17 de noviembre de 2012     Número 62

Directora General: CARMEN LIRA SAADE
Director Fundador: CARLOS PAYAN VELVER

Suplemento Informativo de La Jornada

Programa México Nación Multicultural, contribución de la UNAM para impulsar equidad: José del Val


José del Val

Lourdes Rudiño

Este diciembre, el Programa Universitario México Nación Multicultural, de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) cumple ocho años, con el objetivo principal de fortalecer los campos de reflexión; abatir los estigmas con que tradicionalmente se trata el asunto indígena –al segmentarlo y arrinconarlo en instituciones específicas–, e impulsar condiciones más equitativas en la sociedad.

Una de las estrategias principales de este programa, que es dirigido por el etnólogo José del Val Blanco, ha sido “abrir la UNAM a los pueblos indígenas”, y lo ha hecho por medio de un sistema de becas a estudiantes de la institución pertenecientes a comunidades indígenas, y preferentemente que hablen su lengua originaria. La intención, comenta Del Val, es generar una masa crítica de profesionistas indígenas que actúen sobre toda la sociedad, no sólo referidos a sus comunidades, y que se inserten en las estructuras de la sociedad y del gobierno, políticas y económicas. Para ello tuvimos que romper con el estigma de que los indígenas se formen con la condición sólo que de que luego regresen y sirvan a sus comunidades”.

Las becas iniciaron beneficiando a 50 muchachos, ahora suman 600 y “esperamos que en unos pocos años, unos tres o cuatro, lleguen a mil”. Además de que cuando se instauró el programa, se acordó que sería de largo aliento, que tendría que durar cuando menos 15 o 20 años para realmente tener impacto social.

En entrevista, destaca que lo importante de estas becas no es sólo que son las de mayor monto de la UNAM (de dos mil 400 pesos mensuales durante todo el curso formativo, considerando lo que requiere un joven para alojarse, comer, trasladarse a la UNAM y otros gastos), sino además que los beneficiarios tienen una relación muy estrecha con sus tutores, algunos de los cuales son también indígenas, y que, considerando las especificidades de su situación y de las relaciones con sus pueblos, reciben ciertas consideraciones. Por ejemplo, ha habido casos de muchachos que deben regresar a sus pueblos a resolver asuntos de tenencia de la tierra cuando fallece algún familiar, “y entonces paralizamos la beca, y cuando regresa el joven, se reactiva”.

Hasta ahora se han recibido más de 150 becarios en todas las carreras. “Y ese es otro de los horizontes que se han abierto: que estudien lo que ellos quieran, porque antes el enfoque era que (los indígenas) estudiaban para maestros, abogados, agrónomos… Hoy tenemos muchachos estudiando mecatrónica, filosofía, todas las carreras”. Además, el Programa impulsa que este tipo de becas se desarrollen en otros ámbitos de México y de América Latina. “Ya de Argentina y Costa Rica nos han pedido asesoría para desarrollar programas semejantes”.

El Programa que dirige Del Val cuenta además con una materia, llamada México Nación Multicultural, de un semestre, que es optativa y se da en 15 facultades todos los años. Por ella pasaron este año más de 19 mil muchachos, estudiantes de medicina, arquitectura, derecho, ingenierías, antropología, etcétera. “Es una materia que va creando en la universidad los espacios de comprensión de la interculturalidad, 30 por ciento de los maestros de este seminario son indígenas”.

El entrevistado considera que la democratización de México debería tender al fortalecimiento de las culturas indígenas. “En 50 años en Yucatán y Campeche se hablará maya, en Michoacán purépecha, aquí (en la Ciudad de México) náhuatl y español y no va a haber problema (…) Veamos España, ese país cabe en Chihuahua y se hablan siete lenguas y no pasa nada. Porque en la medida en que los catalanes se ponen tercos con su lengua, persiste, y en la medida que los purépechas se pongan tercos con su lengua se mantendrá”.

