Opinión
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La cesión de Tehuantepec
N

o se crea exageración decir que en la década reciente las costas y planicies del istmo de Tehuantepec se han convertido en una flagrante colonia de la peor España, como ya lo había sido hace algunos siglos. Los mismos Borbones, aunque en vez de los prestamistas del reino están las empresas de energía, y sí, los banqueros (Botín o como se apelliden). Atravesar estas airosas planicies implica una experiencia brutal, que dice mucho de la voracidad de los nuevos conquistadores (Mareña Renovables, Iberdrola o como se firmen) que no dejan piedra sobre piedra, como no sean millares de bases de concreto para el bosque de altas aspas metálicas comiéndose el aire sin cesar y hasta perderse en el horizonte. Menuda chamba tendría Don Quijote. La metáfora se da por vencida. Por eso es tan vergonzosa la diminuta imagen del presidente-que-ya-se-va con un tramo del parque eólico concesionado como fondo, inaugurándolo, y tan orondo.

El istmo nunca, ni en las peores, dejó de ser tierra venturosa de la civilización zapoteca, milenaria casa de los ikoot, hijos del viento, (antes llamados huaves) y también de los mixes de la sierra baja. Pero cuando llegaron los planificadores de la casa matriz y los flamantes funcionarios panistas una década atrás, concluyeron que aquí no había nada ni nadie, ergo un paraje ideal para convertirlo en algo: la fábrica más grande en extensión de todo el ya industrializado territorio nacional. Miles de hectáreas agrícolas sacrificadas al moderno Moloch de la energía.

Los conservadores nunca han sabido gobernar en México. Regalan sin chistar el país al invasor (y si usa corona, mejor), heredan guerras horrendas y se creen nuestros salvadores. Miramones o Calderones, Foxes o Mejías, siempre salen iguales. Es doloroso ver, por ejemplo, cómo cambió la vida social de Juchitán en estos años. En una situación equivalente a la de las plantaciones inglesas de té en Ceilán y el acendrado colonialismo que representaron, las empresas, principalmente españolas, han inundado de arrogante personal joven, masculino, pagado en euros (técnicos, ingenieros, administradores, capataces, lo de siempre) a la ciudad más fuerte de la región. Como cualquier ejército invasor, ocuparon la economía, la ronda social y las mujeres disponibles. Colonialismo de manual.

Ya en 2006, cuando las primeras torres estaban en calidad de muestra, era chocante ver los bares y restoranes llenos de ibéricos ligando con parvadas de chicas locales y manteniendo a flote los establecimientos a su servicio; hoy es un fenómeno tan abrumador que la gente ni lo nota. Imagine el lector una burocracia de ocupación, sin arraigo, pero dueña de la situación. Y la buena vida a tiro de piedra en Huatulco con sus playas de ensueño (también concesionadas en buena medida al reino de España), y los puteros del vecino puerto de Salina Cruz para portarse mal si les apetece. Pero estas franjas de México que sirven de campamento, burdel y para el libre flujo de divisas, son sólo un saldo colateral. En otra escala, hace unos 150 años la soldadesca francesa que asoló (no por demasiado tiempo) las tierras del istmo, las sembró de francesitos zapotecos sin papá.

En el presente, se necesita que la Policía Federal acordone el tramo de molinos que vino a inaugurar el presidente,para contener las protestas de los indígenas, pescadores y campesinos que se siguen oponiendo a la tierra arrasada que instauraron las eólicas. Y el traidor gobierno oaxaqueño defiende a las empresas contra los indígenas. Sus personeros se ríen de quien denuncia el exterminio de las aves endémicas y migratorias en un corredor de la biosfera fundamental para el hemisferio americano. Pero es un hecho consumado. La célebre Ventosa devino páramo de molinos devoradores de viento, campos y caminos desiertos, lagunas envenenadas, plantas eléctricas que brotan como hongos, aves descuartizadas y un silencio ominoso y retumbante. Tres robos en uno: el suelo, el aire y el canto.

El gobierno calderonista en liquidación, y su inefable Comisión Federal de Electricidad presumen unas cuentas alegres que ni ellos se creen. La quebrantada corona española y los bancos y empresas que con ella de fantoche retomaron las Indias Occidentales en nombre de la libertad de mercado, sólo juntan sus doblones y kilovatios y los trasladan enseguida a bóvedas más seguras.

Mediante engaños, chantajes e imposiciones, el despojo ya fue. El desastre salta a la vista. Estos parques eólicos, que siguen proliferando, hacen ver enanitos los muy extendidos molinos similares en el centro de la California estadunidense (mucho más racionales en comparación; en hileras, espaciados). Acá las torres se comieron todo. Sus rotores acabaron a dentelladas con uno de los más amplios y exaltantes horizontes mexicanos. Y todo para que unos aventureros se hagan asquerosamente ricos. Echemos otra porra al gobierno del desdichado cambio. En Tehuantepec, ahora toca que devuelvan.