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Las grandes citas de octubre en China y Venezuela
E

stamos en las últimas semanas del proceso electoral venezolano. La cuestión no es tanto si Hugo Chávez será relegido o no –casi seguramente lo será, con una mayoría cómoda–, sino si la elección asumirá el carácter plebiscitario que quiere imponerle el gobierno aspirando a llegar a un imposible 70 por ciento de los sufragios para la relección del presidente o si, en cambio, la oposición dará una prueba de fuerza y logrará una importante cosecha de gobernadores y diputados, acabando con el control absoluto del chavismo sobre la Asamblea y su control, también casi total, del aparato estatal.

Los discursos cotidianos del mismo Chávez, en los que pone en un mismo saco a los dirigentes de la oposición, derechistas y proimperialistas, y a los que –por motivos muy diversos– podrían votar por ellos, ayudan a una polarización que no deja margen para los sí, pero o para una opción diferente. Esa orientación de la campaña electoral oficialista favorece sobre todo a la oposición, pues ésta podrá sumar como supuestos partidarios de sus posiciones neoliberales a quienes en realidad no lo son, pero la votan protestando porque están preocupados o descontentos por motivos económicos o sociales o critican el autoritarismo del aparato estatal.

De las urnas saldrá también cuál será la relación de fuerzas entre las diversas tendencias que integran el chavismo (sobre todo entre la que no rechaza lazos futuros con la derecha neoliberal y la que quiere, en cambio, poner al aparato militar como eje del gobierno y del poder, con una política burocrático-autoritaria), lo cual se verá en la composición final de la Asamblea y también en los poderes locales, en las gobernaciones, pues la tendencia que busca impulsar la autorganización y la autogestión, siempre presente pero minoritaria, ha sido cada vez más marginada por el aparato burocrático-militar, que asfixia la capacidad de decisión de los trabajadores y campesinos.

La meta excesiva puesta por Chávez para su triunfo (70 por ciento) hará por otra parte que un eventual triunfo por una cifra grande pero menor sea considerado casi como una derrota por unos y otros, como le pasó a Fidel Castro cuando fijó la meta voluntarista de 10 millones de toneladas para la zafra azucarera y terminó desorganizando la economía cubana para obtenerla. Sea como fuere, los resultados de las elecciones van más allá del previsible triunfo de Chávez, serán muy importantes para América Latina en general y para la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur) en particular y fijarán las tácticas y los reacomodamientos de los bandos en lucha para el próximo periodo, donde se decidirá tanto la preparación de la sucesión del presidente carismático y centralizador de todas las decisiones como las próximas medidas que adoptará la derecha ante el fracaso de sus esperanzas electorales.

Aún mayor importancia internacional tiene el próximo 18 Congreso del Partido Comunista de China, donde 2 mil 270 delegados refrendarán formalmente una dirección que ha sido ya elegida este mes. Descartado el neomaoísta Bo Xilai y derrotada su línea política, la disputa se da entre dos tendencias que comparten las posiciones centrales precapitalistas impuestas por Deng Xiaoping, pero se diferencian en cuanto a la importancia mayor o menor que conceden al mercado interno o a las exportaciones. Es probable que el presidente Hu Yintao sea remplazado por Xi Yinping, el primer ministro Wen Yibao por Li Keqiang y que se modifique el número de miembros del Comité Permanente del Buró Político, que podría estar entre siete y nueve. En el grupo gobernante, por lo demás, sigue teniendo influencia el ex presidente Yiang Zenmin.

El problema básico es la transformación que sufrió el partido. La incorporación de los millonarios al mismo reforzó en efecto en éste la corrupción y la generalización de los modos de vida de los llamados bolsillos llenos y los escándalos de todo tipo se suceden y afectan gravemente la imagen de austeridad igualitaria que el PC chino quiso imponer en el pasado. Los hijos de los altos dirigentes circulan en Ferrari, los cuadros participan en orgías y viven como mandarines y en China las diferencias sociales son más acentuadas aún que en Estados Unidos. El partido aparece cada vez más separado de la población.

Mientras tanto, se suceden las huelgas, breves y totales pero locales, para que no intervenga la policía, y consiguen sus reivindicaciones porque el poder teme su extensión. La consiguiente elevación de los salarios (como sucedió después de la Segunda Guerra Mundial en Corea o en Japón) debido a esta presión obrera lleva ahora a las trasnacionales a emigrar desde la costa oriental hacia el interior, donde la mano de obra es abundante y cuesta cuatro veces menos. China central ve crecer así nuevas urbes e industrias en zonas tradicionales campesinas y empieza a escasear incluso la mano de obra. El país deberá, por lo tanto, enfrentar en el futuro el problema de su producción de alimentos, ante esta urbanización acelerada y frente al aumento de los salarios internos, y crecerá la tendencia actual a comprar tierras en Etiopía, Sudán, hasta en Argentina, y explotar mano de obra local, con inevitables consecuencias políticas, étnicas y sociales de esta norteamericanización de la política exterior china. El PC chino, que ha querido mezclar el conservadurismo de Confucio con el despotismo oriental de un puñado de tecno-burócratas y la apertura a los valores capitalistas, bañando todo eso en una salsa socialista, se encuentra ahora atenazado de cara al desarrollo de la mercantilización de todo, que corroe los valores y las estructuras tradicionales y choca con el socialismo proclamado y, en el horizonte, por el desarrollo de un movimiento obrero de masas, fuera de los sindicatos oficiales, que también pondrá en el orden del día la discusión sobre qué es realmente el socialismo y qué es, en cambio, un cuento chino.