Opinión
Ver día anteriorJueves 13 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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After play
D

os de las grandes obras de Anton Chejov poseen lo que se puede considerar como un final abierto, esto es, que la manera de ser y las situaciones de los personajes de El tío Vania y Las tres hermanas se prolongarán, con todo su tedio y monotonía, una vez caído el telón, sin un desenlace claro a la manera de muchos otros textos dramáticos. El autor irlandés Brian Friel, al que se considera descendiente literario de los grandes dramaturgos del llamado Teatro de la Abadía, se propuso describir algunos posibles desenlaces de estas obras situando a dos de sus personajes en un encuentro casual en un café moscovita. En After play, subtitulada secuelas chejovianas (en traducción de Alfredo Michel, lo que es garantía tanto de exactitud en la traslación como de elegancia en el lenguaje) se conocen e incluso intercambian ciertas confidencias, Sofía Andreievna o Sonia y Andrei Sergueievich muchos años después del final dado por Chejov respectivamente a El tío Vania y a Las tres hermanas, de ahí el título de después de la obra (y me pregunto la razón de darlo en inglés, ya que entre las extravagantes reducciones punto com y la creciente angloparlancia se está liquidando al idioma español).

Después de la muerte de Vania, una Sonia ya madura y sola, se preocupa por vender algunas hectáreas de su propiedad, para lo que se ha trasladado a Moscú y en el café del hotel adonde se aloja se encuentra con un Andrei en traje de etiqueta y con su estuche de violín, con el que cruzó algunas palabras la noche anterior, cosa que él se apresura a recordarle sin duda impresionado por su apariencia elegante y segura. Ella toma té y él se acerca con gran timidez con un plato de sopa, queda de pie conversando hasta que ella lo invita a sentarse a su mesa, lo que Andrei aprovecha para hablarle de la ópera La Bohemia de Puccini en la que sería primer violín, sueño acariciado desde que vivía con sus hermanas, a las que no deja de llamar las muchachas para después corregirse entre risas. Su verdad sale a la luz cuando no tiene más remedio que confesarla, junto al triste destino que tiene el ya crecido Bolvik que fue punta de lanza para que la avariciosa Natalia se fuera apoderando de la casa de su cuñada.

Por su parte, Sonia le habla de la conservación de la naturaleza incluso citando literalmente al doctor Astrov y, a pregunta expresa, confiesa su amor de veinticinco años por él. Gradualmente, la actitud de Andrei es de suave cortejo y, para despedirse, intercambian sus direcciones aunque Sonia le ruega que no la busque, revelándole un secreto de su madrastra Elena y su amado Astrov, que es el desenlace real de Tío Vania como de algún modo la confesión de Andrei es el desolador final de Las tres hermanas.

El café moscovita de los años 20 del siglo pasado con sus dos puertas y su amplio ventanal, diseñado por Teresa Alvarado, también responsable del vestuario, tiene varias mesas y en la central el director Ignacio Escárcega ubica a Sonia (Mónica Dionne, que dobletea papel en la Elena Ivanovna de El oso) con pocos movimientos, excepto al final, a diferencia de Andrei (Rodolfo Arias, que dobla papel en el Grigory Stepanovich Smirnov también de El oso), quien se mueve con algo de más libertad. Excelentes ambos en esta primera obra, a los que se añade Marcial Salinas como Luka del juguete cómico, aunque en este último Rodolfo Arias, a pesar de los movimientos que marca el director, como despojarse de botas y cazadora, no logra proyectar esa brutalidad del macho incivilizado que corresponde al personaje y se apoya con mayor relevancia en el efecto de desazón amorosa que le causa la brava actitud de la bella viuda.

Para El oso, sin cambiar la estructura del local, para lograr el salón de 1890, Anabel Altamirano, que también ilumina, ha vaciado el espacio de mesas y colocado un amplio sofá curvo con su mesita de centro y una pequeña lateral. Aunque no se advierten mayores libertades del adaptador, y se sigue la estructura e incidentes del original, el juguete cómico chejoviano cobra mayor gracia por los apuntes de Escárcega que marca que Grigory Stepanovich haga señas a la violinista para que toque algunos acordes subrayando sus sentimientos.