcanzaría un nuevo momento en la Constitución liberal de 1857 y un impulso definitivo con la Ley de Libertad de Cultos, promulgada por Benito Juárez el 4 de diciembre de 1860.