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El gran arte es la manifestación exterior de la vida interior del artista, decía el pintor

Madrid acoge la retrospectiva más vasta de Edward Hopper en Europa

El Museo Thyssen-Bornemisza exhibe 73 de sus cuadros más conocidos e importantes

La capacidad de invención nunca podrá remplazar a la imaginación, escribió el estadunidense

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Autorretrato, 1925-1930, y Hotel junto al ferrocarril, 1952, óleos sobre lienzo de Edward Hopper, pertenecientes a los museos de Arte de Whitney, Nueva York, y Thyssen-Bornemisza, de Madrid, respectivamente, que forman parte de la exposición del artista estadunidense en el recinto de la capital españolaFoto cortesía del Museo Thyssen-Bornemisza
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Habitación de hotel, 1931, cuadro de Edward Hopper (1882-1967) incluido en la retrospectiva del pintor estadunidense que se presenta en MadridFoto cortesía del Museo Thyssen-Bornemisza
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Dos en el patio de butacas, 1927, lienzo de Hooper que también se exhibe en el Museo Thyssen-BornemiszaFoto cortesía del Museo Thyssen-Bornemisza
Corresponsal
Periódico La Jornada
Martes 17 de julio de 2012, p. 4

Madrid, 16 de julio. Edward Hopper (1882-1967), el artista de la luz atemporal y de los cuadros que encierran un refugio de deseo y soledad, creía que el gran arte es la manifestación externa de la vida interior del artista.

Sus creaciones, catalogadas primero como realistas, después como emblemas del impresionismo y el paisajismo americanos, se han ido quedado en la retina de los espectadores como misterios sin resolver donde se va lastrando poco a poco la soledad.

El Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid expone la retrospectiva más amplia y trabajada de Hopper en Europa, en la que están todos sus cuadros más conocidos e importantes, y en la que también se recupera la figura de un creador melancólico que siempre rehuyó del academicismo, del arte fruto únicamente del intelecto –fue muy crítico del arte abstracto– y que durante su vida vivió de las ilustraciones que hacía para publicaciones de prensa ante el sistemático rechazo de su obra por la crítica y el mercado.

Hopper nació en Nyack, Estados Unidos, en 1882 y murió en 1967. Vivió la mayor parte de su vida en Nueva York, ciudad que se convirtió a la postre en un personaje más de sus enigmáticos cuadros, definidos en ocasiones como misterios que no pueden revelarnos y que sólo podemos intentar adivinar.

También se ha señalado como el artista de la soledad, el autor de cuadros que han reflejado como pocos la zozobra y la melancolía de la vida urbana, la sombría mirada de la privacidad de una sociedad atribulada por la rapidez de su transformación permanente.

Préstamos del MoMA

El museo madrileño reúne 73 obras de distintas colecciones –el propio Thyssen-Bornemisza posee gran cantidad de cuadros del artista–, en las que se hace un recorrido exhaustivo por las tendencias que Edward Hopper practicó desde su joven incursión en el arte, de sus viajes a Europa y de la enorme influencia que tuvo en su método y lenguaje la escuela francesa de principios del siglo XX.

Para lograr reunir obras tan selectas y notables, el Thyssen-Bornemisza consiguió algunos préstamos de los museos de Arte Moderno (MoMA) de Nueva York y del de Bellas Artes de Boston, así como de la colección privada de la esposa del pintor, Josephine.

El artista retrata Estados Uni-dos y sus escenas cotidianas, pero sin idealizarlas, mostrando la modernidad de sus hoteles, sus estaciones, sus bares y sus habitantes, aislados entre sí. No es un pintor narrativo como los demás, porque sus cuadros tienen una inquietante capacidad de evocación: parece que algo va a ocurrir, pero nada pasa.

El artista, en uno de sus diarios y escritos sobre su propia actividad, explicó: Para mí, la forma, el color y el diseño son simplemente un medio para llegar a un fin; las herramientas con las que trabajo, y no me interesan particularmente en sí mismas. Me interesa sobre todo el amplio campo de experiencias y sensaciones del que no se ocupa ni la literatura ni el arte puramente plástico. Deberíamos ser cautelosos y llamarlo la experiencia humana, para evitar que se confunda con lo puramente anecdótico y superficial. La pintura que trata exclusivamente con las armonías o disonancias de la imagen y el color me provoca siempre un rechazo.

De Madrid a París

Edward Hopper, creador que pintaba muy lentamente, dejando que el cuadro madurara, reflexionó sobre su condición de artista: “Mi propósito cuando pinto es siempre, sirviéndome de la naturaleza como medio, intentar proyectar sobre el lienzo mi reacción más íntima frente al objeto tal como se aparece cuando más me gusta; cuando los hechos alcanzan la unidad por medio de mi interés y mis prejuicios. Por qué elijo determinados temas y no otros es algo que no sé, a menos que sea porque los percibo como el mejor medio para sintetizar mi experiencia interior (...)

El gran arte es la manifestación externa de la vida interior del artista, y esta vida interior es lo que determinará su visión particular del mundo. Por más capacidad de invención que se tenga, ésta no podrá remplazar nunca el elemento esencial de la imaginación. Una de las flaquezas de gran parte del arte abstracto es el intento de sustituir una prístina concepción imaginativa por las invenciones del intelecto.

Una de las personas que mejor han entendido la obra de Hopper es el poeta estadunidense Mark Strand, quien dedicó largas horas a estudiar y escribir sobre los cuadros y las metáforas pictóricas del artista. Los cuadros de Hopper no son documentos sociales, y tampoco alegorías de la infelicidad o de otros estados de ánimo que podrían ser atribuidos con similar imprecisión al perfil sicológico de los estadunidenses. Lo que sostengo es que los cuadros de Hopper trascienden el mero parecido con la realidad de una época y transportan al espectador a un espacio virtual en el que la influencia de los sentimientos y la disposición de entregarse a ellos predominan, escribió Strand.

El poeta y profesor de la Universidad Columbia también explicó: Los cuadros de Hopper son breves y aislados momentos de figuración que sugieren el tono de lo que habrá de seguir, al tiempo que llevan adelante el tono de lo que los ha precedido. El tono, pero no el contenido. La implicación, pero no la evidencia. Son profundamente sugerentes. Cuanto más impostados y teatrales resultan, más nos mueven a preguntar qué sucederá después; cuanto más parecidos a la vida, más nos impulsan a construir el relato de lo que ha acontecido antes. Nos atrapan justo cuando la idea de tránsito no puede estar lejos de nuestras mentes: al fin y al cabo estamos acercándonos al lienzo, o alejándonos de él.

La mirada de Strand también percibió que en muchos cuadros de Hopper hay una espera aconteciendo. La gente que Hopper pinta parece no tener nada que hacer. Son como personajes que se hubiesen quedado sin un papel que desempeñar y ahora, atrapados en el espacio de su espera, deben hacerse compañía, sin lugar adónde ir, sin futuro (...) En los cuadros de Hopper asistimos a las escenas más familiares con la sensación de que para nosotros son esencialmente remotas, incluso desconocidas. Las personas miran al vacío: parecen estar en cualquier parte menos donde efectivamente se encuentran, perdidos en un misterio que los cuadros no pueden revelarnos y que sólo podemos intentar adivinar. Es como si fuésemos testigos de un acontecimiento que somos incapaces de nombrar.

La exposición de Edward Hopper, en el Museo Thyssen-Bornemisza, terminará el próximo 16 de septiembre y después se montará a París.