Pero es todo un reto. “Romper este cristal nos va a llevar un par de generaciones”. Hay muchas simulaciones de parte del Estado, de la sociedad, de las instituciones, y de los propios antropólogos, en los ámbitos que inciden sobre la población indígena, considera Del Val. Por ejemplo, la prueba Enlace que se aplica por igual a escuelas del medio urbano y del rural, sin considerar las deficiencias en este último. “Si le hago la prueba a un muchacho que no tiene ni siquiera banca, evidentemente va a salir mal; es inmoral”. Además, si tal prueba no deriva en decisiones que corrijan la desigualdad, de nada sirve. “¿Tiene implicaciones la prueba, ¿voy a poner mejores instalaciones?, ¿va a haber consecuencias en el orden de planeación y de la inversión educativa en México? ¿No? Entonces, ¿para qué hacemos la prueba?”

Asimismo, el Estado ha venido creando universidades interculturales en muchos sitios, “pero cuando uno va a verlas, no tienen biblioteca, ni acceso a internet. Se les crean a los indígenas estas instituciones pero con las mismas condiciones de subordinación, marginación, precariedad que han padecido históricamente”.

Por otro lado, la Secretaría de Educación Pública tiene una dirección de educación indígena bilingüe intercultural, con cerca de 40 mil maestros, pero las lenguas están sometidas a degradación y la enseñanza de lenguas originarias sólo le está sirviendo a los niños para hablar con su abuela, porque por otro lado el español es lo que se refuerza en los espacios sociales. “Entonces esto es un fracaso, metemos a la sociedad en estructuras de simulación”.

Otro ejemplo de simulación es de orden internacional, está en el Convenio 169 de la Organización Internacional del Trabajo, que reivindica los derechos de los pueblos indígenas, pero que en la práctica no sirve para nada, “es meramente declarativo, los gobiernos firmaron lo que no los comprometía efectivamente. Además de que no hay un entendimiento de que en México no tenemos una cultura indígena, sino muchas culturas y muchas lenguas. Debemos romper con esa idea de indios y mestizos. Aquí hay por lo menos 50 culturas diferentes, y además de las indígenas están las culturas que ha dado el mundo a México, por ejemplo la de los mexicanos libaneses, la de los mexicanos judíos, los mexicanos alemanes, etcétera”.

De acuerdo con Del Val, los esfuerzos que hoy se hacen en México para cerrar las brechas de la desigualdad, y para fortalecer el México multicultural son incipientes. “Diría que estamos en los prolegómenos, ni siquiera en la problemática, intentando comprender de qué se trata, porque es que la idea es que los pueblos indígenas son otros, que quieren otras cosas. Llevo 30 años hablando con lideres indígenas, les pregunto qué quieren, y dicen todo, queremos acceso a la educación… pero con nuestra cultura no te metas, ese es asunto nuestro”. Entender esto y romper simulaciones y acabar con el racismo son grandes desafíos. Del Val comenta con tristeza cómo los jóvenes indígenas sufren en sus propias facultades la discriminación. “Me hablan de cómo por ejemplo sus compañeros de escuela los excluyen cuando organizan una fiesta”.

Transmisión vernácula: los “saberes otros” de los pueblos indígenas campesinos

Mauricio González González, Milton Gabriel Hernández García y Sofía I. Medellín Urquiaga  Cedicar/ENAH/UAM-X

Soñar al cobijo de la noche de los pueblos indígenas impone la experiencia de cruzar umbrales a los que el naturalismo de sociedades industriales impide acceder, pues se requiere estar constituido por instancias anímicas que los originarios de tradición religiosa mesoamericana traducen al español como “sombra”, especie de alma que viaja en donde el destino se inscribe a manera de obsequio por parte de entidades extrahumanas, identificadas en castilla como “Dueños” o “Patrones”. El sueño y complejos protocolos rituales son la vía para su encuentro.

