Opinión
Ver día anteriorMartes 17 de julio de 2012Ver día siguienteEdiciones anteriores
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Movimiento y transformación
E

l título de este texto se refiere al contenido de la exposición Cinetismo, vigente en el Museo de Arte Moderno (MAM). En sentido general, solemos asignarlo, incluso a través de exposiciones llevadas a cabo en nuestro país, a autores latinoamericanos, como Rafael Soto, Carlos Cruz Díez, o bien a Vasarelly, Calder, Jacobo Agam, etcétera; también se vincula a artistas del op art.

En esa muestra la asociación es otra, pues está referida a dispositivos y nuevos materiales industriales que se orientan a percepciones sensoriales que no necesariamente apuntan a la movilidad. A algunos nos provoca profunda nostalgia, porque fue durante los años comprendidos que varios artistas de México, algunos jóvenes, otros no tanto, echaron a andar sus respectivas trayectorias marcando un nuevo hito.

Por cierto, el término cinetismo ha disuadido a algunos posibles visitantes, debido a la estrecha vinculación que tiene con aquella vena principalmente venezolana, con repercusiones en otros países. Esa muestra, por fortuna, difiere de otras presentadas con tal denominación tanto en el MAM, como en su vecino, el museo Tamayo.

Fue tal vez el prestigio del título lo que determinó su bautizo, pero su característica principal es ofrecer piezas que antes no habían sido exhibidas, o bien ya no recordábamos su existencia. Pertenecen a varios acervos, incluido el del MAM, y desde mi punto de vista hay que felicitar a los curadores Daniel Garza Usabiaga y Abel Matus por su consecución.

El contenido no sólo revive momentos importantes dentro de la producción artística principalmente mexicana y latinoamericana, sino igualmente porque las obras exhibidas guardan evidentes nexos entre sí.

El trayecto se inicia con Siqueiros. Accidente, 1969, es una obra casi abstracta, como lo fueron otras del mismo periodo. Le siguen dos excelentes diagramas dibujísticos y la ya famosa piroxilina titulada Ejercicio plástico, 1934, que pertenece al acervo del MAM y es anterior al Siqueiros Workshop de Nueva York. Mantuvo repercusiones tanto que, reditada, reaparece en un segmento del Cuauhtémoc redivivo en el Palacio de Bellas Artes.

Lo que se exhibe de Germán Cueto es muy distinto, por ejemplo, a lo que hemos tenido a la vista en la famosa Fundación Blaisten de Taltelolco. Las obras que lo representan ahora en el MAM son como dibujos sólidos al aire en cintilla o varilla de hierro (1948 y 1955).

Para algunos espectadores los Mensajes, de Mathias Goeritz, resultarán casi inéditos, no así el bajorrelieve en metal dorado de tónica mística que dentro de sus dimensiones discretas es monumental y que dio origen a varias obras más dentro de la misma tónica.

Entre las piezas que pueden vincularse a la época de la llamada Olimpiada Cultural (de no grato recuerdo), de 1968, destacan a mi gusto dos cajas de Xavier Esqueda que probablemente fueron básicas en su quehacer. Hasta donde puedo conjeturar, se realizaron al final de su estancia en San Francisco. Contrastan adecuadamente con un par de trabajos de Pedro Friedeberg, ya prototípicos de las modalidades que ha cultivado.

Quizá el artista que resulta mayormente cinético –con producción muy vinculada al diseño– es Ernesto Mallard, representado con varias obras cercanas en ubicación a los objetos de Feliciano Béjar, algo similares técnicamente, pero de ningún modo equivalentes a sus magiscopios.

Cerca de ese apartado hay un auténtico hallazgo: la serigrafía en cristal con dos vistas de Polesello (1973).

Un rubro celebratorio ¡y qué bien que así haya sido! corresponde a Hersua. Destaca su instalación tipo recinto de 1969 dentro del contexto que él denominó Arte otro. Fue armada con sus paneles originales en un ahuecamiento formulado, de acuerdo con el artista por el equipo museográfico del museo a cargo de Rodrigo Luna.

Se avecinan a esta sección piezas en laca sobre madera de Francisco Moyao (1946-2008), Proyección modular, 1975 fue convenientemente colocada sobre un soporte cubierto por un espejo.

En el apartado Era espacial hay obras de Lorraine Pinto en acrílico y neón, que sorprenden por su modernidad, además de un video de Luis Urías, artista sobre quien sería necesario abundar en datos, ya que cambió de giro creativo posteriormente a la contribución que lo representa.

Sebastián y Enrique Bostelmann ofrecen su consabida conjunción objetual y los experimentos lumínicos del fotógrafo, en plata sobre gelatina, están entre los ejemplares más interesantes de su amplia producción.

El tridimensional La luna, de Manuel Felguérez, resulta acorde con la escultura Signo solar, 1971, de Federico Silva.

Las amplificaciones fotográficas de algunos edificios clave de la misma época apuntan a paralelismos con varias de las obras expuestas y se exhiben en un recinto generado al centro de la sala.