Opinión
Ver día anteriorDomingo 23 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Puntos sobre las íes

El indio grande (II)

Y

más sermones.

Ojitos le dijo al Relampaguito que exigía que todos los muchachos debían contar con el consentimiento de sus padres a lo que la señora madre Rodolfo se opuso rotundamente por más ruegos y promesas y, entonces, con el corazón contrito, se fue a ver al maestro para comunicarle que sus sueños taurinos estaban concluidos, pero al verlo tan serio y bien vestido, tal vez su madre le daría el visto bueno, tal y cómo fue, después de que éste le habló con la señora de esto, de aquello y prometiendo que haría del muchacho una persona seria, de bien y evitando que cayera en algún vicio. Es más, le aseguró que sería como un padre para él y con esto vino el consentimiento para que formara parte de la Cuadrilla Juvenil.

Su primer gran paso.

***

No más Relampaguito

Ojitos tenía ya a Fidel Díaz y a Rodolfo y, a poco, llegaron Samuel Solís y Carlos Lombardini, así como algunos aprendices de varilargueros y fueron todos a vivir en una vieja casona donde dieron comienzo las primeras lecciones: aprendieron a saltar la barrera y los picadores a rodar sobre el piso, a levantarse y a correr con la bota puesta, así como teoría, las transformaciones que van teniendo los toros durante la lidia toreando una cabeza de burel acondicionada en una carretilla.

Un año duró todo aquello y la primera incursión tuvo lugar en el ruedo de la hacienda de Santa Rosa cercado por espinas y era eso o los pitones y, a las primeras de cambio, el ex Relampaguito fue a caer en un frondoso mezquite.

Y a estudiar.

Aprender de las querencias naturales de los toros, así como las querencias accidentales, las diferentes formas de banderillear y cómo torear, exigiendo que se hiciera sin enmendar, algo verdaderamente imposible y ahí, en su tierra, vino la primera salida más o menos en serio con trajes de luces, que él mismo recordaba, estaban más oscuros que una noche triste, y de ahí siguieron a Celaya, El Oro y Acámbaro, y a rodar por los senderos del Señor, hasta que se alcanzó un gran triunfo en Puebla y a lo que siguió una amarga desilusión.

Ojitos se negaba a traerlos a México porque consideraba aún no estaba bien cuajada la cuadrilla, pero, tristemente, la cuadrilla se desbarató. Un tal Enrique Merino El Sordo se llevó a Pascual Bueno, a Samuel Solís y a todos los banderilleros y los hizo debutar en la capital, en la plaza Chapultepec, en la corrida de Covadonga.

Así que los pocos que quedaron con Ojitos fueron a Torreón, San Luis Potosí, San Pedro de las Colonias, Guadalajara y Guanajuato, y ni por esas; el maestro se negaba a que vinieran a México y en una de esas el empresario Ramón López fue a entrevistarse con él y, tras mucho discutir, accedió. Las cosas se dieron bien, causando Gaona un honda impresión entre los aficionados, a lo que siguió una novillada, alternando con algunos aficionados y cobrando ya algo de dinero. En dos de las últimas corridas de aquella temporada mató el leonés los dos últimos toros, en tanto que su cartel subía como la espuma, hasta que llegó la corrida en que alternó con Minuto y Vicente Segura, y volvió a formar un verdadero taco, por lo que los aficionados pidieron toreara un toro más y fue tal el triunfo que cargaron con él en hombros hasta la fonda donde se hospedaba y, ante el alboroto, la empresa, ofreció 6 mil pesos si tomaba la alternativa al domingo siguiente, pero Ojitos no aceptó, pues tenían ya pasajes de segunda para ir a España.

Y a España se fueron.

***

1908

Una vez hospedados en casa de una hermana de Saturnino, salieron maestro y discípulo a buscar a los amigos de aquel, los cuales, hacía mucho habían partido ya de este mundo, así que Ojitos fue a hablar con el empresario madrileño don Indalecio Mosquera pidiéndole una corrida para Rodolfo Gaona y la única respuesta que recibió fue ¿Rodolfo qué? Y si algunas voces que le habían visto en México se alzaron en su favor, el señor Mosquera ni por enterado se dio.

Tal vez eran necesarias otras relaciones, obviamente dinero, pero nada de eso tenían.

Ni por asomo.

Ya seguiremos.

(AAB)