Así, la curandería, por ejemplo, no es oficio al que se le destine solamente tiempo para aprender infinidad de detalles en torno a herbolaria, disposición de viandas para ofrenda, calendarios propiciatorios y operaciones de sanación. Es un don que impone Toteekojtli (en náhuatl “nuestro Señor”), que además de ser anunciado en sueños suele acompañarse de una enfermedad en la que los doctores muestran su límite, pues no es éste el encuadre que se requiere para superarle. Un tratamiento vernáculo será el único camino para recuperar salud y, además de confirmar la etiología de dicha enfermedad, hará de ese curandero un padrino que acompañará al asignado por un proceso ritual que suele durar años. Sanar en la mayoría de los pueblos originarios del país es un regalo al que se es sujeto y encauza los caminos de la vida.

Son pues los sueños donde Dueños del Agua, del Monte, de los animales, del Maíz, del Cerro, del Fuego, Estrellas o Serpientes anuncian el porvenir, sea éste prodigioso e incluso angustiante. No obstante, tal aviso permite tomar medidas que en la mayoría de los caso no sólo involucra al soñante, sino a su familia y, de ordinario, a comunidades enteras, pues los presagios involucran enfermedades de la milpa, de animales de traspatio y del ganado, pero también pueden ser motivo del apetito de alguno de los Señores, quien solicita fiesta y, en ello, la intervención de terrenales. Ofrendas, danza, música y bellas producciones estéticas de papel, carrizo, textiles o maíz son el pan de la ritualidad indiana. Y es que no sólo el saber hacer del curandero es regalo divino, pues no hay persona en el mundo que no esté tocado por los Patrones y cada trabajo es ya un designio. Los no indígenas le llaman vocación, nuestros pueblos don.

Las comunidades del noroeste, forjadas bajo otra matriz que en algunos casos prescindió de la agricultura, suelen manifestar este tipo de saberes por la vía de su parentesco, de sus linajes. Entre los comcáac o seris, por evocar sólo alguno, es común ver por la noche en los solares a algún abuelo o abuela atenta a la oscuridad. La enigmática actitud no sólo responde a que la gente de la costa de Sonora sabe leer las estrellas y el viento, referentes importantes para la navegación pesquera, sino que los seris tienen en más de una especie animal a un antepasado.

Son los viejos quienes con el tiempo han aprendido a escuchar y comprenden la fuerza y riqueza que ello transmite. Saber escuchar en comcáac es saber del aliento de hermanos no humanos, variante septentrional de lo que Carlos Lenkersdorf nos enseñó al mostrar, entre tojolabales de Chiapas, que hay pueblos con términos para la lengua hablada (k’umal) y la lengua escuchada (’ab’al). Escuchar en sueños y al corazón es pieza clave de los saberes vernáculos, interlocutores que remiten a mundos posibles bajo la esfera de Nuestra América.

La ciencia ha hecho de este tipo de experiencias seudoconocimiento, invalidando su lugar no sólo para las sociedades indígenas, sino también la enseñanza que de ellas se puede extraer. En un mundo en el que el paradigma de desarrollo plegado a la acumulación capitalista ha mostrado un límite social, sobre todo en la pobreza y el hambre de grandes poblaciones del mundo, pero también ecológico, al poner en riesgo la viabilidad de los ecosistemas por el cambio climático, es prioritario comenzar a escuchar a quienes nos anteceden y que aún sostienen modos de vida que se muestran emancipatorios ante el destino humano que la modernidad legó. Saberes otros en cuyas prácticas, como lo enseña el mundo campesino, existen epistemologías milenarias, “otras”, al margen de la dominación.

La Educación Rural Alternativa, nuevo paradigma para enfrentar la crisis en el campo

Carlos García Jiménez  Unicam-Sur

El analfabetismo, la pobreza, la improductividad, la inseguridad pública y el éxodo hacia las ciudades son los saldos de las políticas públicas inadecuadas que sexenio tras sexenio han venido acentuado el subdesarrollo en el campo mexicano. Las millonarias inversiones en desarrollo social, infraestructura productiva, seguridad pública, tecnología y educación no han impactado en la calidad de vida de los pobladores rurales; todo lo contrario.

