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Macroeconomía

¿De qué sirven los megaeventos?
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Persiste el peligro de que la inversión en instalaciones deje un magro legado económico tras un megaevento. En la imagen, el Puente de la Torre, sobre el río Támesis, aparece iluminado para señalar el inicio de los Juegos Olímpicos de Londres, el pasado 27 de julioFoto Reuters
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Periódico La Jornada
Martes 7 de agosto de 2012, p. 26

Los Juegos Olímpicos de Londres 2012 no sólo ponen a Gran Bretaña bajo los reflectores, sino también llaman la atención sobre preguntas relativas al valor económico de los megaeventos en general. Medir el impacto neto de tales acontecimientos en las economías que los albergan está envuelto en complicaciones, y en los países que se postulan para ser anfitriones existe la tentación de exagerar los beneficios esperados. El legado en términos de inversión de infraestructura y renovación urbana tiene valor perdurable, pero los argumentos en pro de realizarlos, en términos económicos, siguen sin ser concluyentes.

Una de las grandes paradojas de los megaeventos es que la justificación económica para efectuarlos dista de ser clara, pero la política impulsa a los presuntos anfitriones a enfatizar tales beneficios. Abundan las historias de Juegos Olímpicos que perdieron dinero, en tanto ciertos textos académicos cuestionan si los megaeventos cumplen sus promesas económicas y si los organizadores son lo bastante críticos y objetivos al evaluar su impacto. Los escépticos alegan a menudo que ser anfitrión de megaeventos es asunto de prestigio nacional tanto como de economía, y que la teoría del beneficio económico sencillamente está diseñada para legitimar lo que parece un costoso ejercicio de relaciones públicas.

Separar el impacto económico de los megaeventos, haciendo abstracción de los efectos de otras variables, es complicado. Eventos como los Juegos Olímpicos o la Copa Mundial de futbol conllevan grandes costos de oportunidad. La construcción de estadios, instalaciones e infraestructura de transporte puede desviar la inversión de otros proyectos tanto o más importantes. El incremento del turismo y del gasto de consumo durante el evento puede verse contrarrestado por un descenso en la llegada de turistas no ligados a él (los cuales pueden optar por ir a otro lado para evitar las multitudes) y por una reducción del gasto doméstico en otros bienes y servicios o en otros lugares (por ejemplo, los consumidores británicos que acuden a uno de los eventos de Londres 2012 probablemente supriman algunos de sus gastos normales en diversión para poder pagar su excursión olímpica).

Esos costos de oportunidad están, casi por definición, sujetos a que se reúnan ciertas condiciones, lo que dificulta determinar cuánto se habría beneficiado una economía si el megaevento en cuestión no se hubiera llevado a cabo. Los estudios previos de impacto económico invariablemente proyectan la cantidad de inversión y el ingreso turístico que un evento atraerá, el número de empleos que creará, pero éstos pueden presentarse en una base general que pase por alto el desplazamiento de una actividad económica por otra. La construcción de estadios, por ejemplo, crea una escasez de empleos en la industria de la construcción que impide continuar otros proyectos o incrementa sus costos laborales. Por lo menos un documento académico ha hecho la interesante observación de que los estudios previos a los eventos tienden a ser más numerosos que los posteriores, porque el incentivo de ganar una postulación es la principal razón para encargarlos.

Hay otras razones que dificultan medir el impacto de los megaeventos. A menudo se presenta la renovación urbana como una de las justificaciones para la fuerte inversión en infraestructura. Sin embargo, algunas renovaciones se hubieran concretado de cualquier manera y no deben atribuirse al evento. Dicho esto, la impostergable fecha de entrega para un megaevento puede ayudar a acelerar inversión muy necesaria en zonas degradadas, o asegurar que el financiamiento se mantenga aunque la economía en general se deteriore. (La Copa del Mundo 2010 en Sudáfrica aceleró la inversión en infraestructura.)

