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El director de orquesta italiano recibió la Presea FIC Internacional

Riccardo Muti y la Sinfónica de Chicago develan el misterio de la música, en el Teatro Juárez
Enviada
Periódico La Jornada
Miércoles 10 de octubre de 2012, p. 6

Guanajuato, Gto., 9 de octubre. El misterio de la música fue develado por Riccardo Muti y la Orquesta Sinfónica de Chicago. El silencio rondó al publicó que salió extasiado, todavía sin asimilar del todo lo que había sucedido minutos antes, pero con la certeza de que el concierto en el Teatro Juárez se quedaría grabado no sólo en la historia del Festival Internacional Cervantino (FIC), sino en alguna parte del alma de cada uno.

Un director sin orquesta está mudo, afirmó el maestro italiano cuando le fue entregada la Presea FIC Internacional al finalizar el concierto programado para esa noche. Muti observaba la parte alta del teatro bellamente decorado y con lleno total; las entradas se agotaron desde antes del inicio del festival.

Después tomó entre sus manos la pequeña escultura que le fue entregada por el gobernador del estado, Miguel Márquez Márquez, y por la directora del festival, Lidia Camacho. La observó con cuidado, la dejó a un lado del podio y volvió ante su orquesta para regalar un encore a una audiencia que aplaudió de pie, totalmente conmovida.

Con estos fantásticos amigos de la orquesta de Chicago tocaremos una obra de un compositor de finales del siglo XVIII y principios del XIX. Se trata de Giuseppe Martucci, un maestro muy apreciado por Toscanini, predecesor en la dirección italiana. Anunció un nocturno, que dijo, como su nombre, bouna notte.

Dos sinfonías en Re fueron las elegidas para el debut en México de la prestigiada orquesta de Chicago: misteriosa y turbia, de César Franck (1822-1890), primero. Después la bucólica y campestre compuesta por Johannes Brahms (1833-1897).

Los adjetivos fueron del propio Muti, quien en su discurso en italiano, con un juego de palabras constante, también mencionó a Giuseppe Verdi, autor frecuente en su repertorio. “Como leyeron en el programa, vengo de una ciudad con una marcada influencia española, con una gran atmósfera de amistad. En Nápoles usamos una palabra parecida al español para decir ‘amistad’, como en la ópera de Verdi”.

Magia entre las notas

Riccardo Muti dirigió a su orquesta con una danza al uso del mero movimiento de la batuta. Se movió en el podio de un lado al otro, un paso hacia atrás luego adelante, se agachó, poco le faltó para saltar.

Los brazos de Muti temblaron, algunas veces ondearon de manera suave, giraron sobre sus hombros. Y la mirada perspicaz, fija sobre el corno inglés a punto de tocar un solo, o sobre la violinista oriental, a quien le movió las manos como diciéndole, te toca. ¡Vas, vas!, lánzate. Y eso fue, una conversación, la comunicación continúa entre el director y su orquesta.

Los músicos respondieron con un sonido de excelencia, la perfección de las notas, en una danza de las decenas de atrilistas que parecían estar en una coreografía con los movimientos sincronizados por el dorado brillo del arco, del movimiento de las cabezas.

Los mismos atrilistas que un tanto apretujados en el escenario del teatro se miraron unos a otros desconcertados por el sonido de las campanitas que anunciaban la primera llamada. En plena afinación de instrumentos guardaron todos silencio y comenzaron a reír en complicidad. Así pasó con la segunda y la tercera llamadas.

Las intenciones no escritas de la música son un misterio, respondió Muti el día anterior cuando fue cuestionado sobre la fidelidad en la interpretación. ¿Qué es la música?, preguntó. Esta es su magia comparada con otras artes, por ejemplo, la pintura, que puedes verla. Pero, ¿has visto música, la has tocado?

Y a la manera de Mozart, citó, la verdadera música es la que yace entre las notas. En cada nota está el universo. Esto es lo que es imposible de entender y lograr. Eso cambia nuestra interpretación..., en ese preciso instante se vio interrumpido por una campanada desde la catedral. Guardó silencio, sonrió y levantó las manos para exclamar: ¡Santo Dios!

La noche del lunes los asistentes salieron del teatro todavía confusos, caminando con lentitud. Algunos intentaban poner en palabras lo que habían visto. Entonces, de nuevo, sonaron las campanas de la catedral, cerca de la media noche. El misterio de la música fue develado.