¿Qué es lo que no ha funcionado? ¿Qué caminos nuevos se deben recorrer? ¿De quién dependen los cambios verdaderos? Son preguntas que frente a la crisis rural, muchas organizaciones sociales rurales se han venido planteando; un nuevo paradigma de reflexión y acción basado en el desarrollo de las capacidades locales que permitan la organización autogestiva y el aprovechamiento sustentable de los recursos locales como motor de los cambios ha sido una conclusión recurrente.

Este nuevo paradigma, que centra el desarrollo en las personas desde su problemática local, se ha venido gestando y fortaleciendo en distintos espacios de formación participativa, dando lugar a lo que ya se reconoce entre muchas organizaciones rurales del país como Educación Rural Alternativa (ERA). “Nadie enseña a nadie, todos aprendemos de todos”, “aprender haciendo”, “compartir saberes para generar nuevos conocimientos”, “experimentar en pequeño”, son, entre otros, los principios en que descansa este enfoque educativo.

“La Educación Rural Alternativa es el proceso de formación orientado a conformar un ser humano integral, en armonía con su entorno social, ecológico, tecnológico y cultural; con base en un pensamiento reflexivo y crítico que permita la transformación social de las condiciones actuales que se viven, con una visión de sustentabilidad” (Primer Foro Nacional de Intercambio de Experiencias de ERA. México, DF. 2008).

La ERA se ha venido desarrollando gracias al despliegue de las iniciativas comunitarias y sociales que desde sus espacios de incidencia local buscan mejorar la vida rural en materia de producción agropecuaria, cuidado del medio ambiente, bienestar social, salud, seguridad pública y cultura. Esta nueva dinámica social –auspiciada principalmente por organizaciones sociales, campesinas e indígenas en las regiones más pobres del país– ya constituye una nueva forma de pensar y actuar que con pequeñas acciones está demostrando que otro camino es posible para transformar la realidad del campo mexicano.

En la medida que estas experiencias y nuevos conceptos empiezan a difundirse, también se empieza a remover, poco a poco, el viejo paternalismo, clientelismo, caudillismo, extensionismo y la dependencia de los insumos externos, propios del modelo neoliberal que trajo la crisis en el campo.

El nuevo paradigma ya cabalga en los territorios rurales, muchas veces a contracorriente de las políticas públicas gubernamentales, pero también, enfrentando las prácticas centralistas y caudillistas de muchos líderes campesinos, técnicos de las organizaciones rurales y consultores privados.

Para fortalecer la ERA, en el Segundo Encuentro Nacional de Intercambio de Experiencias, realizado (octubre, 2011), las 57 organizaciones e instituciones asistentes asumieron el compromiso de seguir profundizando desde sus espacios locales y en eventos regionales y nacionales:

El desarrollo de las metodologías participativas, y la incorporación del enfoque de interculturalidad y género, en todos los procesos educativos que realicen.

El reconocimiento de la ERA en el marco jurídico federal, mediante iniciativas de reformas a las leyes General de Educación, y de Desarrollo Rural Sustentable; y su aplicación en el sistema educativo oficial, desde preescolar hasta profesional.

La inclusión del concepto de ERA en la Ley de Egresos de la Federación con una asignación presupuestal honorable, concursable y vigilada por las organizaciones involucradas en estos procesos.

Para dar seguimiento a estos compromisos se integró el Grupo Promotor de la Educación Rural Alternativa (Grupo ERA) que auspiciará la organización de eventos de intercambio entre organizaciones sociales rurales, el cabildeo con diputados y funcionarios públicos y el posicionamiento de la ERA en la actividad cotidiana de las organizaciones campesinas e indígenas. Estos pasos son apenas los primeros. Es vital fortalecer esta red de incidencia, retomando los compromisos mencionados. Porque como dijo el poeta Antonio Machado: “Caminante, no hay caminos, se hace camino al andar...”