Opinión
Ver día anteriorLunes 5 de noviembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Aprender a morir

Muertos y vivos

C

omparto con el lector la conversación sostenida entre un antropólogo, una socióloga, una tanatóloga y un sencillo sobre la celebración del Día de Muertos en México, cuyo sincretismo disminuye la carga clerical con la que en España se conmemora el día de los fieles difuntos, refiriéndose a una presunta fidelidad a la Iglesia más que a los propios sentires y pensares del fallecido.

“Hacer como si preservara las tradiciones populares –comentó la socióloga– le viene bien al sistema en la medida en que no tiene que invertir en creatividad ni en subsidios, sólo en mantener esa tradición, aunque sin difundirla, reflexionarla o enriquecerla con aportaciones valiosas. Esos elementos del patrimonio cultural subsisten más por el prestigio de su antigüedad que por haber permeado la conciencia colectiva.”

“Es que la tradición –terció el antropólogo– refleja sobre todo un modo de pensar, de sentir y de ver la vida que va mucho más allá de lo exótico, del folclor y del pintoresquismo; es una costumbre tan arraigada que logra resistir los embates del modernismo propagado por los promotores del pensamiento único. A mí me parece muy bien que el sistema, como dices, pero además las instituciones y las familias hagan sus altares de muertos, los muestren e incluso participen en concursos. Ello es una manera de apartarse del pensamiento único que se nos impone a...”

“Precisamente esta tradición lúdica de calaveras de azúcar o en verso o dibujadas –interrumpió la tanatóloga– con sus propósitos decorativos, irónicos o humorísticos, así como los altares de muerto con sus flores de cempasúchil, copal, veladoras, papel picado, retratos, objetos –¿hoy habrá que agregar drogas y armas?– y la comida y bebida que fueron del agrado del difunto diluyen, si no es que en definitiva anulan, toda reflexión acerca de la finitud de la vida, de la muerte como parte inseparable de la vida, no su contrario. Entonces el pensamiento único, impuesto por el primer mundo, se emparenta con las tradiciones populares, pues ninguno tiene como finalidad la reflexión o la toma de conciencia sino imponer prácticas e ideas simplificadoras, cuando no enajenantes.”

“Me parece que estas celebraciones de muertos –intervino el sencillo- antes que indiferencia mal disimulan nuestro miedo ancestral a la muerte, nuestra falta de naturalidad para aceptarla, aunque en este país se nos quiera quitar la alegría de vivir y la dignidad para morir.”