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Periódico La Jornada
Domingo 1º de julio de 2012, p. a16

La novela política es como una morada pluralista donde habitan personajes que dan vida a los conceptos de la ciencia política.

Cada relato literario arroja un caudal de frases y moralejas que forman un catálogo de principios para aspirar, acceder, ampliar y conservar el poder, tal y como definió Maquiavelo en 1492, cuando fundó las bases del estudio científico de la política.

Cinco novelas de México, España e Italia dan ejemplo de esa sabiduría especializada, diseminada en escenarios históricos, que ofrecen una lectura muy oportuna para estos tiempos electorales.

Un jefe militar y político puede caer estrepitosamente cuando no escucha a sus consejeros. Esto es lo que se desprende de las Memorias de Pancho Villa (Martín Luis Guzmán, Obras completas III, Fondo de Cultura Económica-Instituto Nacional de Estudios Históricos de la Revolución Mexicana, 2010, 1016 pp.), escritas en tono narrativo.

Villa no escuchó a Felipe Ángeles, uno de los estrategas de grandes batallas de la Revolución. Y por no atender su recomendación fue derrotado en Celaya.

Su consejero militar le dijo que no acudiera al territorio de Álvaro Obregón, pero el duranguense se empecinó en sacar a la División del Norte de su fuerte en Aguascalientes.

Conocedor de su campo de batalla, Obregón enfiló a los villistas hacia un túnel sin salida, cumpliéndose la máxima del filósofo chino Tzun Tzu, de que al enemigo se le espera en terreno propio, si se le quiere doblegar.

Los recuerdos villistas –escritos por Guzmán con un lenguaje llano, que conserva la expresión oral del general revolucionario, entre autoritaria y aparentemente ingenua– están contenidos en el tercer tomo editado por el FCE, que también incluye relatos cortos sobre los últimos días de Porfirio Díaz y Venustiano Carranza.

Se trata de la muerte serena en París de un dictador que se dedicó a pasear en su ocaso por Europa y del asesinato del gran jefe de la Revolución con disparos de un arma de fuego a mansalva, producto de una traición ruín.

El acongojador episodio sobre la persecución de Carranza y el crimen cometido contra el coahuilense en 1920 hace ver que la fuga no es siempre garantía para la conservación del poder.

Todo lo contrario, la historia de la familia de Pedro I, rey de Brasil y Portugal, es una prueba de que, en última instancia, la escapatoria es a veces la única y la mejor forma de mantener el poder.

Un escritor español mucho menos conocido que Pérez Reverte, Javier Moro (El imperio eres tú, Planeta, 2011, 553 pp.), narra la vida de Pedro I, y deja ver que en el mundo ha habido gente destinada a acceder al poder, sin importar las contradicciones que se puedan hallar en el camino. En el mundo de los Estados monárquicos, las princesas –tan apreciadas hoy por la mercadotecnia– no fueron más qeu piezas del ajedrez geopolítico.

Pedro I nació en el palacio de Queluz, en la periferia de Lisboa, en 1798, pero la familia monárquica se lo llevó a Brasil en 1807, en una travesía de 90 días, cuando las guerras napoleónicas en distintos puntos de Europa pusieron de rodillas a los portugueses.

Toda la nobleza, la hacienda estatal y la burocracia fueron trasladados a Río de Janeiro en unos 30 barcos para impedir que a los Braganza los franceses le infligieran el mismo daño que a Fernando VII de España.

Dom Joao era el regente de la corona, toda vez que su madre había sido declarada incapaz de gobernar, años antes, lo que en la práctica alejó a María I del poder, en un caso similar al de Juana la Loca de Castilla, unos tres siglos antes.

Morro narra en la novela que la reina de Portugal, aún con todo lo loca que hubiera podido estar, tuvo la brillante idea de huir de Lisboa para preservar su imperio.

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Las guerras napoleónicas y la venta de la Luisiana a Estados Unidos –escribió Vasconcelos en 1948, en La raza cósmica– devastaron el poder de España, Portugal y la propia Francia, facilitaron la decadencia de los imperios latinos europeos y facilitaron el ascenso de Gran Bretaña y Estados Unidos.

Otro de los efectos de las campañas militares de Napoleón fue recuperado por Arturo Pérez Reverte (El asedio, Alfaguara, 2010, 725 pp.) para narrar el sitio de Cádiz en 1812.

Una vez más la moraleja es: jefe militar que desoye el consejo de un experto se coloca irremediablemente ante el fracaso, frustrando el acceso al poder.

Pérez Reverte cuenta el caso de un capitán francés que no fue escuchado por el mariscal y los generales a cargo de los barcos y los soldados que pretendían ocupar la ciudad portuaria en 1812, justo el año en que representantes de España y América redactaban la Constitución que definió que la soberanía radica en el pueblo, no en un presunto mandato divino.

Simon Desfosseux –el nombre del capitán en el relato– proponía abatir Cádiz con disparos de mortero, pero los generales –temerosos de contradecir a Napoleón y ajustados a la tradición burocrática francesa– persistieron en su idea de atacar con obuses a los gaditanos.

Al final, la milenaria ciudad de Cádiz eludió la ocupación francesa y la Constitución fue promulgada, mientras España perdía el dominio sobre los territorios americanos.

Las oportunidades y las debacles que producen las guerras son parte de la temática que aborda Eraclio Zepeda (Sobre esta tierra, FCE, 2012, 159 pp.) en la segunda novela histórica de su trilogía sobre Chiapas. Aquí, una familia de la región de Pichucalco enseña que ante la derrota y la pérdida de los bienes materiales –en este caso a manos de tropas carrancistas–, no queda más que conservar la dignidad.

La revolución ocasionada en Italia por el movimiento de unificación nacional de Garibaldi llevó a Giuseppe Tomasi di Lampedusa (El Gatopardo, Alianza Editorial, 2010, 443 pp.) escribir una obra clave de la novela política.

Ambientada en Sicilia, esta obra que en la década de 1950 fue rechazada por la editorial Mondadori, arroja no sólo una lección, sino todo un concepto de sociología política: el gatopardismo, es decir, que todo cambie para que todo siga igual.

En este relato, Tancredi, sobrino del príncipe Fabrizio de Sicilia, se enlistó en las filas garibaldianas, lo que causo el enojo del tío, que ve en los unificadores republicanos de la segunda mitad del siglo XIX una amenaza a su poder en la isla mediterránea.

Cuando el príncipe le advierte que los soldados no son más que mafiosos y estafadores, el sobrino le contesta: Si nosotros no participamos también, esos tipos son capaces de encajarnos la república. Si queremos que todo siga igual, es necesario que todo cambie. ¿Me explico?

Y, pues, sí, el sobrino le dejó clara la idea. Fabrizio aceptó el posterior matrimonio de su sobrino con la hija de un agroindustrial, sin modales, pero rico. Al final de cuentas, ni el príncipe ni Tancredi perdieron sus cómodas posiciones de poder.

Una última recomendación de literatura política para estos tiempos. En la serie de bolsillo Cenzontle se publicó un ensayo que en 1946 del escritor de la Generación del 98, Azorín (El político, FCE, 2011, 100 pp.). Este librito, originalmente publicado en España en 1946, contiene una serie de recomendaciones para las personas interesadas en sumarse a eso que el italiano Gaetano Mosca denominó en 1923 la clase política.

Texto: Guillermo García Espinosa

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