Política
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Nosotros ya no somos los mismos

Prólogo para nueva versión sobre la vida de Jekill y Hyde

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Arturo Azuela Arriaga fue matemático, historiador y director de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México. En la imagen, durante una entrevista con La Jornada, el pasado 23 de enero en la ciudad de MéxicoFoto María Luisa Severiano
L

a columneta anterior incluía varios epílogos pero, como tratándose de rebasar caracteres le tengo más miedo a Josetxo que a Mendiolea, me los quedé. Aquí va uno: días después del informe presidencial llegaba El Gordo Saldaña a su trabajo, en la Dirección de Relaciones Culturales de la cancillería, cuando lo detuvo su jefe, el maestro Leopoldo Zea, quien obviamente había llegado antes que él. “Juanito –le dijo–, está usted muy importante. Ya van tres veces que lo buscan de la oficina del señor secretario”. Excuso decir hasta dónde se desplomaron los enormes bóxers de El Gordo.

Sin antesala ni aviso previo le franquearon la puerta. Al final del majestuoso despacho del canciller éste lo esperaba blandiendo su credencial. “Acérquese, por favor –le dijo. Quiero conocer de cerca, antes de despedirlo, al más pendejo de mis colaboradores”. Saldaña no contestó. No podía. Al menos verbalmente, pero en el lenguaje gestual, en el que era políglota redomado, se echó un apabullante discurso. ¿Lo voy a cesar por expresar sus ideas, por manifestarse políticamente y tener una definición ideológica aunque sea por esta ridícula manera? ¡Claro que no! En mi vida jamás he permitido que nadie lo intente conmigo y menos lo haría con los demás. ¡Lo debería correr por bruto! Saldaña, quien en verdad era un genio, captó de inmediato el tiempo del verbo y, en sus adentros, se dijo: ¡Ya chingué! Hizo un puchero, dio un leve gemido y bajó la testa. El viejo lo resintió y terminó: Saldaña, ¿usted anda armado?¡Jamás, señor!¿El doctor Zea sabe algo de esto?No lo creo, señorNo se lo digamos, él es muy preocupón. Con descaro olímpico, El Gordo preguntó: ¿Puedo volver a trabajar?¡No sea cínico! ¡Debe comenzar a hacerlo!

¿Cuándo carajos perdimos a estos hombres? ¡Qué bueno que don Carlos ya no vio su nombre mezclado en la disputa del copyright de un libelo que... ¿alguien recuerda cómo se llama? Se dio entre el sedicente autor y los servicios de inteligencia de la milicia.

El Gordo murió a los 63 años, sin tener recursos bastos para atender sus enfermedades. Había ocupado algunos encargos en los que el manejo discrecional de dinero no tiene, citando a los clásicos, sino una sola regla: Que no quede huella, que no y que no, que no quede huella. Arturo Azuela falleció este mes, a los 73 años, en la honrosa medianía que estipulara el señor Juárez. Mendiolea, en diciembre pasado, en un fraccionamiento de lujo, en la ciudad de Puebla, a los 103 años. ¿Son o no las ocho bienaventuranzas un himno a la vida canalla e indigna?

La primera y única vez que he visto de cerca a don Felipe de Jesús cayó en mis brazos. Esta afirmación no tiene implicación alguna de carácter erótico, sexual y menos electoral. En la esquina de Diego Rivera y Santa Catarina existe un restaurante tan violador de la normatividad como todos los que los delegados de cualquier partido autorizan de a cómo no en San Ángel: el Barrio Sur. A la sazón se negaba a ofrecer vinos mexicanos, tortillas, salsas e insistía en ocupar personal no autorizado legalmente. Como los cortes no son malos y era nuevo, asistíamos. Un mediodía yo estaba en las escaleras esperando que mi housekeeper me llevara un tupper con mi salsa molcajeteada cuando un joven chaparrito y de lentes dio un traspié y por poco se va por la escalera. Lo pepené con inevitable pérdida de mis vituallas y lo ayudé a regresar a su mesa, en la cual mucho agradecieron mi atingencia. Al final, despedidas amables: ¡Salucita! ¡Buen provecho!, etcétera. “¿Sabes quiénes son? –díjome mi amigo, siempre enterado– Calderón, su mujer y sus cuates”.

A mí me caía bien Felipe de Jesús. Siempre de traje, corbata y un aire de monaguillo ganoso pero reprimido. Cuando quería demostrar su euforia (algún corridito cristero, Valentín de la sierra, por ejemplo) o su máxima audacia, un versito de la trova cubana, lanzaba un grito que pretendía ser de Pedro Infante, pero que le surgía como un gorgojeo del Palomo de Linares. De todas maneras me resultaba más fresco que su maestro Castillo Peraza, tan alambicado, igual de berrinchudito y siempre tan indefinido.

