Opinión
Ver día anteriorMartes 20 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La Muestra

La Sirga

U

na belleza fantasmal. El título de La Sirga, primer largometraje de William Vega, alude al nombre de un hostal abandonado a orillas de la laguna de la Cocha, en el sur de Colombia, adonde llega la joven Alicia (estupenda Joghis Arias), huyendo de la devastación que en su pueblo ha dejado la guerra, y en busca de refugio al lado de un tío al que apenas conoce, don Óscar (Julio César Roble).

Durante largas secuencias la cinta sumerge al espectador en la naturaleza inhóspita y fría de esta región lacustre sumida en la neblina. Se avizoran apenas las faenas del lugar, las estrategias de supervivencia mediante una incierta cría de truchas, o los negocios oscuros del tráfico de armas, el eco también de crímenes no resueltos, y la deserción del turismo por las amenazas de una violencia siempre latente.

En este lugar, afirma uno de los personajes, cualquier cosa puede pasar. Es omnipresente ahí la fuerza de los elementos, el viento que azota los juncos en las esteras lodosas, y una lluvia pertinaz que maltrata las partes bajas de las casas, en particular la del hostal de La Sirga, en continua y penosa remodelación.

En este territorio andino, donde reinan el miedo y la incertidumbre, el director cuenta la historia de Alicia, una adolescente cuya presencia discreta y sensual, y su carácter e intenciones siempre impenetrables, seducen a los lugareños, empezando por el propio tío que a secretas la atisba cuando se desnuda, o el primo por largo tiempo ausente, que al llegar de nuevo sucumbe a su vez a los encantos de la joven, o el suspirante Mirichis, el primero en conducir en barca a la joven a través de la laguna, quien quisiera formalizar relaciones con ella y que impotente deberá renunciar a su propósito. Nada prospera en este territorio yermo, menos aún las apetencias carnales o los sentimientos amorosos.

William Vega alude a esta soledad y a esta impotencia evitando dejar las cosas en claro, insinuando siempre lo que pudo pasar y que posiblemente jamás haya pasado, con un lenguaje siempre elíptico, dejando en la sombra los deseos sexuales y sus inciertas satisfacciones, el presentimiento de la violencia y sus posibles desenlaces, con los elementos de un thriller que jamás cuaja porque se ha decidido dejar todas las pistas abiertas.

Esta sensación de relato inconcluso, con cabos sueltos y tramas secundarias que no conducen a nada, podría verse como una debilidad narrativa, de no ser porque el realizador, también guionista, ha elegido muy claramente la evocación de una atmósfera ominosa que no es otra que la que vive todo un país sumido en la incertidumbre de una paz siempre en suspenso y una violencia que puede siempre estallar de nuevo.

La Sirga es también el lugar por el que ronda un misterioso duende de las minas cuya aparición puede sumir en la enfermedad del espanto a los trabajadores, o el sitio que cada noche recorre esa Alicia, sonámbula adolescente sin reposo, cuya breve estancia en el hostal desierto es sólo una escala más en su nomadismo interminable. Una película melancólica y bella, cuyo tema central es el abandono de una región y la soledad de sus moradores.