Persiste el peligro de que la inversión en estadios –pese a las protestas de los gobiernos– deje un magro legado económico una vez que el megaevento pasa, y de que esas instalaciones después tengan poco uso y resulten elefantes blancos de oneroso mantenimiento. Los países que construyen menos estadios nuevos y gastan más en renovación urbana pueden tener mejores legados de sus eventos. De hecho, mientras mejor se combine la infraestructura con los requerimientos generales de la economía anfitriona, más probable es que ofrezcan un genuino beneficio a largo plazo. A menudo se considera a los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992 como unos de los más exitosos desde este punto de vista. Según un estudio, las instalaciones deportivas representaron apenas 9% de la inversión en construcción, y la mayor parte del resto se destinó a renovación urbana general.

Tal vez sean más complejos los aspectos que rodean a la infraestructura de transporte. El argumento tradicional de los críticos es que construir caminos y vías férreas hacia los estadios desvía el gasto en transporte para la población local que tiene mayor actividad en tiempos normales. Sin embargo, las instalaciones de transporte que se planean con cuidado pueden rendir un beneficio duradero a la comunidad. En otras palabras, un megaevento es de dudosa utilidad si todo lo que hace es propiciar inversiones en rutas de transporte que sobre todo conducen a estadios y no a zonas comerciales o residenciales. Pero si se evita este peligro, la infraestructura en transporte relativa al evento puede dejar un legado importante.

Nuevo clima

Se puede sostener que la resaca de la crisis financiera de 2008-09 añadió dos dimensiones al debate sobre la economía de los megaeventos. La primera es que el deterioro de las finanzas públicas de los países ricos podría aumentar la presión sobre los gobiernos para rendir cuentas sobre el dinero de los contribuyentes, tarea que, como se indicó arriba, se complica cuando se trata de demostrar que la inversión en megaeventos es el mejor uso del dinero público. El paquete de financiamiento del sector público para los Juegos Olímpicos de Londres 2012 se ha disparado de su presupuesto original de 2 mil 400 millones de libras (3 mil 800 mdd) a 9 mil 300 millones (14 mil 600 mdd).

La segunda dimensión es que los países ricos con problemas de liquidez podrían sentirse menos inclinados en lo futuro a postularse para megaeventos demasiado costosos, lo cual podría alentar a economías emergentes más sanas a buscar ser anfitrionas. La advertencia de cautela en este argumento es que Brasil, China y Rusia albergarán o han albergado megaeventos en fechas recientes. (India, la otra economía principal del BRIC, quedó en vergüenza por el mal manejo de los Juegos de la Mancomunidad 2010, y tal vez no desee nuevas desventuras.) Si bien las naciones en desarrollo podrían no tener restricciones fiscales tan severas como algunas economías avanzadas en dificultades, puede que para ellas sea más fuerte el argumento a favor de un análisis costo-beneficio crítico y objetivo: gastar en la construcción de proyectos triunfales podría desplazar a la inversión en infraestructura básica.

Panorama para Londres

El primer ministro británico, David Cameron, ha dicho que Londres 2012 dará un impulso de más de 13 mil millones de libras en el curso de cuatro años, aunque no está claro qué significa eso exactamente. Sin duda, EIU no prevé un impulso al PIB británico a corto plazo como resultado de los juegos. Creemos que la economía se recuperará un tanto en el tercer trimestre, luego de los muy pobres datos del PIB del segundo trimestre dados a conocer el 25 de julio. Sin embargo, esto se deberá en su mayor parte a efectos de calendario y no se puede atribuir directamente a los juegos, cuyo impacto en todo caso probablemente será demasiado pequeño para afectar en forma significativa los macroindicadores en una economía de 1.6 billones de libras. Más bien, creemos que cualquier impulso relacionado con los juegos ya ha ocurrido en su mayor parte en el sector de la construcción en años pasados, lo que posiblemente ayude a explicar el razonable desempeño del sector con posterioridad a la crisis, entre 2009 y mediados de 2011 (la producción del sector ha estado en caída libre desde principios de 2012).

Traducción de textos: Jorge Anaya