Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Melón

La loma del tamarindo

J

osé Luis Briseño y Miguel Motolinia me han dado gratísimas sorpresas, entre ellas un regalo que mucho valoro, y me obligan a sacar juventud de mi pasado, como escribió José Alfredo Jiménez. Debo confesarle, mi asere, que aún no me acostumbro a que no tengan tanto éxito números bellísimos como el título de éstas líneas. Pero, déjeme decirle, monina, por qué tanto José Luis como Miguel merecen mi agradecimiento. Va de cuento.

En 1964 fue sede de la feria mundial la Gran Manzana, o sea Nueva York. Willy, El Baby, a la sazón cantante de la Sonora Matancera, que ya había emigrado a territorio pecoso, sirvió de enlace para que Catalino Rolón, lindo tipo, nos contratara para actuar en Nueva York y Chicago. Nos había precedido el Gran Combo, que había grabado Menéame los mangos y Ojos chinos-Jala Jala, que, como dicen por allá, estaba pegadito. Una noche, Lobo y éste, su ñero, tuvimos la oportunidad de escuchar este último completito, camino a un lugar que vendía hamburguesas, en compañía de unas princesas que se habían convertido en nuestro fans club. Para desencanto nuestro, los nenes de Borinquen ya no estaban en Nueva York y no podíamos gozarlos. Si usted no posee ese álbum, la verdad, mi enkobio, trate de tenerlo porque está de bala.

Íbamos por nueve días y nos quedamos un mes; lo mismo pasó en Chicago, sólo que al volver a México lindo y querido nos esperaba una sorpresota. Esta vez fue Luis Demetrio quien nos arregló un contrato con Armando Bo, argentino famoso que nos llevó al carnaval de Panamá, donde también pasamos por televisión y pude conocer a Chengue, hijo de Miguelito Valdés, quien era jefazo en la televisión panameña y me puso al tanto de todo lo que iba a sonar en el carnaval.

Entre las atracciones había una que me interesó gratamente: en el toldo del ferrocarril estarían Los Mulatos del Sabor, nada menos que El Gran Combo, que eran ídolos de los pasieros (sic) y tenían como favorito El caballo pelotero, de Bobby Capó. Temo no poder explicarle, mi asere, a cabalidad, el jícamo de este grupo. Cada número tenía su rutina y todas las interpretaciones estaban hechas con un profesionalismo enorme, como debe ser.

Todos los Gran Combo que he escuchado merecen mi admiración, pero la impresión que me dejó ese del toldo del ferrocarril aún perdura. Por eso me causa mucha extrañeza que no se haya repetido el caso de Ojos chinos-Jala Jala, que todos los números fueron éxito y créame, bonkó, que La loma del tamarindo es algo para gozarlo como sea, cantando, bailando, escuchándolo. Por eso, desde aquí doy las gracias a Miguel por habérmelo regalado. Debo reconocer que han sido éxitos todos, pero La loma del tamarindo pasó de noche, pues no he sido testigo de peticiones en las ocasiones en que he podido asistir a actuaciones de los Gran Combo que he podido conocer, y realmente han tenido un éxito merecido.

Por otra parte, cuando el señor Briseño y yo nos encontramos, platicamos de forma amena y lo escucho con atención, porque me entero de cosas que investiga y así me pongo al día. Me hizo saber que hay más versiones de La loma del tamarindo, una de ellas interpretada por Celina González, a la que conocí en Veracruz y me causó grata impresión, mayor aún que cuando la escuché por primera vez en compañía de Reutilio, su esposo, desde luego, por medio de sus grabaciones.

Le aseguro, mi enkobio, que cada vez que la escucho se me encuera el chino, perdón, se me enchina el cuero, y desde que Mr. Briseño me habló de esa grabación se me hace tarde por escucharla, porque Celina canta con propiedad, como se debe cantar cada una de las facetas de esta música. Dicen que muchos son los llamados y pocos los elegidos, como es el caso de Celina, señora de toda mi admiración y respeto. Me refiero a muchos que llegan a la popularidad sin tener nada en la pelota.

Déjeme confesarle, monina, que por mi parte admiro a muchos y muchas, pero son del pasado. Estos son de los que por fortuna conocí y escuché aquí en mi México. No puedo hablar de otros lares, pero debe de haber habido en otros lugares talento que fue ignorado. Por eso una vez más quiero platicarle de Lalo Montané, al que no se le ha dado el reconocimiento que merece, pero dejó muestra de su calidad. Para que de una vez se sepa, nació en Tlalixcoyan, Veracruz, por supuesto, mexicano y fue parte de lo que los más viejos de la comarca que todavía quedan siguen llamando la época de oro del son cubano en México. Como dice Juana Bacallao, salpico pa’ no mojar. ¡Vale!