Opinión
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Puntos sobre las íes

El indio grande

H

ay que ajustarse…

Hace unos pocos días, recibimos una atenta llamada de la siempre gentil Socorro Valadez, quien nos comentó que era necesario que las colaboraciones de quien esto escribe fueran un poco más breves, ya que, como apuntábamos en anterior escrito, el espacio manda y hay que ajustarse.

Y así lo haremos.

***

En esta ocasión –y posiblemente en otras más– habremos de referirnos a don Rodolfo Gaona Jiménez, uno de los tres matadores mexicanos que fueron ídolos internacionales y que no han tenido continuación.

Así las cosas.

Quien había de competir con toreros de la talla de Ricardo Torres Bombita, Vicente Pastor, Antonio Fuentes, Rafael Gómez El Gallo, su hermano Joselito, Juan Belmonte, Ignacio Sánchez Mejías y otros muchos más, nació en la ciudad de León, Guanajuato, el 22 de enero de 1888 y, siendo apenas un chiquillo que de libros nada quería saber y que se dedicaba a pintar venado en cuanto le era posible, un día de tantos, sin saber lo que era un festejo taurino, se alborotó al enterarse de una corrida en la que estaba anunciado en calidad de banderillero Reverte Mexicano y cómo pudo, consiguió diez fierros y se instaló en la azotea de sol y fue tal la impresión que recibió que fue aquella tarde la que marcó y para siempre, el rumbo de su vida.

Y se abonó.

Vio desfilar por su tierra natal a José Palomar, a Caro Grande, a Agualimpia, a Rebujina, a Morito y a Silverio Chico y, para no ser menos que ellos, él, junto con unos imberbes con los que jugaba a los toros, fueron a enfrentarse con una vaca que estaba más que toreada y que era conocida como La Mora. Ésta a todos cogió (a Dios gracias, a ninguno de gravedad) y como Rodolfo fue el único que escapó de aquellos pitones, sus compañeros, lo designaron jefe de la tropa, hasta que llegó la ansiada oportunidad.

Fue en una becerrada de beneficencia, en la que tomaron parte Gaona y Ricardo González, hijo del organizador del festejo y como estuvieron bien el papá decidió montar dos novilladas, en las que también hubo éxito y, poco después, fueron a Silao y a Lagos de Moreno y, como una cosa lleva a la otra, el joven Gaona, no hacía más que presumir de torero, se dejó la coleta y sus cuates lo apodaron El Relampaguito, por lo que su madre, asustada, consiguió colocarlo en una fábrica de calzado en calidad de aprendiz y, como él mismo llegó a comentar, iba cada ocho días a su trabajo para ver si la fábrica seguía en el mismo lugar, gastando su tiempo en correrías y en frecuentar unos billares en los que alardeaba de ser torero, hasta que le salió una contrata para dos festejos en San Francisco del Rincón, los que le significaron dos grandes triunfos.

En la primera, la catadura de los astados, aunque despuntados, era imponente y el único que se arrimó fue El Relampaguito, en tanto que sus compañeros ni por asomo se acercaron y cómo se habían pactado 40 duros para todos, Gaona los cobró y repartió cuatro duros por cabeza para los demás. Las protestas no se hicieron esperar y él, con la casta que siempre lo caracterizó, les dijo: qué diablos, el único que le ha visto la cara a esos toros he sido yo y por eso me llevo la guita (dinero) porque es para los toreros que saben arrimarse.

En la segunda, torearon los muchachos de León, con un grupo de coletudos mayores y, de nueva cuenta, volvió a destacar el imberbe Rodolfo.

Y así pasaron casi tres años, toreando El Relampaguito donde y cuando se podía, pasando hambres y fatigas y fue entonces que, convencido que destacar en los ruedos era algo más difícil de lo que había imaginado, a punto estuvo de cortarse la coleta, cuando allá por 1904, llegó a León, con el propósito de organizar una cuadrilla juvenil, Saturnino Frutos Ojitos.

Un gran maestro.

***

¡Anda, si quieres serlo..!

Con el primero que Ojitos habló fue con Gaona, ya que el propietario de los billares que frecuentaba le dijo: “mira, si quieres ser torero, anda por aquí un torero ya viejo a quien le dicen Ojitos y está buscando chavales que quieran serlo; vendrá por la tarde y te lo presentaré”.

Según narró Gaona a su biógrafo, el gran periodista y cronista taurino Carlos Quiroz Monosabio, en Mis 20 años de torero, las cosas sucedieron así: “En efecto, poco después llegó Saturnino, muy serio y bien trajeado, negro hasta los pies vestido, con cuello de pajarita y… ¡con bombín! En León, había pocos bombines y un torero con bombín me aplastó. Yo le cobré desde luego un gran respeto. Me presentaron. Hablamos, en tanto él se empujaba una copita de coñac”.

“Muchacho –me dijo–, ¿tú quieres ser torero?” Sí señor. “Pues yo quiero hacer una cuadrilla de toreros, pero una cuadrilla modelo, de toreros que sepan estar en sociedad y portarse como gente decente; porque se puede ser torero y no ser un vicioso…” ¡y me largó el primer sermón!

Así que, continuaremos.

(AAB)