Opinión
Ver día anteriorMartes 27 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

La caza

D

ías de ira. En una comunidad rural de Dinamarca se lleva a cabo una persecución y un linchamiento moral que semeja una cacería de brujas de la época medieval. Todo a partir de una mentira proferida sin malicia por Clara (Anita Wedderkopp), una niña de cinco años que da a entender a las autoridades de su escuela que Lucas (Mads Mikkelsen), su maestro preferido, le habría mostrado sus órganos genitales. Esta mentira, originada en imágenes pornográficas apenas avizoradas, recuerdos confusos y un malentendido entre ella y su maestro, se esparce por la comunidad escolar y por todo el pueblo con la eficacia de una repproducción viral. En pocos días el antes respetado maestro se vuelve el blanco de una repulsa generalizada. De nada valen sus argumentos frente a la noción imperturbable de que los niños son incapaces de mentir. Sus compañeros de juergas lo evitan y condenan, su mejor amigo y padre de la niña duda muy poco antes de unirse también al linchamiento que crece incontenible. Lo que en un primer tiempo es azoro y desconfianza pronto se vuelve un hostigamiento abierto que derriba todo rastro de honorabilidad en Lucas y siembra el recelo y la duda entre sus seres más cercanos, la esposa de quien se ha separado, el hijo adolescente cuyos lazos afectivos intenta recuperar, y su nueva joven amante, que vacila ya por qué partido habrá de inclinarse en el asunto.

En La caza (Jagten), su séptimo largometraje, el danés Thomas Vinterberg (Festen: La celebración, 1998; Submarino, 2002) deja en claro con indicios muy precisos la inocencia de su protagonista. Aunque es grande la tentación de atribuir al director y a su guionista Thomas Lindholm la intención de sembrar ambigüedades en el relato y en particular en la conducta de Lucas, lo que realmente interesa a Vinterberg es mostrar hasta qué punto una comunidad tranquila, en apariencia civilizada, puede exhibir conductas irracionales. En los últimos años el delicado tema del abuso infantil ha exacerbado temores colectivos, en ocasiones muy fundados, y también paranoias colectivas que han generado una intolerancia extrema y en ocasiones crímenes de odio.

La película desarrolla el personaje de Lucas de modo complejo y fascinante. Se trata de un ciudadano común que intenta rehacer su vida sentimental y mantiene relaciones muy cordiales con su entorno, y cuya vida entera súbitamente da un giro radical por el efecto de una palabra mal proferida y peor interpretada. Lucas pierde toda su respetabilidad y es señalado como un apestado social, un paria deleznable, y agredido de mil formas, con un hostigamiento encarnizado que no conoce tregua y que lo orilla a él, bestia acorralada, a responder vigorosamente y defender su honor vulnerado y su verdad, esa evidencia que todo el pueblo, con escasas excepciones, se empeña en desconocer o invalidar. Hay dos secuencias capitales: una en un supermercado, la violenta confrontación del hombre humillado con sus agresores; otra en el interior de una iglesia, con el desafío moral que Lucas lanza a su mejor amigo, un perseguidor acosado ya por una duda perturbadora.

La caza alude también, y no es el menor de sus asuntos, a la transmisión de una generación a otra de los valores del éxito y la competitividad, fincados a menudo en la violencia, y cuyo símbolo son aquí el rifle y la cacería. La posibilidad de un entendimiento civilizatorio, algo que sería el mejor resguardo contra la histeria colectiva y las conductas irracionales, se topa a menudo con ese obstáculo mayor que es el derecho del más fuerte. Una comunidad entera se arroga aquí el derecho de acosar y humillar a uno de sus miembros y destruirle la existencia, a partir de una mentira que sólo es una faceta más de prejuicios más generalizados y arraigados.

Además de la Cineteca Nacional, la Muestra prosigue este mes su recorrido en salas de Cinemex, Cinépolis, Lumière Reforma y sala Julio Bracho del Centro Cultural Universitario.