Opinión
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Mar de Historias

Rumores

E

s la primera vez que Josefina lleva colgada su bolsa del hombro izquierdo. En esa posición el accesorio le resulta incómodo. Acepta la molestia a cambio de tener el brazo y la mano derechos libres para defenderse o para oprimir la tecla del celular en cuanto se crea en peligro. Reflexiona. A menos que fuera un extraño, ¿quién querría atacarla? Nació en esta colonia, ya casada sigue viviendo aquí, muchos de sus vecinos crecieron con ella y son como de su familia.

Josefina se alegra de pensar que no tiene enemigos. Sin embargo, cuando escucha pasos a sus espaldas cruza la calle a toda prisa sin fijarse en el microbús que se aproxima. El insulto que el conductor le grita desde la ventanilla le da conciencia de lo cerca que estuvo de ser arrollada.

Si el accidente hubiera sucedido, ¿quién iría a recoger a su hijo Mauricio? Josefina recuerda las fotos de accidentes callejeros en donde aparece un cuerpo inerte bajo una tela parda. Al ver esas imágenes piensa en las personas que se quedarán esperando a quien jamás llegará.

Imaginar a su hijo aguardándola inútilmente junto a la puerta de la escuela acrecienta la angustia que Josefina ha sentido desde que empezaron a circular los rumores de que algo terrible iba a suceder.

II

–¿Quién te lo dijo? –preguntó Ezequiel, su esposo, después de que la noche del miércoles lo puso al tanto de las murmuraciones.

–Mercedes. Oyó que un señor se lo decía a la dueña del puesto de periódicos. Antes de alejarse, el hombre le aclaró que muchas otras personas estaban al tanto del peligro pero nadie lo decía por miedo a meterse en problemas con la tira o a sufrir represalias.

–Ese fulano, ¿cómo se enteró?

–En el taller adonde fue a comprar unas refacciones el mecánico le comentó que había oído a su patrón pedirle a alguien por teléfono que mejor no viniera a verlo porque aquí en cualquier momento empezarían a estallar bombas.

–¿De qué hablas? ¿Cuáles bombas?

–No sé. Eso fue todo lo que me contó Mercedes. No pude preguntarle más porque enseguida se fue.

–¿Y le creíste sólo porque sí?

–No. Si me preocupé después de oírla fue porque me puse a atar cabos. En la mañana, cuando iba a abrir la miscelánea, noté cosas raras en la calle. ¿Te he platicado del viejito paralítico al que su señora saca a la puerta para que tome el sol? En la mañana no estaba en su lugar.

–Se habrá enfermado.

–A lo mejor. Seguí caminando y me sorprendió ver la lonchería del Güero con la cortina bajada a las nueve de la mañana cuando, según me ha contado él, acostumbra abrir desde las seis.

–Amanecería con flojera.

–No conoces al Güero. Hasta los primeros de enero trabaja. Si no abrió fue por algo de mucho peso. Tal vez sea uno de los que ya están enterados de las bombas. Ah, y otra cosa rarísima: el camión del gas, que siempre anda dando vueltas por la colonia, no apareció. Luego, por ahí del mediodía entró en el estanquillo Margarita. Pensé que iba a entregarme la invitación para los 15 años de su nieta Nayeli, pero en vez de eso me dijo que la fiesta se cancelaba. Le pregunté el motivo. Me contestó que sería mejor dejar el baile para cuando todo se tranquilizara.

–¿Y qué tiene qué ver eso con que lo de las bombas sea cierto?

–Mucho. ¿No te das cuenta? La gente sabe que algo malo va a ocurrir, pero nadie lo dice para no causar pánico. ¿O será por otra cosa? ¿Tú qué piensas?

–No sé, pero ya me preocupaste.

–Cálmate. Esperemos en Dios que todo esto sea una ocurrencia de Mercedes para hacerse la interesante.

–¿Y si es verdad? Por lo pronto, que Mauricio falte a la escuela mañana y se lo llevas a mi mamá.

–¿Hasta la Sinatel? ¡Híjole! Está bien. ¿Y qué hago con la miscelánea?

–La abres, pero te vas con mucho cuidado. En cuanto notes algo raro me llamas por tu cel o de plano gritas. Antes de levantar la cortina te fijas muy bien en que no haya cerca algún paquete, alguna cosa que pueda ser una bomba.

–Uy, pues eso sí va a estar difícil porque todos los días encuentro montones de basura frente al negocio. ¿Cómo sé que en una de esas porquerías no hay una bomba? Yo sólo las he visto en las películas y en la tele. Además, ¿qué tal si la bomba no está allí y alguien al pasar me la arroja?

–Mira, para evitarnos riesgos mejor no abres la tienda.

–Qué fácil, ¿no? El jueves es el día que me surten el refresco. Es lo único que la gente me compra y si no vendo ni eso ¿de dónde saco para los gastos? Antes me defendía con el huevo pero ahora, con lo caro que está, casi nadie me lo pide o si acaso me compran medio kilo o por pieza.

–Es mejor que pierdas clientes y no tu vida.

–Según me dijo Mercedes, todo el rumbo está en peligro. ¿Irás a trabajar mañana?

–Pues claro. Ya falté dos veces. Una más y me suspenden 15 días. Y pensándolo bien: que Mauricio no pierda clases. No podemos cambiar toda nuestra vida sólo porque corren rumores.

–Pero no son nada más eso. Aquí va a pasar algo feo. Me lo dice el corazón y además el Rocky no quiso comer y se orinó en la sala, como el día del temblor. Los animales presienten las desgracias. Tal vez no sean bombas sino otras cosas las que nos amenazan.

–No hables al tanteo, dime cuáles.

–Si lo supiera. ¿Qué hacemos?

–Por lo pronto, no prestar atención a rumores y seguir como siempre, en nuestras cosas. Mañana me voy a trabajar, llevas al Mauricio a la escuela y abres la miscelánea, pero con mucho cuidado.

III

Josefina continúa rumbo a su miscelánea. Va dispuesta a seguir las indicaciones que anoche le repitió su esposo. Antes de acercarse al negocio comprobará que nadie la haya seguido y cuando llegue a Las Dos Hortensias echará un vistazo a los montones de basura que pueden ocultar un explosivo.

Ahora que se ha comprobado que los rumores eran falsos, esas precauciones le parecen ridículas. Procura ser optimista, pensar en que mañana sábado cerrará temprano su miscelánea para llevar a Mauricio…

–Señora, ¡cuidado!

Es lo último que escucha Josefina antes de que el camión materialista se aleje a toda prisa dejándola tirada a mitad de la calle.