Opinión
Ver día anteriorViernes 19 de octubre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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La encrucijada de la seguridad social
E

n América Latina y el Caribe más de 70 por ciento de la población en edad de trabajar no contribuye con ningún sistema de pensión. Es un dato abrumador en una región donde las tasas de natalidad se desploman y el envejecimiento de la sociedad no tiene precedente. En este escenario, tenemos el reto de avanzar hacia un cambio de paradigmas cuando hablamos de la seguridad social del presente y del futuro.

Basta dar un rápido vistazo a la situación demográfica: las más recientes cifras de organismos especializados (CELADE) indicaban que la población de adultos mayores de 60 años ya representa 9.9 por ciento del total y será de más de 35 por ciento en 2100. En 2040, por primera vez habrá más adultos mayores que niños.

Las más recientes estimaciones de la OIT indican que solamente 27.6 por ciento de las personas entre 15 y 64 años cotizan para su pensión en la región. Esto incluye tanto aquellas personas que se consideran económicamente activas como a las que no pertenecen a la fuerza de trabajo. Pero la verdad es que todos envejecemos, y todos necesitaremos un ingreso para esquivar la pobreza a una edad avanzada.

Por otra parte, la brecha de cobertura en la protección es significativa, pues 40 por ciento de los mayores de 65 años no reciben ningún tipo de pensión. La proporción es similar para los servicios de salud de la seguridad social donde, por cierto, los adultos mayores son usuarios que demandan gran cantidad de servicios.

Además, debemos considerar que los sistemas de protección social deben apuntar a otros grupos vulnerables de la población, como enfermos y discapacitados, personas sin ingresos o desempleadas, a niños que de lo contrario son obligados a trabajar o a quienes sobreviven a un trabajador fallecido y no tienen de qué vivir.

En este contexto, la seguridad social debe ser vista como una herramienta para luchar contra la pobreza y la exclusión social.

Un primer paso para el cambio de paradigmas tiene que ver con entender que los sistemas de protección social no pueden ser vistos como gasto ni caridad, sino que representan una oportunidad de fortalecer las economías y de contribuir a un desarrollo que permita eliminar la pobreza y la desigualdad actuales.

Una región con muchas más personas mayores, la mayor parte desprotegidas, sin ingresos y, por lo tanto, en situación de pobreza, con sistemas sanitarios colapsados, no parece el retrato del futuro que queremos hoy.

La baja proporción de personas que logran contribuir una parte de sus ingresos nos indica que será imposible financiar los sistemas de seguridad social solamente con cotizaciones personales, más aún si habrá cada vez más adultos mayores y menos jóvenes.

Es indudable que, tal como ocurre en muchos países avanzados, corresponde un papel al Estado así como a la sociedad en su conjunto. Los sistemas de seguridad social basados exclusivamente en regímenes contributivos son ideales pero pertenecen al pasado, y ahora es necesario generar opciones no contributivas también.

Desde las Naciones Unidas se ha abordado el desafío de la brecha en seguridad social con una propuesta que busca maximizar la cobertura hasta hacerla universal, mediante un uso eficiente y creativo de los recursos disponibles. Se llama la iniciativa del Piso de Protección Social, y busca combinar la garantía de un ingreso básico para todas las personas con la prestación de servicios esenciales, por ejemplo en salud.

La iniciativa del Piso, que es una de las prioridades de acción para la OIT, parte de la base que si las iniciativas de protección social están bien diseñadas pueden ser financiadas con diversas fuentes de recursos pero, sobre todo, son rentables, pues contribuyen a mantener en la economía a personas que de otra forma estarían marginadas.

Durante la crisis internacional, en los países donde se sintieron efectos más moderados y donde la recuperación fue más rápida, las medidas de protección social, desde los seguros de desempleo hasta las pensiones de gracia o las transferencias condicionadas de recursos, tuvieron un efecto positivo, pues permitieron mantener la demanda y contribuyeron a la productividad laboral.

La seguridad social vista con una mirada más moderna debe considerarse como medidas de impacto multidimensional, que benefician a las personas, a las comunidades, a los lugares donde trabajan o viven y por lo tanto actúan como estabilizadores económicos.

En cierto sentido estamos en una encrucijada. Enfrentamos el dilema de parchar sistemas que no han funcionado bien nunca y que serán sobrepasados, o seguir el camino de iniciativas que contribuyan al bienestar ciudadano como base de sociedades económicamente más competitivas y socialmente más inclusivas.

Sin protección social adecuada será imposible tener sociedades de calidad capaces de plantearse con éxito la globalización.

*Directora Regional de la OIT para América Latina y el Caribe