Opinión
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Breve sociología (prosaica) de Irán
E

n el centro de las narrativas del siglo XIX, escribe Walter Benjamin, existía un fantasma: el hiato de la muerte, la máscara dulce y siniestra del fin. Era la música que deleitaba al lector romántico. Pero en la actualidad, la muerte parece haberse desvanecido de ese hiato, y se ha desplazado al quirófano, los fármacos, la prolongación atrófica de la vida; a la morgue o a la simple numeralia. En vez de las noticias sobre la muerte –un tema que Tolstoi convirtió en clásico–, “ya sólo se escuchan las noticias a secas, la ‘información’ que se obtiene con facilidad de los periódicos”. Una de esas noticias proviene hoy en día, en versiones contrastadas, de Medio Oriente.

Las imágenes que durante cuatro años ofrecieron Fox News y CNBC de la intervención estadunidense en Irak nunca dejaron de ser verosímiles. Lo cual fue una hazaña de la producción televisiva, porque en ellas no aparecía el rostro elemental de cualquier guerra: no la muerte, que es un concepto filosófico, sino los muertos. Quien escriba la historia de esa versión podrá datar la primera intervención militar en la que su singular saldo (250 mil iraquíes caídos) se desimbolizó en una ausencia. Un vacío que convertía a las batallas, las incursiones de los soldados y los tanques rodeados de nadie, que disparaban de vez en cuando hacia algún edificio anónimo, en el rodaje de un nightshow. Ya frente al espectador medio, desapropiada de su cometido, una guerra sin apelaciones, austera, pasajera.

Véanse, en cambio, las imágenes actuales que provienen de Siria. Lo que se ve es la labor de las cenizas; cuerpos confiscados; la escena es la morgue, y el suplemento la guerra misma. Toda la percepción del incendio regresa por una suerte de automatismo a la repetición del Otro periférico: el musulmán, el lobo que acecha, la reinvención del cuerpo y la ira sin ley. La intensidad de ese espanto no es mediática, por supuesto. Es una simple horadación en lo real. Y obliga a la pregunta de cómo es que una destrucción de esa índole todavía sea factible.

Por lo pronto, hay algo obvio: Estados Unidos y Rusia, los principales exportadores de armas en el mundo, son al parecer sus protagonistas. Los que mantienen el conflicto y sus metáforas en estado de reproducción. Siempre se olvida, a la hora del análisis de los conflictos en esa región, que el supermercado global de las armas tiene prácticamente un solo agente. Las empresas estadunidenses de armamento venden (en la estadística oficial) 66.3 billones de dólares al año alrededor del mundo. Rusia, que es su lejanísimo competidor, el segundo en la lista, obtiene 4.8 billones del negocio. Hay en esa estadística una geopolítica y una criptopolítica: 33.4 billones de esas adquisiciones provienen de un solo país, Saudiarabia, que a su vez es uno de los sostenes de quienes combaten a Assad.

Algunos, como el primer ministro de Israel, Nathaniel Netanhayu, deberían al menos recibir una comisión de este impresionante negocio, dice el especialista Robert Dreyfus, por ser la voz escénica que ha hecho de Irán el coco de la región. Reyes, sheiks y emires compran armas estadunidenses a un ritmo de escalada, previendo que la primavera árabe o los activistas de los ayatolas toquen a sus puertas.

Para la economía estadunidense, las guerras locales fratricidas se han convertido en una fuente de ingreso más generosa incluso que la guerra fría. El lado oneroso de los cambios políticos por los que pasó Egipto fue que el ejército de El Cairo acabó triplicando sus compras de armas en Washington. Visto desde la perspectiva interna, el asunto ha alcanzado ya (para los reguladores económicos de Washington) el estatuto de un rubro de la seguridad nacional económica. El acabose de la seguridad siria asegura la seguridad de Estados Unidos, es decir, que la balanza comercial se mantenga sana. El equilibrio de esa balanza depende hoy (en una época de crisis, con un desempleo de 9 por ciento) de las ventas en el mundo de tres industrias: las armas, los aviones y los alimentos.

La Operación Rápido y Furioso en México, que despertó un escándalo que merodeó al mismo presidente Obama, no representó más que un ínfimo renglón en esta compleja maquinaria. Y en rigor la política del Departamento de Estado hacia América Latina de privilegiar el combate al narcotráfico ha estado íntimamente ligada a esa aporía. En el interior de los gobierno locales, quien esté dispuesto a participar en esa nueva reproducción ampliada de las zonas de seguridad recibirá, por supuesto, todo el apoyo que requiere. Incluso pensión vitalicia y casa pagada en Texas. Felipe Calderón supo tramitarse, sin duda, como un buen post de esta modalidad de la recesiva globalización. Por la mañana, haciendo declaraciones contra el tráfico de armas; por la tarde, firmando las solicitudes de compra de armamento.

¿Qué hará el PRI frente a esta cuantiosa fuente de ingresos de la cual ha sido, sin duda, usufructuario a través de esos señores feudales que hoy se llaman gobernadores, y que garantizaron su sobrevivencia –¿con las armas?– en las regiones que aportaron su voto en 2012?