Opinión
Ver día anteriorDomingo 9 de septiembre de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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No sólo de pan...

Hambre y política

P

ara quienes escogen lo que comen tres veces al día, es de risa loca que haya quien pueda vender su propio bien a mediano plazo por la inmediatez de un cerdo, un borrego, dos guajolotes o gallinas con el propósito de consumirlas en familia con hambre de tiempo atrás.

Que sean de una privilegiada clase política que espera que los pongan donde hay o que sean profesionistas, empleados, periodistas o académicos provenientes de clases medias timoratas e indiferentes al pesar ajeno, les gana la burla cuando tienen ante sí la evidencia viva de la pobreza. Y de una dignidad que les avergüenza y esconden tras el escarnio.

Porque ninguno de los mofantes sería capaz de devolver el fruto de un acto de corrupción (en este caso pasajero), aunque se les apareciera la evidencia de las pesadas consecuencias de su acto, y menos podrían renunciar al precio que recibieron por su voto habiendo cumplido con su parte del trato.

Y es que cuando se come tres veces al día lo apetecido, rara vez se tiene conciencia de lo que representa esta cotidianidad para el mantenimiento de la propia vida. Este individuo no cree que existan fronteras objetivas entre su ser y su satisfacción, le resulta tan natural vivir bien que ni siquiera se sorprende de que haya para quienes la vida y su sostén sean dos campos distintos y a veces tan opuestos que la primera se pone en riesgo para obtener lo segundo y lo que dure.

México es el país que tiene la mayor tolerancia para la miseria, me dijo un diplomático de la OCDE sin ocultar su sorpresa. Y yo contesté: sobre todo el México de hoy, el de 30 años para acá, porque antes había una figura social llamada con respeto el señor o la señora de la comida: en toda casa, religiosa o atea, era obligado preparar un excedente de los alimentos cocinados que, aunque se decía eran para el taco de la noche, se solía dar al día siguiente a la persona que hacía su recorrido barrial o de manzana con sus botes de hojalata, o cacerolas de aluminio que embonaban superpuestas, para llevar a casa restos dignos de comida que familias mejor ubicadas les daban sin desprecio. Hoy, estas familias dejan pudrir las sobras en el refrigerador para poderlas tirar sin arrepentimiento.

Mientras el hambre hace reír a la minoría que no la conoce. No a toda, por cierto, porque la exhibición del precio de un voto por un poco de carne animal nos partió más, a muchos, que al ver su equivalente en dinero o en tarjeta adquisitiva de magros bienes. Justamente por la descarnada evidencia de eso que falta y dónde hace falta: comida para la vida de millones de seres humanos.

Cuando alguien argumenta un dicho de economistas de primer mundo: que el hambre se debe a que somos muchos y la finita Tierra no puede producir bastantes alimentos, le pregunto: si no alcanzan los alimentos y hay que desaparecer al excedente humano, ¿por quiénes de tu familia empezarías tú? Nadie me ha contestado a la fecha.

***

Mientras las clases dirigentes tomen la alimentación humana como rubro accesorio de la economía y una parte de la agricultura, una faceta de la antropología y el aspecto nutricional de la medicina, como el objeto de la mal llamada gastronomía y un fin lucrativo de la química o la publicidad, mientras los poderes Legislativo y Ejecutivo, académicos, e investigadores no entiendan que la alimentación humana es un fenómeno de la realidad que merece su propia disciplina, metodología, conceptos y ética, es inútil que se esfuercen en coloquios, conferencias y congresos para intercambiar puntos de vista sobre el mismo error: que la alimentación es un problema de los otros: de los enfermos y los hambrientos, no suyo. Actuando como si no les concerniera en cuerpo propio, van y vienen sobre el tema que les da pretexto para ganarse la vida o según prioridades e intereses superiores, con los estómagos y los cinco sentidos colmados de satisfacción, mientras las poblaciones esperan las soluciones totales y definitivas que sólo pueden dar expertos formados en nuestro propio suelo en la nueva disciplina de Alimentación Pública.