En un momento que no sé precisar se inició en don Felipe de Jesús un aterrador desdoblamiento de personalidades. Como en horrenda imagen mitológica, el dios Cronos (michoacano), quien no admitía, ni de su padre ni de su mentor, rivalidad alguna en el ejercicio del poder, derroca y destruye a su padre Urano (yucateco). Versiones muy acuciosas de lo ocurrido pueden consultarse en las reseñas de Julio Scherer, las obras de González Schmal o del inolvidable Jorge Eugenio Ortiz Gallegos.

Pero la mitología no es de un solo tomo (¿verdad, Mitofsky?). Poco después, al buen Cronos se le aplicó una liposucción y le extirparon a sus hijos Zeus y Poseidón, a quienes se había engullido en un ataque de agudo monoteísmo: “Para dioses, aquí su rey… del tiempo –había intensamente proclamado Cronos”. Pero Zeus, quien tenía el síndrome de Felipe (el hijo desobediente del corrido, por supuesto), consiguió una guadaña (marca Zeta) y que se ejecuta al papá. “Mira, Cronos –le dijo–, ilegítimo o no, pero con las aportaciones que tú azotadamente despreciaste yo ya llegué. Así que con tu permisito, me vas dejando el campito”.

Ya se dijo que la mitología no termina (¿o tú qué opinas, Ulises?). Me disculpo por no tener claro cómo se va a dar la descendencia del buen Zeus, aunque el sospechosismo incluye ya a amigos íntimos y aun familiares.

Breviario cultural que casi nada tiene que ver con todo lo anterior. En 1980, Luis Calderón Vega, cofundador del PAN y hombre considerado por todos quienes lo conocieron como probo y luchador infatigable, renuncia a la organización, a la que había servido más de 40 años. El pretexto fue el no pago de cuotas partidarias. La verdad –aclaró– es que Acción Nacional se había entregado a los intereses de los grandes grupos empresariales y aceptaba dinero gubernamental. Además, claro, los doctores en fines habían borrado los principios de su disco duro. Ese no era su partido, no era su ideal.

Meses después, ADN al margen, don Felipe de Jesús ingresa a ese partido. Era su gran oportunidad. Su padre, don Luis, el grande, había lanzado durante cuatro décadas cohetones y bengalas para iluminar el camino democrático de México. A Felipe, el pequeño, le tocaba la ímproba tarea de ir recogiendo las varitas.

Todo lo anterior era como el prólogo para presentar a ustedes una nueva versión de la historia de Robert Louis Stevenson sobre la angustiosa vida del doctor Henry Jekill y el extraño misántropo Edward Hyde. Los nuevos personajes son Felipe de Jesús Jekill y Edward Calderón H. El tiempo se acabó, pero si ninguno de ustedes o yo morimos en ocho días y les alcanza para comprar La Jornada, la relataré el lunes próximo.

No quiero terminar sin dejar de expresar mi admiración por la inevitable, obligada, consensuada y obviamente desinteresada defensa que el consejero presidente deI Instituto Federal Electoral realizó de las tareas profesionales de la empresa GEA/ISA.

A los ciudadanos, los científicos sociales les consultaron y, libremente, los ciudadanos contestaron. GEA/ISA dejó límpida constancia de sus opiniones, pero ¿quién les cree a los mexicanos? ¿Lo que dicen hoy tiene mínima credibilidad mañana? “Échelo a andar y mañana está listo, señito. Con el nuevo conchinflús, el boiler le va funcionar pa’ siempre. Con este gel llegado de Alemania y estas prótesis hechas en Suiza, mi querida Álex, la Trevi va a parecer tu chacha”. Así son todos los mexicanos. Es cuestión de genética. Para saber lo que realmente piensan se necesitan estudios más profundos, por eso mandamos a nuestro director general al Cisen. Allí sí, la neta. Esas son encuestas, no adivinaciones. Inestables mexicanos tan poco cumplidores, si ya dijeron libremente sus preferencias electorales 30 días antes, ¿por qué a última hora, chapuceros, taimados, cambian sus convicciones? Esto va en contra de la seriedad de las ciencias sociales y, bueno, de las finanzas. Afortunadamente, el consejero presidente es también un serio investigador social y entiende de la volatibilidad de la opinión pública en una democracia.

GEA/ISA, nos vemos en el detallito ese que le llaman relección.