Pasados engaño y desengaño

Pasados engaño y desengaño, la vida y la lucha siguen para los pueblos indios, en sus propias tierras en primer término, pero también todas sus diásporas a las ciudades del norte y a casi la totalidad de Estados Unidos. Los desafíos que enfrentan no cambian con una elección, por “histórica” o históricamente lamentable que sea. Apenas ayer los pueblos peruanos votaron por Ollanta Humala, y ya salió igual que los que dijo que iba a cambiar.

Los pueblos de México están acostumbrados a la cuenta corta del ciclo milpero y las cuentas largas de la historia. Para su desgracia, y la de los que poblamos estas tierras, los pueblos también están obligados a considerar las cuentas alegres de los inversionistas, verdadero cáncer terminal materializado en minas salvajes, hidroeléctricas brutales, autopistas transelváticas (o de la muerte), plantaciones industriales de semillas robot, complejos turísticos y rutas “ecológicas” donde regar los dólares.

En México se tortura, y no sólo en la guerra contra el narco, también en la guerra contra la gente en Chiapas, Guerrero, la Huasteca y Sonora. Contra los indios. ¿Y por qué? Porque estorban, están parados sobre el oro, el uranio y el agua que tan rentables les parecen a las bolsas de los súper ricos y los políticos que les sacan brillo a sus botas, repartiéndose alegremente “cuotas” de territorio o de recursos que saquear.

En México los órganos de justicia castigan por consigna a los indígenas que no se dejan. Las policías y las fuerzas armadas —que si están para defender la soberanía deberían proteger a los pueblos que defienden su vida, su lengua y su territorio contra “el extraño enemigo” que tiene agarrado ya al país—, los persiguen. Gracias al respaldo obediente de los gobiernos de Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y por lo visto Peña Nieto, a los marchantes del norte, sus armas y sus planes estratégicos, a las mineras siniestras de todo origen legalizadas en territorio canadiense, a los bancos de Europa y las bestias negras marca Monsanto y similares.

¿A los indios qué les van a contar que no les hayan hecho ya? Pero igual que en la conquista y las hazañas genocidas de la República naciente o el porfiriato, la agresión actual va por todo, del satélite al buldózer, con la bendición de los gobiernos, las iglesias, los partidos, los medios monopólicos y su inmensa comitiva de cómplices, socios y compadres. La casta de los patrones, que si acaso miran abajo es para escupir o barrer.

La crisis anida en el cuerpo social del país. El movimiento indígena independiente no es excepción. Los desafíos que enfrenta sólo recrudecen. Y la cooptación no descansa, con su cara contrainsurgente en Chiapas y Guerrero, su cara amable en Oaxaca y Puebla, su cara brutal en Veracruz y Sonora, su cara de dadivoso amenazador en el Estado de México, su cara de yo no fui en Michoacán.

Voltear al sur, mirar lo que acontece con los pueblos hermanos, es la verdadera vocación de México, por mucho que babeen los intelectuales anexionistas (ay-quién-fuera-Puerto-Rico) por empujarnos al norte. Tenemos tanto que aprender, bueno y malo pero afín, de Ecuador, Bolivia, Argentina, Chile, Venezuela, Uruguay, Perú. Vamos, hasta de Brasil y Panamá. Y no por lo que provocan los de arriba, sino por lo que los de abajo hacen, construyen, oponen, y contra todo pronóstico, aguantan. Se llama resistencia.