Opinión
Ver día anteriorSábado 29 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Efeméride y rito de Occupy
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asó el primer aniversario de Occupy Wall Street en la ciudad de Nueva York. Durante las semanas previas a la cita, numerosos medios de comunicación locales se preguntaban qué sorpresa prepararían los chicos y chicas de Zuccotti Plaza para conmemorar su iniciativa. La ciudad, sin embargo, ha mostrado un considerable desinterés por el asunto. No ha habido sorpresa ni afección. Como si el referente Occupy se hubiera desconectado rápidamente del común. Lo que nació como una sorpresa inesperada que le arrebató el azar al poder por unas semanas, camina ya decididamente la senda de la norma. Occupy ha sido parte del paisaje. Como un musical de Broadway que ya tuvo su momento de gloria. Paradójicamente, en la ciudad que genera 23 mil 600 toneladas métricas de basura al día, nada deja residuo. Nueva York es, sobre todo, velocidad y fugacidad. A Occupy le ha pasado como a la jovencita que Tiqqun propone como analizador del tipo de sociabilidad predominante en nuestros días: sucumbe ante el predominio de la insignificancia y la anécdota.

No obstante, Occupy Wall Street posee un carácter polisémico: denota diferentes realidades. De entre ellas, la más positiva ha sido su cualidad de conector: Occupy ha posibilitado el encuentro de muchas y muy diferentes personas. Algunas de ellas, ajenas a la lógica del evento, se han juntado para activar procesos. Su sentido fundamental es que dichos procesos sean habitables por cualquiera. Son como los Whos, los diminutos seres microscópicos protagonistas de uno de los libros de historietas del Doctor Seuss. Puede que, como ocurre en el libro, sólo el elefante Horton consiga escucharlos, pero ellos siguen construyendo en el anonimato distribuido de la ciudad. Encarnan un movimiento hologramático: saben que en lo pequeño está también lo grande. Algunos pululan por parroquias de Brooklyn en alianzas inverosímiles. Otros, abren espacios de conversación en Queens entre el migrante indocumentado, la trabajadora sexual, el estudiante endeudado y la adolescente madre soltera del barrio. Lo interesante es que si uno se fija bien puede llegar a verlos por todas partes. Sin reclamarse de ningún logo. Ajenos al límite inatacable del signo.

Otros de los originarios pobladores de Zuccotti Plaza, sin embargo, se han empeñado en hacer de Occupy una identidad. Todo lo que una vez fue vivido directamente se ha convertido en una mera representación, decía Debord hablando del espectáculo. La obsesión por la acción mediática y la insistencia en los dispositivos ideológicos han trazado una frontera: dentro los activistas, afuera todos los demás. Y los demás deben funcionar como público: su misión es únicamente mirar. Lamentablemente, esa lógica posee un carácter hegemónico y se ha tornado oficialidad en Occupy Wall Street. Por eso Babak, un amigo iraní de los muchos que hemos hecho en las plazas en el último año, está triste. Dice que las celebraciones de Occupy han desvelado su carácter de rito. Durkheim definió el rito como reglas de conducta que prescriben cómo el hombre debe comportarse con las cosas sagradas. A Babak le gusta la vida y le gusta reír. Por eso, cuando tenía tres años, llegó con su familia de Irán a Estados Unidos escapando de lo sagrado. A Babak ya no le gusta Occupy. Dice que una efeméride remite siempre a lo que ya ha sido, no a algo que todavía está pasando. Efeméride viene de efímero: pasajero, que dura poco. La celebración de Occupy Wall Street ha certificado en realidad el acta de su fallecimiento.

La defunción de Occupy Wall Street tiene que ver sobre todo con la reproducción de tres de los elementos básicos que explican los contextos existenciales actuales: hiperrealidad, egolatría y privatizaciones. Baudrillard explica la hiperrealidad como la simulación de algo que en realidad no existe. Umberto Eco la define como una falsedad auténtica. En eso los activistas oficiales de Occupy se muestran simétricos a la clase política: el campo de lo político es para ellos una especie de parque temático. También es una pasarela. “Amo el espacio público como esfera para las performances, me encanta la combinación de cuerpos en el espacio”. Lo ha dicho un joven activista en The New York Times al ser preguntado por la razón de su compromiso con Occupy. Lo interesante es que la entrevista aparecía en la sección de moda del periódico. El nombre del artículo: Qué vestir para la protesta. Días antes de la conmemoración de Occupy Wall Street, Nueva York celebró su Fashion Week. Barneys, una de las tiendas más lujosas de la ciudad, dio con el lema ideal para el evento: Love Yourself. Ya lo advirtió Slavoj Zizek en su paso por Zuccotti Plaza hace un año: No os enamoréis de vosotros mismos. Los activistas de Occupy no le escucharon. El ensimismamiento suele imposibilitar la escucha de todo aquel que no es uno mismo. El narcisismo activista ha terminado por privatizar Occupy: el otro no tiene sitio y está afuera. Un dato: Nueva York es la ciudad-Babel por antonomasia, pero Occupy Wall Street es rematadamente blanco. Descolonicemos el movimento, proponían en una pintada dos adolescentes afroamericanas en otoño del año pasado. Lamentablemente perdieron. El código de Occupy se ha convertido en cerrado: se muestra como un software propietario.

John Stuart Mill propuso una clave para entender la lógica de la relación entre movimientos y sociedad. Todo gran movimiento social debe experimentar tres etapas diferentes: ridículo, discusión, adopción. El dudoso mérito de los activistas oficiales de Occupy es, precisamente, la inversión de esta secuencia. Cuando surgió, Nueva York adoptó casi inmediatamente al movimiento. En el momento que los activistas trazaron sus fronteras, la mayoría de las personas comunes comenzamos a quedarnos afuera y a discutirlo. Lo grotesco de su lenguaje y sus estéticas hiperideologizadas comienza hoy a lindar con el ridículo. El año pasado una activista solía pasearse por Zuccotti Plaza exhibiendo sus pechos. Un día una mujer mayor venida del Bronx le invitó muy amablemente a cubrirse con una camiseta. La activista le respondió altanera: ¿Qué pasa, te molestan mis tetas?. La anciana le respondió: No, es sólo que me das pena. ¿No te das cuenta de que aquí nadie te está mirando? A diferencia de lo que ha ocurrido con la mayoría de los neoyorquinos, a mí sí me ha afectado la efeméride de Occupy Wall Street. Me ha puesto igual de triste que a Babak. Nunca imaginé que la imagen de la mujer exhibicionista de Zuccotti llegaría a definir la versión oficial del movimiento.