Héctor García

(1923-2012), su retrato de México


Descúbrase, 1960

Hay reporteros gráficos que echan la cámara por delante, como un escudo más grande que ellos mismos. Con Héctor García ocurría lo contrario. Era un hombre grande con una cámara pequeña con la que tomaba nota de todo como quien usa lápiz, pues dibujaba la realidad con fotos. De cerca, o bien desde adentro, pisó el carnaval cora y la vida de un ferrocarrilero, la farándula, la miseria, la risa, la burguesía ostentosa, los mineros, los petroleros, los cañeros, los diableros. Tuvo genial mirada en corto para los oficios. Para Frida en su féretro, la mano de Orozco (y la de Siqueiros), las de Carlos Chávez sin batuta, las del Che Guevara matando un puro. Registró la profanación popular de los monumentos y la agitación visual de la represión militar en 1968.  Allí su mano disparando, ora furtiva, ora osada. Llegó al alzamiento zapatista de 1994 como al terremoto de 1985, sin ser notado.

Su retrato de México será uno de los más perdurables retratos nuestros, honesto y preciso. En el futuro lo seguiremos conociendo. El volumen Héctor García (Turner, DGE/Equilibrista, Conaculta, 2004) recoge una muestra significativa de su trabajo fotográfico, y también una colección de escritos sobre él y su ciudad, sus peripecias, el valor plástico de sus estampas, con un reparto de lujo: Juan de la Cabada, Elena Poniatowska, Juan García Ponce, Diego Rivera, Raquel Tibol, Margo Glantz, Carlos Monsiváis. El crítico Antonio Rodríguez lo retrata en sus comienzos como “ese muchachote grande, mal educado y mechudo, que ahora es uno de los más rutilantes astros de la prensa gráfica de México”. Lo describe turbulento, dado a correr mundo, ver paisajes distintos, ser protagonista de aventuras peligrosas, emocionantes.

Sirva esta breve muestra de sus imágenes como homenaje de Ojarasca al maestro de tantos y tantos, incluidos nosotros. En sus años, supo estar donde tocaba. Cuando llegó el “nuevo periodismo”, Héctor García ya estaba ahí.