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Ver día anteriorDomingo 11 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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De esta agua
E

n algún lugar oí o leí la frase en que Woody Allen sostiene que lo único de lo que él se arrepiente es de lo que no ha hecho. Me pregunto si lo dijo porque lo cree o sólo por decirlo, y entonces la afirmación no fuera más que un lugar común con el que salió del aprieto en que se habrá visto cuando recurrió a semejante aseveración para zafarse de él. Pero si pretendo acogerla yo, con seguridad sé que para mí no es ninguna verdad, la viera desde el ángulo desde que la viera, sino una declaración tan osada que me parece que lo que sostiene es falso. A gente adulta más o menos contenida, o inhibida, o quizás en exceso bien educada, como yo, no le alcanzaría lo que le quedara de vida para hacer todo lo que hubiera querido hacer y no hizo, y estoy casi segura de que otros que hubieran rebasado ya los 60 años, y no se hubieran inhibido de nada de lo que hubieran querido hacer, al mirar atrás más bien querrían borrar más que lo que querrían repetir o al menos subrayar. Ha de ser un don, saber diferenciar uno mismo entre lo que debe hacer y lo que no para no arrepentirse, sin necesidad de que nada ni nadie externo a uno se lo indique. En todo caso, creo que quienes hacen todo (se arrepientan o no, o digan que no se arrepienten, y sea esto cierto o falso), así como quienes no hacemos nada, o casi nada, y de cualquier forma vivimos entre la culpa –de lo que hicimos o de lo que no– y el arrepentimiento –de lo que hicimos y de lo que no–, somos ubicables más como representantes de la sinrazón que de la sensatez y la sabiduría.

En 2012 sigue la polémica que en 1604 el propio Cervantes desató al intercalar, entre otras, la novela breve El curioso impertinente dentro de la novela contenedora Don Quijote. Quizá, si lo hizo con toda intención y previsión, no la habría considerado él mismo una impertinencia o descortesía o falta de consideración hacia el lector al titularla como la tituló. (En la Segunda Parte de Don Quijote, años después de conocer las protestas de los lectores que al respecto tuvo la Primera Parte, el autor hace a uno de los personajes ejercer de crítico y cuestionar precisamente la pertinencia o impertinencia de incluir El curioso impertinente, entre otras novelas, en Don Quijote.) De modo que es probable que, si abiertamente Cervantes no se arrepintió de hacerlo, al menos dudó de su osadía de haberlo hecho (aun cuando en su tiempo intercalar una novela breve en una extensa fuera una práctica usual).

En otro orden de asuntos, existe al menos una película en la que se ofrece una solución contra el mal del arrepentimiento. Se trata de Antes de partir (2007, de Rob Reiner, con Jack Nicholson y Morgan Freeman), en la que dos amigos enfermos terminales se embarcan en llevar a cabo una serie de deseos que se han propuesto consumar antes de morir. O sea, deciden no morir arrepentidos de algo que no hicieron. No diré que ninguno de sus sueños en vías de realización me parezca apetecible a mí (sobrevolar el Polo Norte, conocer el Taj Mahal, recorrer la Muralla China en motocicleta, etcétera), pero confieso que el tema me ha inquietado lo suficiente para orillarme cada tanto a hacer mis propias listas, de manera previsora, en el supuesto de que en la realidad yo llegara a verme en una circunstancia tan concluyente y dramática como la que, en la ficción, enfrentaron estos dos personajes. Y debo confesar que dichas listas en mi caso se prolongan indefinidamente.

La única manera que yo tengo a mi alcance para paliar esta condición, que llamaré desconcertante, para no llamarla con mayor gravedad, pues sería, aunque más justo, por completo impertinente, ha consistido en escribir ficciones. Pero debo advertir que siempre es con duda, como si solamente la inseguridad, o la posibilidad de equivocarme y arrepentirme de lo que escribo, o sentir culpa por eso, confirmara mi derecho a escribirlo.

Es decir, yo solamente podría afirmar que lo único de lo que podría arrepentirme sería de lo que no he hecho, si me refiriera a lo que no he escrito, incluso a sabiendas de que al escribirlo me arrepentiré o, al menos, dudaré de la pertinencia o impertinencia de haberlo escrito. Y puedo asegurar que se trata de un desafío, aunque decididamente atractivo y estimulante, más bien desconsolador, pues por más realidad que las palabras den a una ficción, la realidad que registran no deja de ser ficción.